Arma Abstracta

Antes

Como un ingeniero en compenetrada armonía con su máquina, Exa presiente el componente anómalo del mundo en lo más profundo de sus huesos, inmediatamente antes que nada haya literalmente salido mal. El mundo funciona de acuerdo a ritmos y patrones de marea, circuitos de ondas sinusoidales superpuestas una sobre otra. La perturbación es muy sutil como para que cualquier humano raso no la pase por alto, en particular uno situado al otro lado del mundo del componente defectuoso e invasor. Pero para Exa es tan nítida como el tono de un sistema de sonido de alta frecuencia lo sería para un niño que todavía no haya comenzado a perder la audición.

Se abalanza sobre el teléfono y lo aprieta contra la oreja en el mismo momento en que torna rojo brillante y suelta su estridente pitido. Es la primera alerta desde que tiene el teléfono nuevo, y su ringtone equivale a una patada en la cabeza.

—Horizonte: inmediato —dice el controlador de turno—. Te necesitamos ya.

—Seh seh seeh, estoy yendo —dice Exa. Se deja caer de la cama y recoge el pantalón de su traje. Son casi las cuatro de la madrugada.

La novia se da la vuelta:

—¿Es una broma?

Ella se piensa que él es un administrador de sistemas. Es una de esas ambiguas verdades, tan cercanas a lo real que no le corroen gradualmente la consciencia cada vez que él le miente a ella.

—No me llaman por menudencias —dice Exa, colocándose la arrugada camisa de ayer y tanteando sin encontrar la chaqueta. «Está en la cocina», recuerda—. Esto no está sucediendo, no estás despierta, olvídalo.

Ella está de acuerdo con un plan tan bueno y da media vuelta, tapándose con el adicional metro cuadrado de frazada que Exa le acaba de ceder. Él sale del cuarto dando un portazo. Ella da un respingo, pero eso es todo. No hay más ruido.

Exa ya ha abandonado el supramundo.

*

En aquella ocasión en la que vencieron, cuando había suficiente magia en bruto saturando al mundo como para que desperdiciarla en algún elaborado despilfarro fuera un plan más sensato que archivarla para provecho de las futuras generaciones, el Piso se construyó como un espacio físico. Se trata de la megaestructura de una bóveda hemisférica, tan alta como para hacer puentismo desde lo alto, tan larga como para correr picadas en la base, enterrada en el mundo. Por detrás de todo, los muros están hechos de acero negro pero —frente al acero y a la capa de control de climatización— están laminados con paneles hexagonales cubiertos con tecnología de pantalla, cada uno tan alto como una persona. En días de descanso éstos alternan entre diseños modulados lo suficientemente coloridos como para no aburrir y lo suficientemente armoniosos como para no distraer. En días de trabajo se transforman en la C.U.E.V.A.* personal de realidad virtual digna de un dios mediano, semejante a un formato de pantalla de diez megapíxeles.

Un círculo mágico ocupa casi la totalidad del suelo de la cueva, un clase א** alargado técnicamente espacioso como para llevar adelante conjuraciones de las que participen más de cinco mil magos en simultáneo. No hay estándar ISO en el mundo que haya codificado la especificación para la clase א**, ni para un patrón que tenga la décima parte de su tamaño. Es lo suficientemente grande como para requerir cierto pandeado, de apenas unos pocos centímetros de lado a lado del círculo, que compense la curvatura misma de la Tierra. Brillantes balizas rojas y verdes señalizan sitios importantes y permiten guiar con precisión la energía de un lado al otro del círculo. Por detrás de su centro, donde se encontraría el puente de mando si el א** fuese colocado sobre la cubierta de un buque tanque, hay un colosal clase A–2X, en cuyo centro hay un convencional clase D de trece metros, uno de los más de doscientos que están escondidos a lo ancho de todo el mandala.

Hay seis magos dentro del D, junto a una llamativa colección de computadoras portátiles de avanzada, conectadas a enchufes en el suelo, más sillas de oficina con ruedas. También está «presente» en el sitio una multitud de equipamiento virtual que el sistema mismo ha colocado allí, dibujándolo directamente sobre las retinas del grupo cuando éstos dirigen la mirada en la dirección correcta, una alucinación colectiva que suministra aún más información. La superficie total de la sala abarca kilómetros cuadrados enteros, y los hombres que hacen andar la cosa están usando una millonésima parte del espacio disponible. Es como si hubiesen levantado un muro invisible alrededor del D, para refugiarse intencionalmente de la gran cueva que han creado y así vivir en un universo que no los empequeñezca de una manera tan intimidante.

Sobre el centro del D yace un aro de renio de ocho centímetros. Se lo dejó allí recostado, pero ahora se levanta de golpe, oscilando sobre su canto. Cuando deja de moverse, un patrón tridimensional de hueso y venas de sangre comienza a hilarse por dentro. El patrón se expande hacia fuera del anillo saliendo en forma de cuatro dedos y un pulgar, cubriendo la obra con una piel pálida antes de subir sobre un par de músculos pectorales y de dibujar el resto de un ser humano. El cuerpo es masculino, calvo, cerca de 19 años de edad biológica y totalmente inerte. Conjuros adicionales no albergados en el anillo mágico producen el traje de lino oscuro de Exa por fuera de su cuerpo. Una vez que se establecen los órganos complementarios, se transfiere el control al propio sistema nervioso del cuerpo, todos los cierres químicos se desprenden y Exa despierta bien vestido. El último marco de experiencia de Exa fue la cocina de su departamento, hace una fracción de segundo subjetiva. Así es como ellos han resuelto la teletransportación, y el hecho de que se haya elegido este canal de transporte le revela a Exa cuán soberanamente crítica es la presente situación.

El tiempo transcurrido desde el inicio de la crisis es de treinta y cinco segundos.

Exa se sienta erguido, se orienta y se dirige al hombre parado sobre lo que sería figuradamente el timón del círculo D:

—Una pregunta estúpida: ¿acabo de caer muerto en mi cocina?

El hombre se llama King. Ya casi cumple cuarenta, de incipiente barba, inusualmente alto, vestido con un traje similar al de Exa, su postura ofrece una similar informalidad. Tiene las manos en los bolsillos y su mirada está clavada en la imagen del muro más lejano del Piso:

—Peor —le informa—. Eres un aro girando sobre las baldosas.

—¿Doy por hecho que saben que no soy la única persona que vive en el lugar en que yo vivo?

—Ella está dormida. Estás a cubierto. Mira hacia abajo, Exa.

Exa se frota la muñeca bajo el aro. Este modo de transporte le crispa los nervios, y no sólo porque suele ser una medida de emergencia. Le hace recordar que King puede reescribir libremente las líneas de base tanto de este kara y del que ahora está caído sobre el suelo de la cocina de Exa. A lo que quisiera: el propio cuerpo de Exa, un espacio vacío, cualquier cosa.

Exa se pone de pie y sigue la mirada de King: sobre el muro del fondo, retratado a lo largo de cientos de metros de altura, hay un desgarbado chico adolescente africano, casi adulto. Viste pantalones holgados y una camisa de mangas largas, enrolladas, que en otra vida habrá sido turquesa. A media mañana hora local, está caminando hacia afuera —desde la perspectiva de la sala— a lo largo de una carretera de dos carriles, recientemente asfaltada, una de las mejores de su país. Delante suyo, el camino se hunde y luego asciende antes de perderse de vista. El paisaje es de un verde intenso. Las colinas, los árboles y arbustos ocultan el destino de la carretera. No hay edificios visibles ni vehículos ni otras personas. El muchacho camina por encima de la línea amarilla. Con su mano izquierda se frota el cuello y el hombro izquierdo, quizás rascándose. De su mano derecha oscila una espada mágica.

La cosa mide metro y medio de largo. Está mal afilada, es gruesa y un tanto combada, o sea no es más que una barra de hierro forjado, algo filosa. Pareciera ser de un único trozo de metal sólido, tanto la hoja como la empuñadura. No tiene cruceta. La hoja es más ancha hacia la punta, que está recortada de lleno. La empuñadura se funde ergonómicamente con la mano del chico, como si fuera el joystick de un videojuego. El muchacho la arrastra tras de sí, su punta raspando el asfalto. Claramente es demasiado pesada para blandir como arma blanca, pero como cachiporra ha de ser excelente.

—¿Este es nuestro sujeto? ¿Es este nuestro problema en escalada? —pregunta Exa.

—Confirmado.

—¿Qué tiene en la mano? No lo reconozco.

—Negativo.

Exa mira fijamente a King, luego a Flatt, uno de los otros cinco magos que trabajan en el círculo:

—El tiempo transcurrido de escalada es de sesenta segundos ¿y no podemos saber de qué se trata?

Flatt está sentado de piernas cruzadas en el sitio noroeste del círculo, un puesto denominado «el Presente». Tiene treinta y tantos, usa grandes anteojos y lleva el pelo atado, largo y sucio. Su atención se centra en un marco virtual de un metro de ancho que hay frente suyo. No levanta la vista:

—Valiéndonos de un estricto proceso de eliminación partiendo del conocimiento actual de armas que han escapado al borrado, que se han recuperado a través de proezas ilícitas o que han llegado a través del espacio, la cosa que arrastra no existe —dice—. El mundo está limpio. La lógica entera nos dice que lo que está sucediendo no está sucediendo.

—Eres un derroche de energía–masa, Flatt —le dice Exa.

—¿Quieres ocupar mi asiento? —le responde Flatt a la par. Ambos son conscientes de que Exa no tiene el entrenamiento especializado para sentarse en el lugar que ocupa Flatt y que Flatt no tiene el valor de responder llamadas de emergencia a las que Exa responde. El rol de Flatt —«trabajo» no sería el término indicado— es la Clarividencia Circunstancial. Él mantiene los conjuros que hacen funcionar la Pantalla Maestra del Piso, los que ocurren en dos grandes apilamientos: uno que visualiza el mundo remotamente, y otro que reproduce la información de video recolectada con una teóricamente perfecta fidelidad. Él es quien puede descubrir Hechos acerca de Cosas que están Sucediendo. Es además el controlador de campo de Exa.

—Así que ¿puedo presumir que ha estado inactiva todo el tiempo? —pregunta Exa—. ¿La sacó del hammerspace*?

—Identificación negativa —dice Flatt.

—Recuerdo que despejamos este mundo por completo. Ganamos. ¿Acaso se acerca un futuro en el que, al fin y al cabo, de una buena vez, hayamos ganado? —pregunta Exa.

—Tú sabes que nadie de nosotros puede responder esa pregunta, Exa —dice King.

Exa rechina los dientes:

—Pero es un arma —dice. Puede llegar a ser muchas otras cosas—. Y no sabemos qué clase de arma.

—Confirmado —dice Flatt.

—¿Y supongo que ya la ha usado? —urge Exa—. No tendríamos el alerta de no ser así.

—Mira detrás de ti —sugiere Flatt.

Exa da media vuelta. Varios kilómetros a lo lejos por la carretera, en la dirección opuesta a la que camina el chico, un amplio complejo militar está en llamas. Hay un par de torres de vigía; una se derrumba frente a la mirada de Exa. Hay enormes cantidades de humo; la pantalla es tan grande como para mostrar la nube negra entera. El fuego alcanza a un depósito de municiones, produciendo un chispazo repentino y una bola de fuego. No hay audio.

—¿Hizo todo eso con una espada? —pregunta Exa.

—Identificación negativa —dice Flatt.

—Y supongo que no saben quién es él, siquiera.

—Pregúntale al Pasado —dice Flatt.

El hombre en el primer sitio noreste tiene veintitantos, pero se mueve como alguien diez veces mayor. Hay algo en su porte y el ángulo de su espalda. Se lo conoce como Cen, aunque se lo pronuncie «Zen», y se apoya sobre una vara mágica más alta que él mismo. Cen es adivino; su rol operativo consiste en analizar los registros akáshicos, el registro de Literalmente Todo Lo Que Ha Sucedido Jamás microsegundo a microsegundo. Este rol hace trizas el cerebro, y empeora la salud mental de Cen. Con sólo presenciar la lluvia estática del universo durante una hora ya alcanza para arrebatar la voluntad de la mayoría. Extraer información útil de ello es como colar la niebla con un filtro de café.

—… identificación negativa —hace eco Cen. Entona de un modo muy distinto a Flatt, y de hecho es diferente a su tono normal. Exa está demasiado irritado como para notarlo.

—¿De modo que no sabemos cuál es la historia? ¿No sabemos cómo adquirió la cosa, de quién o de dónde la sacó, quién (si hubo un alguien) la tuvo antes que él, lo que ha hecho, lo que está haciendo, o lo que pretende hacer a continuación?

Cen niega con la cabeza.

—Por el amor de Dios, gente, díganme que al menos reconocemos el país.

—Ruanda —dicen tres o cuatro magos al unísono.

Pasa un latido de silencio.

—Hay otro problema, Exa —agrega King. Señala al segundo sitio noreste, El Futuro. Este mago ni siquiera levanta la cabeza: solamente la sacude. King prosigue—. Sin una lectura de alta definición del presente no podemos generar análisis de alta definición del futuro.

—No pueden darme conjeturas —dice Exa, incrédulo. Esto prácticamente no tiene precedente. No, es peor: definitivamente no tiene precedente. Si hasta las versiones hipotéticas de sí mismo que se usan para generar las mismas conjeturas se envían forjadas con un Curso de Acción Óptimo de algún tipo. No hay versión de Exa, que Exa sepa, que alguna vez se haya adentrado en el mundo real sin tener perfecta confianza en su estrategia.

—No vas a entrar a ciegas —dice King—. Es sólo que iremos con análisis de baja definición.

—¿Baja definición?

—El chico tiene visitas —anuncia Flatt. Orienta la señal maestra de video dos kilómetros más atrás por la carretera, rastreando ahora un vehículo todoterreno descapotado que abandona la base a toda velocidad, en dirección al muchacho. Un conductor, tres soldados, un artillero subido a la torreta trasera.

—Así que «baja definición» quiere decir que vamos a adivinar en base a la imagen de video —dice Exa.

La perspectiva de la pantalla maestra vuelve al chico. Este voltea, aunque no pudo haber oído nada. Alcanza a ver el vehículo a la distancia, en el instante que queda oculto tras la mata selvática y asciende por el lado más lejano de una colina. Luego de unos segundos aparecerá por un lado, y desde ese momento no habrá nada que separe al muchacho del vehículo salvo un kilómetro recto de pulcra y libre carretera.

El chico alza de un giro su espada a la altura de los ojos, mirando a lo largo del filo como si fuera un rifle. La hoja de la espada se alarga hasta medir dos metros y cambia de forma a un cilindro de un centímetro de ancho, esparciendo el exceso de masa a través de ondas de metal, hacia atrás a lo largo del cañón. La empuñadura cambia de forma para acomodarse a la nueva posición de las manos del muchacho, modelando perfectamente secciones adicionales que se convierten en algo así como una culata. También hace brotar una lente telescópica que se adhiere al ojo del muchacho, y una mira láser infrarroja. El chico apunta hacia la cumbre de la carretera, esperando que emerja el vehículo.

El arma se comporta de manera anticipada. Las empuñaduras crecen alrededor de sus manos, convirtiéndose en guantes primero y guanteletes después. Suelta largas y delgadas patas de acero en seis o siete distintas direcciones, que se afirman al terreno proveyendo estabilidad. La lente telescópica se expande hacia su otro ojo y continúa hasta cubrir sus orejas, una máscara de combate completamente equipada con una pantalla HUD interna. Pero el suceso más alarmante resulta ser la creación de celdas de condensadores que van formándose sobre los hombros y la espalda del muchacho.

—Arma de rayos —dicen tres magos al unísono, incluyendo a Exa.

Suena un fuerte tono de alarma en la cabeza de Exa. «¿Qué clase de arma de rayos se disfraza a sí misma de esa manera?».

—Va a matarlos —dice Flatt.

—No puedo salir allá afuera sin tener la iniciativa —dice Exa—. Aún me hace falta una predicción.

—¿Lo dejarás desarmado? —sugiere King.

Exa apenas tiene tiempo de echarle una amarga mirada.

Flatt hace un gesto con la mano hacia King, oficialmente tomando el control operativo de los movimientos de Exa. Flatt ahora está conectado al nervio auditivo de Exa:

—Quiero el arma intacta y también al chico si es posible. Contención, luz verde; conjunto rutinario de vuelo, luz verde; artillería pesada a disposición, llamada mediante. Perfil de bajas mínimas, gastos de maná mínimos. Partiremos desde una proyección de fuerza holográfica hasta que podamos construir un kara medicinal en el lugar, así que habrá un retraso durante los primeros cuatro o cinco segundos. Atento a discontinuidad perceptiva. O sea, a una más.

Sobre la gran pantalla, el arma de rayos del chico está fulgurando como un tubo fluorescente. Exa pestañea. Cuando vuelve a abrir los ojos el caluroso aire ruandés lamina su piel y el muchacho está de pie frente suyo, su arma de rayos a la altura de los ojos, disparando. Exa desvía el rayo hacia arriba con una mano, por instinto, como quien aparta una mosca en pleno vuelo.

*

Un kilómetro más lejos, la camioneta impacta contra el exterior del escudo. El cual fue colocado fuera de centro: en vez de chocar directamente contra un resistente muro a cientos de kilómetros por hora, el todoterreno voltea hacia la derecha y gira en espiral hasta caer en una zanja. Exa recibe esta información retransmitida por Flatt, y no siente la necesidad de darse la vuelta y comprobarla. El chico, además, pierde el enfoque telescópico sobre la camioneta. Exa está de pie frente a él, a una quinceava parte de la distancia y bloqueando su visión. El muchacho da un paso hacia atrás, ahora dibujando un disco de luz sobre la cabeza de Exa.

Una fresca memoria motora recién incorporada articula las palabras que Exa quiere pronunciar, adquiriendo la cadencia coloquial del kiñaruanda. Siente como si hubiera perdido el control de su propia lengua. Es como conducir un automóvil sobre una delgada capa de lodo: el vehículo no se mueve precisamente en la misma dirección que apuntan las ruedas.

—Suelta el arma —ordena, al tiempo que intenta mostrar su rutinaria apariencia casual en ausencia de un plan establecido.

La edad del chico ha de estar entre diecisiete y diecinueve, en la misma aparente franja etaria de Exa. Cronológicamente, el cuerpo de Exa no tiene una edad porque ni siquiera está completamente construido; él es una aparición de campos de fuerza, y es para reemplazarlos que su ser biológico está siendo construido a toda prisa. Mentalmente, Exa es sustancialmente mayor, con o sin el error estándar que introducen sus frecuentes bifurcaciones y fusiones de duplicados de sí mismo. En el mundo real él suele decir que el mote «Exa» es tan sólo una abreviación extravagante de «Alexander».

Exa señala con sus dedos índice y medio, de la misma mano que acaba de usar para desviar el rayo blanquecino, a la cabeza del chico:

—Suelta el arma —repite—. No puedes herirme. Te sobrepaso por mucho.

Hay una pausa salida del Lejano Oeste, intensa. A miles de kilómetros de distancia, en el Piso, el segundo aro medicinal de Exa cambia del modo «mantener saludable a un humano» de nuevo a «mantener el aire vacío» y disuelve el cuerpo ya abandonado de Exa a nivel molecular. El proceso lleva apenas un segundo. El aro impacta al clase D con un ding y gira hasta detenerse. Exa ahora está, acorde a la definición más razonable, en un solo lugar: sobre la ruta en Ruanda.

—No puedo decirte quien soy —dice Exa, respondiendo a una pregunta que de hecho no le han preguntado.

—Yo sé quien eres —dice el chico, y lo mata.

 

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