Nick Laughon ya es profesor. Recién comienza, apenas lleva un mes de trabajo y está lleno de motivación. Es el primer trabajo que ha tenido al que dedica una porción considerable de sus energías día a día. Es la primera vez que se va a acostar cansado sin haber hecho ejercicio pesado. Lo que significa que llega a casa antes que nadie. Hoy Laura lo está esperando.
—Hola —dice él, dejando caer una caja llena de rojos libros de ejercicios en el vestíbulo de facto del departamento y dejando caer una pesada mochila sobre ellos. Laura está en la sala de estar sentada, de cara a la entrada. En medio de ellos sobre la mesita de café hay un vaso lleno de un líquido efervescente incoloro que Nick da por hecho se trata de gin tonic. Las señales que percibe de Laura sugieren una elevada proporción de gin sobre agua tónica. La bebida, sin embargo, está sin tocar. Laura está frente a ella, sin beber. Con deliberada y resuelta ausencia de embriaguez. Está sumamente infeliz.
La última vez que Nick la vio fue hace más de veinticuatro horas. Su trabajo le ha exigido quedarse hasta altas horas de la noche, en más de una ocasión, pero que Nick no reciba un llamado y que Nick se despierte todavía en soledad la mañana siguiente es algo sin precedentes.
—¿Qué te ha pasado? —le pregunta.
—Me echaron del trabajo —explica Laura.
—¿Qué? ¿Por qué?
Laura no se mueve:
—Robé la tarjeta de acceso del CEO. Entré por la fuerza en un cuarto de alta seguridad en el sótano de las instalaciones. Accedí por la fuerza a un acumulador de maná secreto que Ed Hatt instaló hace ya más de quince años y me apropié de una cantidad de maná cercana a sesenta megawatts–hora del mismo. Y luego lo despilfarré por completo. Ed Hatt me pilló y desactivó el conjuro. Me despidió allí mismo.
Nick abre la boca, pero apenas puede producir sonido. Lo dejó atónito. Se frota las sienes:
—¿Por qué..? ¿Por qué hiciste todo eso?
—Había un conjuro que tenía que probar. Es que… sabes que esto ya ha pasado. Necesito probar cosas. No puedo dejar que una idea supure. Tengo grandes dificultades… en consultar con la almohada.
—Ya sé todo eso, Laura. Sé quién eres. ¿Cuál fue el conjuro? —pregunta Nick.
—No puedo ni decirlo —dice Laura—. Suena tan estúpido siquiera decirlo en voz alta. ¡Suena tan estúpido siquiera decir lo que estoy tratando de hacer antes de que haya conseguido nada! ¿Sabes a lo que me refiero? Bien al principio, cuando se descubrió la magia, las personas que la descubrieron tenían las mismas pesadillas. Es necesario para mí probarlo antes de anunciarlo y tengo que hacerlo antes de poder probarlo. Si tuviera éxito, si tuviera suficiente potencia, pues nadie quedaría riéndose y… y eso lo cambiaría todo. Literalmente todo. Pero me hace falta más potencia, y siento como si se me desenroscara la cabeza, como si tratara de abrir una caja de seguridad usando un soplete que estuviera guardado adentro. Ella se sabe todas las respuestas, pero a mí me hacen falta todas las respuestas antes de poder hablar con ella.
—Se trata de tu madre, todo esto —comprende Nick.
—Cuando conocí a Ed Hatt, me hizo un truco de ilusionismo —Laura saca la tarjeta de acceso falsa e intenta repetir el truco de Hatt con los dedos, pero no tiene la destreza necesaria y se le cae—. Y yo sabía, yo sabía que él no habría perdido mi tiempo con algo así a menos que la cosa fuera en serio. No era una novatada, él no es esa clase de persona. Pensé que había resuelto cómo hacer para traer una pequeña cantidad de masa en su mano de vuelta desde la estructura de Tanako. El único problema es que un humano pesa cien mil veces más que esto. El problema de equivalencia masa–energía es tanto más difícil. Así que se me ocurrió que quedaría impresionado si yo lo hacía funcionar a una escala macro. Como ese cuento en el que el docente presenta sobre la pizarra un problema no resuelto de matemática y un prodigio sentado al final de la sala vuelve la semana que sigue con el asunto resuelto, ¿sabes? Yo ya tenía listo todo este escenario de fantasía. Y creo que estoy perdiendo la cabeza.
Nick no le dice enseguida a Laura que no está perdiendo la cabeza. La observa a la distancia. Ella mira sin enfocarse en su trago, jugueteando obsesivamente con la tarjeta de acceso, doblando y doblándola. El material del que está hecha es más parecido al lino que al papel, diseñada contra el desgaste y para impedir su rotura. No se le forman arrugas.
—Me hacen falta los códigos Ra —dice Laura—. Necesito encontrar a Benjamin Clarke otra vez y… y partir su cerebro y ver qué hay dentro.
—Necesitas conseguirte otro trabajo —sugiere Nick.
—No quiero otro trabajo —dice Laura—. Quiero ese trabajo.
—Pues, ¡tal vez debiste buscar mi opinión antes de salir y perder la cabeza! ¡Estamos del mismo lado, Laura! ¡Debiste llamarme! Yo traté de llamarte.
—Estaba bajo tierra.
—Estabas asustada. Estabas asustada de decirme lo que ibas a tratar de hacer. Bien, adivina qué, yo sé lo que estabas tratando de hacer. Porque yo sé quien eres y de donde vienes. Y aunque no lo creas, no creo que sea una idea estúpida en un primer vistazo. Sólo que creo que elegiste una forma prematura, monolíticamente mala de llevarla a cabo.
—¿No te parece que ya estoy bastante enojada conmigo misma?
—No —dice Nick, con mesura.
Recoge el gin tonic y lo escolta de regreso a la cocina:
—Tú y tu bandada de amigas tenían un dicho en la universidad —le cuenta—. «Bebérselo hasta el final». Separaciones, resacas, exámenes. Nunca me he topado con un consejo más corto, peor, más densamente malo. —Prosigue al dormitorio por un instante. Regresa con cuatro zapatillas de correr—. Hiciste lo correcto al esperarme. Puede que sea la primera cosa correcta que hayas hecho en las últimas veinticuatro horas. Yo suscribo, como ya sabes, a un mantra diferente. Así que nos iremos a correr.
El camino que lleva a la cima de la colina de San Nicolás —a la que casi todos se refieren por «colina de Nick» y Nick se refiere a ella por «mi colina»— es de cinco kilómetros horizontales y casi tanto para ascenderla. Laura llega a la cima sin aliento, inestable y portando una cantidad sustancial de dolor. Nick está en una forma insoportablemente buena y se lo ha tomado como una mera caminata. El simbólico parque de la cima está desierto; ofrece una vista excelsa de la ciudad. El Sol está bajando a toda prisa, pero el Conocimiento preciso de Nick sobre los caminos locales y sus duraciones predice que llegarán a casa antes de que oscurezca, incluso si se viera obligado a llevarla a ella a cuestas.
Laura tambalea hacia Nick y apoya la coronilla contra su pecho:
—Respuestas… mono… silábicas —dice jadeando.
—¿Te sientes mejor? —pregunta Nick
—Noooooo —dice Laura, pero en realidad sí. Se acuerda de haber estado al uno por ciento del trecho de la primer ladera de un cerro figurado tan alto y negro como la misma perdición. En cambio, se siente bien llegar a una cima literal. Nada de joyería mágica, nada de brazaletes. A veces se olvida de lo pesado que es el equipamiento.
En cuanto a Nick, dejó en el camino todo su enojo. Él pregunta:
—¿Van a formular cargos en tu contra?
—No.
—Pues, no salió tan mal.
—Sí.
—… vas a empezar a buscar otro trabajo.
—Sí.
—Sin embargo, para ser sincero, te hace falta parar un poco.
Laura se encoge de hombros:
—Probable… mente.
—Y mientras tanto tendremos que hacer algunos malabares financieros.
—Sí.
Por un largo rato Nick posa la mirada en el horizonte y el Sol poniente.
—… ¿qué es Ra?
Laura no puede responder eso en una sola sílaba.
Magia Aplicada es una titulación vocacional. Ya se notaba que Benjamin Clarke pasaría a ser un mago profesional tras graduarse. En sus primeros tres años, se ocupó del mantenimiento de procesos taumoquímicos en una terminal gasífera al sur de Gales, pero al poco tiempo el desasosiego y las ansias de viajar se apoderaron de él. Con el visto bueno de la compañía madre, cambió el rumbo laboral y pasó a ocupar el puesto de ingeniero mágico en el monumental carguero de gas natural licuado TTN Plesio, en el que ha estado desde entonces. Benj no sale del fondo de la jerarquía de la ínfimamente escasa tripulación del buque, y seguirá allí abajo durante varios años más, pero él aprecia el trabajo encarecidamente. El ambiente laboral es intenso, la jornada es larga, el mundo es enorme, la ingeniería es desafiante y la magia es real de una forma que, para él, las tareas de laboratorio nunca llegaron a serlo. Realiza conjuraciones pesadas en una rutina diez veces más exigente que su entrenamiento. Además está perdiendo una cantidad inesperada de peso.
Laura se entera de todo esto de a bocados a través de amigos de amigos. Ella y Benj no se han visto ni han hablado desde la universidad y Benj pasa tres meses de cada seis en alta mar. Tarda más de una semana en ubicarlo por teléfono. Y él no quiere hablar acerca de lo ocurrido.
Laura insiste, una vez más, que él habrá de tener algo para ella.
Benj dice, una vez más:
—No recuerdo nada. Nunca he recordado más que nada.
—Pero recuerdas lo que sucedió entre el primer accidente y el segundo.
—Desde el principio, pues —dice Benj—. Lo que siempre he dicho: yo construí el campo de fuerza cónico. Yo construí los conjuros de oscilación que lo hacen funcionar. Eran juguetes toscos y poco prácticos, hechos para subir mis notas, no para cumplir con un fin. No funcionaban. Nunca encontré la forma de almacenar y reproducir sonido modulado. Eso te lo inventaste tú. Nunca desarrollé un conjuro autoenunciable. Eso te lo inventaste tú.
—No me lo inventé, Benj, vi como sucedía…
—Literalmente te haría falta una mente infinita. En el instante que pronuncias el conjuro, te haría falta tener la comprensión total del conjuro completo y de tu propio cerebro que conjura, lo que obviamente es imposible.
—No es imposible, Benj, eso es lo que significa la palabra quine…
—Nunca pasó. No me acuerdo de lo que pasó en la montaña. No recuerdo nada de lo que me hiciste.
—¡Nunca te hice nada! —protesta Laura.
—¿Y entonces por qué me llamas?
Laura duda por un instante. Inhala para responder al tiempo que Benj prosigue:
—Se ha terminado. Yo tengo mi vida, tú deberías conseguirte una. Haz la ingeniería inversa de mis conjuros si te hacen falta. Se suponía que eras la mejor maga de todo el mundo.
—Ya te dije…
—Si, me dijiste que no pudiste hacerlo. Me lo dijiste unas cuantas veces, como si se tratara de un elogio. Pues, bien por ti, supongo, por finalmente darte cuenta de cuándo hay que detenerse.
Laura se muerde el labio, buscando la manera de armar una oración que vaya a apaciguar a Benj, pero no lo consigue a tiempo.
Él concluye:
—No me vuelvas a llamar.
Natalie Ferno atravesó sus estudios universitarios a paso lento pero estricto. Tuvo por norma entender el ciento por ciento de Magia Pura antes de permitirse continuar adelante. Lo hizo así por un deseo digamos racional de no perderse nada: ningún principio importante, ningún detallito crucial. Lo vivió como estar corriendo sin moverse. Ahora tiene la licenciatura y está haciendo un doctorado, y por primera vez en su vida se topa con el progreso académico. Se siente ahora como una persona real. Es como si hubiera pasado cuatro años a resguardo de ser capaz. Ha cambiado su porte, anda un poco más erguida que antes.
Se encuentra con Laura en la estación de trenes y salen a caminar por la ciudad. Laura vino a conversar. Se la ve menos entera de lo que ahora es Nat. Pasó todo el viaje en tren con un libro abierto sobre la falda, mirando a través de él, sin pasar de página, pensando en cosas completamente distintas. Al parecer se ha olvidado de la tradición humana de decir «hola» y en cambio saluda a su hermana con:
—El maná residual se desposee. Dicho de otra manera, tiene dueño pero su dueño es el dueño nulo. Eso nos permite recuperarlo valiéndonos de un alias como nos enseñó Mamá. Pero el maná de formación natural es distinto. Al maná geológico natural lo posee el mago Ra. Eso lo torna no–redireccionable. El único gasto posible de maná natural lo puede realizar el mago de Nombre Verdadero Ra. El mago de Nombre Verdadero Ra es hipotético. Él o ella o eso no tiene por qué que existir. Hasta ahora todo lo que he dicho es fáctico.
Natalie alza una ceja extremadamente escéptica frente a esta última afirmación, pero no la interrumpe.
—Ahora, esto es lo que yo creo en base a lo que he visto: creo que «Ra» es un Nombre Verdadero de formación natural. Y no creo que eso sea algo completamente inaudito. Los Nombres forman un espacio de fase polidimensional, y es lógico que exista un origen para ese espacio. Un punto ideal se formaría allí, como en un cristal. O como una nube de gas que colapsa por gravitación hasta que empieza a brillar. Creo que eso tiene sentido. Desde luego, esto nos enfrenta a uno de los Problemas No Resueltos: cómo haces para robar el maná que posee alguien más. Lo que me lleva al segundo asunto que he descubierto. Intenté suplantar a Ra, obviamente. No lo conseguí. Fracaso al cincuenta por ciento. Intenté los usuales trucos y no resultó. Intenté los trucos ingeniosos que nos enseñó Namá. Nada resultó. Ello sugiere que lo que está ocurriendo es lo mismo que sucedería si me encontrara con otro mago de Nombre Dulaku e intentara conjurar: el conjuro se aferra a las reservas de maná del otro sujeto y falla por una incongruencia. Es más, la probabilidad de falla pareciera equivaler al cincuenta por ciento exactamente con un muy bajo margen de error lo que implica que no solamente hay un mago de Nombre Ra a mi lado cada vez que intento conjurar bajo el alias de Ra sino que además este o esta o «eso» mago puede ser de formación natural, al igual que el Nombre Ra y al igual que el maná bajo ese Nombre. Se trata de un mago virtual o encarnado de Nombre Ra que en teoría tiene acceso a cerca de cien millones de veces más de potencia que ningún humano viviente. Ello no pierde coherencia con las teorías de magia profunda que están actualmente en boga. Así pues la gran cuestión por responder es… ¿Cuál es la naturaleza de este mago? ¿Quién o qué es él o ella o eso y de qué forma puedo ponerme de su lado que no sea por medio de infinitamente enrevesados e incomprensibles conjuros quine?
—Eres una idiota —dice Natalie.
—¿Qué?
—Nick me lo contó todo. Él es muy atento como para insinuar que lo que estás tratando de hacer es una locura. Él no sabe lo suficiente acerca de la magia como para formarse una opinión. Yo sí. Lo que estás tratando de hacer es una locura. ¿Quieres saber qué es lo que estás haciendo mal?
—Eh…
—No estás poniendo nada por escrito.
—Eh…
—Esto no se trata de una mística aventura. No eres la protagonista. Estás presenciando y haciendo cosas que tienen un profundo efecto emocional sobre ti. Estás siendo irracional. No estás pensando correctamente, a fondo, ni resolviendo las cosas. Te encaminas en aritméticas mentales en lugar de las aritméticas de papel y te estás guiando por el instinto en vez de resultados trabajados, evaluados por pares. Eso no es buena ciencia.
—Pero estoy en lo cierto.
—No me importa cuán acertada creas que estás. ¡Ni siquiera me importa lo cierto que yo crea que estés! Lo que yo quiero de ti es ver un trabajo escrito en LATeX. Tienes que demostrar tu trabajo, porque en tu obra hay demonios sueltos.
Laura se aferra al pequeño pero crucial trozo de información que Natalie ha dejado escapar:
—¿Tú crees que estoy en lo cierto? —le pregunta.
—Yo creo que entiendes muy bien que no tiene importancia lo que yo crea.
—¿Pero sí crees?
Natalie no dice nada.
—Crees que tengo razón.
—En ausencia de datos firmes que sostengan ninguno de tus disparates, me veo obligada a atenerme a la hipótesis nula. De esta forma es que se supone que funcionan las cosas.
—Pero tienes una sospecha —Laura empuja con el dedo a su hermana—. Tú tienes algo de evidencia.
—No tengo nada de evidencia todavía —dice Natalie—. Tengo datos. Hasta que los datos sostengan una conclusión no son evidencia, son sólo datos. Y no tengo suficientes datos.
—Tienes que contarme —dice Laura.
Natalie hasta ahora ha evitado deliberadamente revelar el asunto de sus estudios de doctorado a nadie ajeno a la universidad, incluyendo a su hermana y su padre, y ha contenido la información bajo un grupo notablemente selecto incluso dentro del departamento de Magia Teorética. En parte, esto no es más que otra faceta de la tendencia general que tiene Natalie de ser callada, introvertida y de su deliberada higiene de información: no compartir por el mero hecho de compartir, simplemente porque a la información liberada no se la puede volver a capturar. En parte, también se debe a que hace unos años a Laura la atacaron cuatro hombres y casi la asesinan. Es posible que Laura haya sido un objetivo intencional. Es posible que su objetivo intencional haya sido Natalie pero que los sujetos se hubiesen confundido entre Laura y Natalie. Hasta es posible que los sujetos hayan querido disuadir o suprimir la aparentemente incomprensible e inútil investigación teorético–mágica de Natalie. La probabilidad de que todas esas posibilidades fuesen realidad es magra, pero Natalie la considera suficiente como para que valga la pena preocuparse por todas ellas, aun pasados muchos años en los cuales aparentemente las han dejado de molestar a ella y a su hermana.
De ninguna manera será por la naturaleza misma de su investigación, para la cual Natalie no consigue anticipar alguna clase de valor práctico ni mundano.
—Estoy investigando la magia espacial —dice.
Laura se regocija:
—¡Magia espacial!
—No se parece en nada a lo que has estado haciendo —explica Natalie—. Astrofísica teorética: tomé las ecuaciones de la magia e intenté calcular lo que sucede en condiciones extremas. Me refiero al extremo de un núcleo de estrella de neutrones, al extremo de la degeneración de electrones. Condiciones que no podríamos duplicar aunque usáramos todo el maná de la Tierra. Lo que descubrí es que hay ciertos tipos de supernovas, una supernova de cada trescientas o cuatrocientas supernovas, que también debería generar magia. Enormes cantidades de magia. Tantas como para que las emisiones ji fueran visibles desde la Tierra. Lo único que te haría falta es un telescopio óptico adecuado más un oráculo de alta fidelidad adecuado encastrado en su extremo.
—¿Y?
—Como dije, todo lo que tenemos ahora mismo son datos. La comunidad astronómica entera observa alrededor de mil supernovas al año, pero eso es a través de una docena de proyectos de observación diferentes. Hasta ahora solamente hemos configurado dos telescopios y solamente han estado recabando durante siete meses.
—Lo que te proporciona alrededor de ciento noventa y cuatro observaciones —adivina Laura.
—Menos.
—Y aún sin positivos —adivina Laura.
—Así es. Pero a eso me refiero. Es muy pronto. Las conclusiones como estas son conclusiones que toman tiempo en llegar. Los datos tienen que apilarse con el tiempo. Y todo el rato estoy comprobando mi investigación y otros magos están comprobando los instrumentos y las conjuraciones.
—Conclusiones como ¿qué?
—… apresuradas.
—Como… que la magia no sucede en el espacio —dice Laura.
—Es como dije: tienes que calmarte.
A la mañana siguiente, Laura se abalanza sobre el reloj alarma y lo silencia antes de que haya podido emitir más de un bip. Nick, de espaldas a su lado, yace de costado. Ella observa su nuca durante un minuto, asegurándose de que siga durmiendo. Observa su hombro subir y bajar y hace algunos cálculos mientras intenta no caerse dormida de nuevo. Luego, todavía por demás completamente quieta, estira el brazo y recoge un anillo Montauk de su mesita de luz, donde lo dejó la noche anterior mientras volcaba en él la carga del día entero, su última acción antes de dormir. Además recoge un segundo aro —un brazalete— y un par de anillos digitales, los que pone en su dedo medio derecho, todo sin mirar ni cambiar de posición.
Nick ni se inmuta. Inhala y exhala.
Laura aprieta el Montauk con su mano y lo coloca bajo su almohada, para que su luz no la enceguezca ni despierte a Nick. Fija su mirada en él y oye el cambio arremolinado de orientación en sus oídos al tiempo que murmura las palabras necesarias, tan suavemente como pueda sin dejar de enunciar con la claridad suficiente para que se active el conjuro. Bajo su almohada, se inicia una máquina de rayos Dehlavi.
Ella no se da cuenta pero Nick despierta un segundo antes de que ella finalice. Pero ya es demasiado tarde para que él haga nada con respecto a lo que está por suceder.
El mundo gira noventa grados rectos y los empapa a ambos con frialdad, como si les acabaran de arrancar la frazada.
Laura casi se cae, pero se sujeta de algo a su alcance. Cuelga de una veleta a la cima de una puntiaguda torre en el centro de su castillo de la memoria. La veleta es de metal, está afilada y fría, y le lastima la mano. Y además empieza a doblarse. Con cuidado, se deja caer al techo hacia el angosto y muy corto camino circular que bordea este techo de la torreta más alta.
En los edificios a sus pies, ella podría pelar los ladrillos como una cáscara y ver sus memorias conservadas en cajas de vidrio, como fotografías satelitales del pasado. Está el segmento de montaña negra e incandescente, y la rolliza nave espacial blanca, y las otras puertas bajo llave y la persona de vidrio. Hay sistemas en construcción, proyectos en curso. El dicho dice: «Consúltalo con la almohada»; éstos son los pensamientos que ella consulta. Y por encima de su cabeza, la galaxia de rayos Dehlavi está girando sin ofrecer ninguna ayuda para orientarse.
Desciende con suma prisa el camino circular en sentido horario, y de inmediato se topa con alguien que viene en dirección contraria. Es Nick.
—No sé qué es lo que está sucediendo —dice él.
Lo dice genuinamente. Laura tiene el sueño de Tanako una vez a la semana; lo extrañaría si dejara de ocurrir. No forma parte de su psicosis, es un componente rutinario de su mundanidad, como tener sueños normales y cuidar de su cabello y limpiar el inodoro. Pero ella nunca trae equipamiento mágico a la cama. Para empezar, existe el riesgo —si bien ínfimo— de vocalizar un conjuro al azar; por otra parte su equipamiento consiste en su mayor parte de metal frío e incómodo. Un cambio a Tanako sin que haya magia por detrás es lo mismo que una ilusión holográfica de papel, sin energía que le provea de peso o importancia. Un cambio a Tanako sin una fuente de potencia no es más que un confuso programa de televisión en la cabeza de un mago durmiente. Así pues, Nick nunca ha estado aquí antes.
Un cambio con potencia, sin embargo, lleva consigo cierto peligro. No sólo peligro, lleva consigo a cualquier espectador. Además de consecuencias invariables.
—Ya he hecho esto antes —dice Laura, aparentando confianza en sí misma.
—¿A propósito? —pregunta Nick, y es la pregunta crucial. Laura la ignora, dando un paso atrás, dejando espacio entre ambos.
Nick corre a ella, preocupado:
—Laura, ¿qué estás haciendo?
Laura se aleja más de él. El camino alrededor del parapeto de la torre, que antes solía ser un círculo de sólo dos metros de ancho, se expande para dejarle el lugar que le permita escapar a la vuelta de la esquina. Se da la vuelta y pronto está a la carrera, fuera de vista de Nick, quien continúa persiguiéndola. A esta altura, Laura hace la cosa que venía intentando. Y así como así, alcanza a Nick por atrás. Está ahí parado, dándole la espalda. Ella lo hace girar para confirmar su identidad.
—¿Laura? —pregunta él.
Detrás de ella, se escuchan pasos a la carrera:
—¡Laura! —grita una voz idéntica, distante.
Laura sonríe irónicamente pero no mira hacia atrás. Los pasos ya no se están acercando. De hecho, están aquietándose. Y no es porque su novio está corriendo en la dirección equivocada. Es sólo que ella no quiere que la encuentren. El espacio entre ellos se estira cada vez más rápido de lo que él puede recorrer físicamente, y él no sabe cuál es el truco para saltar de un espacio a otro.
Laura toma por el brazo al duplicado del hombre frente a ella, y lo gira para que le dé la espalda, haciendo una mímica de la realidad. Ella dice:
—Aquí vamos.
El mundo gira hacia la izquierda una vez más y Laura rompe limpiamente su propia línea de concentración, haciendo un perfecto alto en el conjuro sin atollarse. Está acostada detrás de Nick todavía en su cama, con los anillos mágicos una vez más inertes. Nick inhala y exhala una vez más sin inmutarse, pero ella se da cuenta sólo con sujetarlo de que está totalmente despierto. Y está sonriendo.
—Esa fue una idea extraordinariamente mala —dice él. No hay tono de contrariedad. Pareciera no ser más que una divertida observación.
—Él va a estar a salvo —dice Laura—. Desviar cuerpos es algo que todavía no puedo hacer, pero desviar mentes ya lo he hecho tres veces y puedo hacerlo una cuarta vez cuando quiera. Nick está a salvo. Pero yo sinceramente no sé si puedo traer a Mamá de vuelta. Y no puedo aceptar no saberlo.
»Quiero una forma más profunda de magia. Quiero sobrepasar a mi madre por diez veces más. Quiero que me expliques este sistema. ¿Has comprendido?
—… sí.
—¿Quién eres tú? —solicita.
—Soy Ra —dice Ra.