La Magia No Es

Antes

Cuando un hombre y su interés amoroso se encuentran por primera vez en un contexto de rivalidad, se supone que ocurre lo siguiente: él demuestra una confianza excesiva; ella demuestra ser mucho más competente que él; ella lo pone en evidencia, con resultados tan vergonzosos como hilarantes; él —y cualquiera que estuviese mirando— queda impresionado mientras encuentra que ella es descarada y capaz y que puede valerse por sí misma.

Sin embargo es muy pronto en las vidas de Nick Laughon y Laura Ferno, y ninguno de los dos puede aún valerse por sí mismo. Están en el primer año universitario y es su primer lección de «Bojutsu para Principiantes». Cada vez que ella le acierta un golpe ambos sueltan las varas de bo, y cada vez que él intenta toda clase de ingeniosos trompos —mientras su instructor (el cual no lo aprobaría) está mirando hacia otro lado— pierde el control y se golpea en el estómago. Toda la lección consiste en incómodas posturas, anunciados movimientos y descoordinadas caídas. Por fortuna, la primer etapa en cualquier arte marcial consiste en aprender a caerse. La segunda etapa consiste en no sentirse inútil por caerse una y otra vez.

Nick se anotó en la clase porque un grupo de amigos suyos quería anotarse. Tras el final de la lección, invita a Laura a ir a un pub con su banda de amigos. Resulta que a ella ya la habían invitado al pub, y ya había accedido. De hecho ella ya los conoce a todos con excepción de Nick. Ello se debe a que, salvo Nick, todos cursan ingeniería táumica o son estudiantes de magia teorética. Ya llevaban una semana y media cursando juntos teoría de magia elemental.

«¿Eh…?».

Así que Nick, un mero estudiante de lengua y literatura, acompaña al margen la animada y altamente técnica conversación que los demás llevan adelante, escuchando, consternado. Observa cómo tañen los brazaletes de Laura a medida que sacude las manos mientras habla. Ella lo intriga. La mayoría de los magos, incluyendo a todos sus amigos magos, son varones. Y los anillos mágicos y todas las otras pequeñas herramientas de la profesión mágica en verdad son herramientas. No conoce mago alguno que lleve puesto más que unos pocos anillos encastrados en un llavero o en una efectiva caja de herramientas. Siempre pensó en ellos como en arandelas y juntas mecánicas y tuercas y pernos. Jamás pensó en considerarlos alhajas.

Comprende al fin por qué a los magos les puede interesar el bojutsu, y se siente estúpido por no haberse percatado de ello antes. Los anillos mágicos no son ni la mitad del asunto. Un mago bajo entrenamiento es una persona que tiene intención de pasar la mayor parte de su vida adulta moviendo una vara mágica para ganarse la vida, y una vara mágica es un poste de metal de casi dos metros de largo que propele y presiona al maná para darle la forma buscada.

Nick Laughon tiene 18, es de mediana estatura, pelo enrulado y candidez en el rostro. Ya atardece a principios de otoño, y por eso está oscuro y hace frío, pero él lleva puestos un par de shorts sin importar el clima ni la estación. Va en bici adonde sea. Si tiene que ir a un lugar que es inaccesible sobre ruedas, corre hacia allí. Las cosas sobre las que no pueda correr, las trepa. Se pasa el tiempo leyendo y al parecer comiendo sin parar, reponiendo las energías gastadas; todos sus libros están llenos de migas. Ama el cine y la música y la cerveza y el deporte y aprender cosas nuevas de las que no sabía que existían. No tiene definición para lo que sea que esté por fuera de lo que ama. Es como si nunca le pasara nada malo. Su personalidad es pura, nítida y dorada.

Laura Ferno tiene 18 y una feroz inteligencia. Cuando Nick pone un asiento a su lado y encuentra un tema de conversación con ella, ella le causa la impresión de ser una chica que está en el instante previo de la largada a la pista de carreras que será su vida. Su intención es hacer historia; pretende aprender literalmente todo lo que existe sobre la magia en el transcurso de tres años, y luego sostener el ritmo de descubrimientos en lo que le dure su vida. Si en verdad tiene el talento para conseguir tal cosa eso no es algo que Nick pueda juzgar, con apenas tres horas de conocerla, pero nota su determinación y su certidumbre. Ella le habla en detalle acerca de teoría de la batería de Montauk, de fundición por vías mágicas, de los Tres Problemas No Resueltos y de su madre, una dotada maga que le enseñó a Laura todo lo que sabe. Laura tiene planes para el futuro.

Así que beben Greene King IPA y gin tonic respectivamente, y mientras tanto la velada y la cháchara se ponen cómodas y se arrebujan porque esto va para largo. Es el principio de algo, aunque exactamente de qué no lo sabrían decir pues no les resulta nada obvio. Tiempo más tarde, ella va a ceder en la escala de sus ambiciones —un tanto— y él va a conseguir una mejor comprensión de la realidad y de lo mal que a veces pueden salir las cosas. Y la relación crecerá pacientemente, como un álbum de música particularmente bueno, de la clase que no suena tan bien hasta que se lo escucha por tercera o cuarta vez. Para cuando uno de ellos comprenda que tendrían que haber empezado a llevar la cuenta de los días (Nick va a darse cuenta primero, pero será Laura quien lo traiga a colación) ninguno va a recordar exactamente en qué momento comenzó.

*

Precisamente seis meses después están otra vez en el pub. Nick aún no logra que Laura intente adoptar el punto de vista de la cerveza amarga. Él comerá o beberá lo que sea, sin importar lo que eso fuese o soliera ser, en qué se lo haya cocinado ni de quién fuera el plato en el que está servido. Las personas que tienen la audacia de expresar preferencia alguna le resultan cobardicas y no para de burlarse de Laura por negarse a beber una bebida de verdad.

Así que siguen siendo las mismas dos bebidas, y hasta ahora son solamente ellos dos; puede que aparezca alguien más pero se han mostrado perezosos y ambiguos al ponerse de acuerdo. De hecho casi que son solamente el uno de ellos. Nick siente que es la única persona que califica como «presente», porque Laura ha pasado los últimos cinco minutos dándole vueltas a los controles manuales del televisor montado en el rincón superior del salón, tratando de hallar qué canal está transmitiendo desde Florida el lanzamiento del Transbordador Espacial. Es una maniática de los lanzamientos de Transbordadores. El de hoy ha sido fácil de encontrar, pero las operaciones de la NASA no se ajustan a ninguna fecha en particular, y de todos modos, aun si lo hicieran, le quitarían a Laura cinco horas, así es que cada tantos meses ella falta a una clase o a una supervisión o lección de bo, se queda despierta hasta las dos o se levanta a las cuatro, lo que haga falta para poder estar frente a un televisor en el momento preciso.

—Aquí está —dice ella cuando lo encuentra, sentándose otra vez y preparándose para el espectáculo, y aún sin estar «en el salón» de ninguna forma real. No hay sonido, pero el cohete en la plataforma resopla visiblemente en anticipación, soltando vapores de agua y oxígeno líquido. La cuenta regresiva se ha pausado en T menos veinte minutos. Es una pausa de rutina. Laura ya se ha memorizado toda la secuencia desde el criollenado de los tanques hasta el apagado del motor principal en pleno vuelo. Si Nick observa sus ojos cuidadosamente en medio de la cuenta regresiva, casi que puede ver los grandes bancos de luces pasando de rojo a verde.

—Todavía no lo entiendo —dice Nick—. ¿Es eso algo de la magia? ¿No es acaso el enésimo lanzamiento de un Transbordador y no los has visto a todos?

—El quincuagésimo sexto, uno en persona, treinta y ocho en vivo por televisión —dice Laura—. Pronto serán treinta y nueve. El conjunto entero.

—¿Y es algo de la magia?

—La primer generación de Transbordadores se antecede a cualquier clase de capacidad seria de modelación mágica —dice Laura—, así que dejaron que toda esa tecnología se quedara en el armario por motivos de seguridad. En aquel tiempo no la comprendían lo suficientemente bien. O sea, la magia de hoy en día es muy predecible, porque tenemos teorías sólidas acerca del movimiento de la magia y tenemos simulaciones que modelan adecuadamente el flujo de maná en tres dimensiones. Pero todo eso ocurrió a finales de los setenta. Te sorprendería lo atrasada que es esta tecnología espacial. ¿Sabías (tienes que saber esto) que tu reloj de pulsera tiene un microprocesador más potente que el que llevaba el vehículo lunar Apollo Rover?

—¿Mi reloj, o cualquier reloj? Este es bastante sofisticado.

—El tuyo. Por ahí no tanto si hablamos de un Casio de ocho libras. Pero es el mismo asunto con las computadoras del Transbordador. Te dejaría atónito. Pero tiene sentido cuando consideras lo fanático que hay que ser en medidas de seguridad a la hora de hacer volar cohetes espaciales que transporten personas. Creo que tienen un dicho, o si no lo tienen deberían tenerlo, que dice: «Si no está roto, arreglarlo puede poner en peligro a la misión». Si no está roto, no… no mates a las personas.

—Y es por eso que ahora hay un Transbordador Espacial II —dice Nick.

—Sííí —dice Laura—. Que es un diez por ciento más ligero porque lleva una lámina táumica aislante, y también porque tiene controles de altitud de anillo–y–sello, y… una cantidad de otras cosas que no querían acondicionar a una nave existente.

—¿Ya hubo un lanzamiento de Transbordador Espacial II, y si no…?

—Todavía no, por algunos años más —dice Laura.

—¿… y también vas a mirar esos lanzamientos?

—No lo sé —dice Laura.

—No me respondiste a la primera pregunta —dice Nick.

—¿Cuál pregunta?

—Mi primera pregunta. Porque el viaje espacial está bueno y todo eso, pero casi te pierdes un examen de fin de semestre el año pasado.

Laura no responde.

—¿Estás esperando que suceda otro desastre como con el Atlantis? Porque ese fue el momento «recuerdas dónde estabas cuando…» de nuestra generación. ¿Quieres ver cómo explota un Transbordador en vivo?

—No —dice Laura, con la mirada hundida en su trago. Y añade—: Yo ya lo vi una vez. —«Pues aquí vamos» piensa ella.

Hay una pausa.

—¿Viste el desastre del Atlantis en vivo?

—Sí.

—Momento, ¿en vivo en la TV o en vivo en persona?

—Estábamos ahí —dice Laura.

—¿Estaban? ¿Tú y tu familia? —Laura asiente—. Tendrías, ¿qué, catorce? —Asiente de nuevo—. Momento. Un momento. —Nick se da cuenta de que aquí hay un asunto importante. Realiza cierta aritmética mental.

Laura espera, sujetando su vaso con ambas manos, desenfocando la mirada. ¿Hace cuánto que quiere contarle esto y no se anima? Y todavía no sabe qué más decir tras las primeras palabras.

—¿Fue por eso que se murió tu madre?

La cuenta regresiva retoma su curso. Diecinueve minutos, cincuenta y nueve segundos.

—No lo sé.

Cincuenta y ocho. Cincuenta y siete. Cincuenta y seis.

*

Es diciembre del año 1993 y el programa «Sistema de Transporte Espacial» nunca antes ha fallado. Diseñado como un sistema de lanzamiento de cargas pesadas, se estima oficialmente que el Transbordador Espacial tiene una inimaginable probabilidad de falla de la misión, equivalente a una en 60.000. Tiempo más tarde se revelará que la verdadera cifra ha sido siempre una en 60, luego de poner en consideración los descuidos, la cultura de laxas prácticas de seguridad y un sistemático exceso de confianza administrativa. Esta última siendo consecuencia más que nada del impecable historial del Transbordador. El programa STE tiene fisuras y es inseguro. En gran medida es inseguro debido a que todo el mundo cree que es seguro. Está a punto de fallar porque nunca antes ha fallado. El titular del día de mañana pondrá: «PERDIDOS».

A las 10:08:08 del 17 de diciembre, transcurridos T+45,5 segundos de la misión Transbordador STE–77, un trozo considerable de hielo se desprende y da de lleno en el sistema de combustible del Transbordador Espacial Atlantis. Había hielo allí porque, mientras se llenaba el Tanque Externo, el sistema de carga de combustible estuvo accidentalmente expuesto al aire exterior. Dos de los tres motores principales del Transbordador quedan destruidos de inmediato. El controlador de vuelo en seguida da la orden «Abortar RSLS»: Regresar a Sitio de Lanzamiento STE. A esta altura, el Atlantis todavía sigue conectado a dos mucho más grandes Cohetes Impulsores Sólidos. Una vez que han arrancado, los CIS no pueden apagarse, de modo que continúan con el impulso hasta el momento de desacoplarse, en regla, a la marca de T+123 segundos. Luego, la nave y el Tanque Externo, todavía conectados uno al otro, cabecean adelante y se enciende el único motor que les queda en la dirección opuesta, cancelando las velocidades delantera y ascendente y acelerando otra vez siguiendo la ruta de vuelo. El plan es el siguiente: tomar un curso y trayectoria satisfactorios de regreso a Florida; balancear y enderezarse; desconectar el Tanque Externo; y planear hacia la pista de aterrizaje designada en el sitio de lanzamiento, la cual está preparada para esta clase de eventualidad. Este plan es extremadamente arriesgado por sus numerosas variables, siendo la más destacable que lo que fuera que anulase a los otros motores principales bien pudiera anular al tercero. Sin embargo, es el mejor y el único plan concebible, y el único que ha sido preparado de antemano. En realidad nunca antes se ha ejecutado una interrupción RSLS, pero sí ha ocurrido diez mil veces en simulaciones: el piloto y los seis tripulantes ya están tan listos como cualquier ser humano pueda llegar a estarlo. Si hay algo que puede ir bien, helo ahí.

A T+181 segundos, el último motor con vida del Atlantis se apaga. Un nuevo trozo de hielo atraviesa el sistema de turbo–bomba, el cual quedó arruinado y ahora pierde oxígeno líquido e hidrógeno hacia el aire libre. El vehículo se encuentra a 35 kilómetros de altitud y está casi a 50 kilómetros del punto de partida, aún ganando distancia de la pista de lanzamiento a más de 1.600 kilómetros por hora, boca abajo, sin potencia propulsora y en caída libre, como piedra arrojada al viento. Se ha acabado la misión. No quedan más modos de interrupción. No puede abandonar su trayectoria, no hay chances de cruzar el océano en dirección al sitio de aterrizaje transatlántico de respaldo, y no hay funciones de salvamento de la tripulación. Dentro de un minuto, Atlantis alcanzará la altitud máxima. Cinco minutos más tarde, se estrellará contra el Atlántico. Morirán todos a bordo. Y todos en la teleaudiencia y todos los que están escuchando por radio y todos los espectadores en tierra firme van a quedarse allí parados cuando ello ocurra. Con excepción de una persona.

—Doug —le dice Rachel Ferno a su esposo, y lo sorprende al besarlo cuando él se gira para mirarla—. Te amo —le dice—. Kasta anh sukudat mirsii. ¡Chicas!

—Rachel, ¿qué estás…? —empieza a preguntar Douglas Ferno, y se detiene, distraído, a medida que las cinco piezas de la vara mágica de dos metros de largo de Rachel saltan de su mochila y se atornillan una a otra flotando en el aire. Este truco aparentemente sencillo lo deja mudo del asombro. Ya ha visto a su esposa hacer magia antes, y ya ha visto la vara un millón de veces, pero nunca la ha observado ensamblarla de un modo que no fuera manual, laborioso, tomándose por lo menos un largo minuto cada vez. Él es un tesorero, no un mago, pero tiene la idea de que para escribir un conjuro como este hace falta por lo menos un mes y otro más para ponerlo en práctica, porque hay que repasar una lista de fallas posibles que han de controlarse. ¿Cómo es que las piezas saben de qué modo salir de la mochila? ¿Cómo es que eligieron un punto en medio del aire para ensamblarse? ¿Cuánto tiempo deberá esperar la vara ensamblada antes de ser sujetada? ¿Qué sucede si solamente hay cuatro piezas, o si la mitad de ellas están atascadas detrás de un muro?

Laura y Natalie, adolescentes, no se dan cuenta del tono urgente cuando Rachel las abraza juntas, una en cada brazo, y les dice «las amo» una vez más. Lo dice de un tono ambiguo, a mitad de camino entre «las amo: y nos volveremos a ver en un rato nada más» y «las amo: por siempre adiós».

Eset kasta oerinuum OOLO —añade, lo que abre un suministro de oxígeno. No está bien ajustado: le sacude los cabellos hacia abajo como un huracán invisible y enfocado. Sus ropas se agitan por la ráfaga y el césped debajo de ella se aplasta en todas las direcciones. Pero ya no hay tiempo para hacer correcciones. He aquí los componentes más importantes—: Sedo oerinuum INKEH sedo MOMEH. ¡Kasta esduq jachta!

Douglas Ferno no puede reconocer la formulación; las palabras lo inundan. Para Laura y Natalie la cosa va peor. Ya poseen suficientes conocimientos mágicos como para comprender que lo que su madre está haciendo es o bien un absurdo, o tan por encima de la vanguardia de la magia moderna que hasta podría consistir en… pues, lo que sea que venga después. Rachel Ferno acaba de iniciar un par de conjuros de transducción de alto rendimiento con una complejidad casi fractal. Es más, brillan tanto como el sol. Para una mente sintonizada, son enceguecedores. ¿Quién acaso puede manejar conjuros así de avanzados? ¿Quién puede siquiera imaginarlos?

Los pies de Rachel Ferno se elevan a unos pocos centímetros del suelo. Mueve sus manos como hablando por señas, distribuyendo controles virtuales hacia puntos en el espacio de modo que ella pueda alcanzarlos. Se está construyendo una cabina de vuelo virtual. Y lo está haciendo usando tan sólo gestos manuales y anillos en sus dedos. Y ahora ni siquiera está pronunciando palabras:

—Mamá, ¿qué estás haciendo? —grita Laura. Ella y Natalie ahora pueden ver luminosos colectores de maná cerrándose alrededor de su madre, como una armadura ornada.

Douglas Ferno ya no puede más: intenta tomar a su esposa pero lo detiene el campo de fuerza invisible:

—Rachel, ¿qué está pasando? —Y hace bien en quedarse confundido, porque los campos de fuerza más pequeños y más simples que existen en el mundo requieren de un módulo portátil del tamaño de una motocicleta tan sólo para proyectarlos, y definitivamente no pueden ser curvos. Nada de lo que está haciendo es posible—. ¡Rachel!

Rachel estira su mano derecha y recoge la expectante vara, suspendida en el aire:

—Pues aquí vamos. —Tan pronto como la toca, hay un único pulso de luz real, como el flash de una cámara. Y luego está en pleno vuelo, siguiendo el rastro de la nube del escape, hacia el mar y la nave cayendo en picada.

*

Desde luego que hay testigos. No es posible avistar un lanzamiento del Transbordador desde un buen sitio sin tener compañía; la ubicación de los Ferno está en un parque abarrotado de Titusville. El hecho de que Rachel Ferno acabase de desaparecer, eso la policía está lista para creerlo. Pero ¿que haya desaparecido en dirección del mar, en medio de un lanzamiento de Transbordador? La patrulla costera acata la notificación con total seriedad y una búsqueda comienza. Pero hasta las personas que lo vieron suceder —incluso aquellas que tienen evidencia fotográfica— no terminan de creer que se haya ido volando.

Un ser humano no aparece en el radar. Un ser humano a una distancia de 65 kilómetros en el aire es una mota de polvo que no se puede captar en ninguna grabación en video.

A T+318,9 la fuga de oxígeno líquido y de hidrógeno por fin prende fuego, haciendo estallar el Tanque Externo. El compartimiento de la tripulación de la nave sobrevive a la explosión y golpea al Atlántico casi intacto, pero queda pulverizado por el impacto, y con él sus ocupantes.

La NASA recupera siete cuerpos de la zona del accidente.

*

(Nueve minutos ya).

—¿Y eso es todo?

Laura se encoge de hombros.

—¿Y qué pasó…? Laura, ¿qué sucedió?

—¡No lo sabemos! Nos quedamos en Florida durante un mes, esperando más información. Y nunca la hallaron. Ni la policía, ni la patrulla costera, ni la NASA. Si es que la NASA estuvo en búsqueda de un octavo cuerpo, lo que dudo. No sabemos qué pasó. No sabemos con certeza si lo que intentó hacer es salvar al Transbordador. No sabemos si de verdad está muerta. Está desaparecida desde… bueno, no lo suficiente. Dentro de algunos años podremos declararla legalmente fallecida. ¿Eso te responde la pregunta?

—Cielos —dice Nick, y mientras piensa le da un buen trago a su pinta. Y al terminarlo, dice—: No. No lo hace.

»Amabas a tu mamá. Pero cuando me hablas de ella siempre suena como si hubiese sido mitad profesora y mitad rival. Te enseñó todo lo que sabes acerca de la magia, a ti y a Natalie, e iban de camino a alcanzarla y en algún momento a sobrepasarla. Sin dificultad. Y cuando por fin llegaban a ser sus contendientes, ella tiró de la alfombra bajo los pies de ambas. Hizo siete u ocho cosas por completo imposibles frente suyo, cosas de las que nunca se había molestado en explicar que eran posibles, y luego salió volando sin contarles qué cosa hizo ni cómo la hizo. Las dejó sin idea alguna de cuántas otras cosas se estaba reservando, o quién de hecho era ella, pues al último segundo, se…

—Es como si se hubiera quitado la máscara de mamá–barra–esposa —dice Laura—. «He aquí quien de veras soy. Soy un endemoniado Titán, soy una diosa–bruja táumica encubierta y puedo hacer lo que sea. Adiós».

—Era como una verdadera ilusionista…

—… que nunca revelaba sus trucos —dice Laura—. También se me ocurrió esa interpretación. Pero, y estoy segura que ya lo he mencionado, la magia es el campo de la ciencia peor nombrado que hay. Es un pésimo y estúpido mote para una física genuinamente nueva, y le quedó pegado, y ahora todo el mundo detesta al hombre que lo designó. Incluido él mismo. La magia no es mágica. Es un área de la ciencia. No te guardas los resultados. No a resultados como ésos.

—Así que no es que sigues los lanzamientos porque temas que haya otra falla en el despegue y quieras convertirte en quien pueda impedir que ocurran —dice Nick.

—No.

—Y no los sigues porque la extrañes.

—No.

—A pesar de que la extrañas.

—Sí.

—Y ciertamente no deseas en secreto ser como tu madre.

—Dios, no.

—Pues no lo entiendo. Te hizo enojar. Nada de esto es otra cosa que un mal recuerdo. ¿Qué es lo que quieres?

—… lo que yo quiero es que vayamos al espacio ya mismo —dice Laura. Se quita algunos brazaletes y los hace dar vueltas de un dedo a otro—. Solamente nosotros dos. Podríamos salir por esa puerta y nos tomaría unos diez minutos llegar allá, derecho hacia arriba. Solamente me hacen falta las palabras indicadas. Quiero auto–cinética, interfaz aérea, el conjuro de bomba de fluidos que usó para el O₂, conjuración no–vocal, HLQP*, escudos dinámicos, y lo que fuera que estuviera usando como fuente de maná. Para comenzar. Quiero todo eso y quiero ser la primera persona en ir al espacio sin un vehículo. Hoy mismo, si es posible. Y después de eso, mucho más.

»La magia no es la Fuerza. No es una cosa mística, es teoría de recalibración. Puede explicar las observaciones. Es, en el fondo, una colección de ecuaciones diferenciales no lineales parciales crudas, insulsas, de las que se sabe no son enteramente precisas. La magia no nos habla ni obedece a nuestros deseos. Hacer que la magia realice algo, ni siquiera hacer lo que tú quieras, es tan imposible de lograr sin un equipamiento ridículamente complejo. Ese equipamiento no podía llegar a construirse antes de 1981, y antes de 1990 los diseños asistidos por computadora y su manufactura no eran lo necesariamente sofisticados. Y eso sin mencionar la gimnasia mental. ¿Sabías que se supone que los alumnos de mi curso tienen que pasar al menos doce horas semanales meditando?

Nick lo sabe. También sabe que a Laura le alcanza con menos que eso.

—La magia es difícil —continúa ella—. Es ardua y muy cara y obtusa. La magia no es cosa de magia.

—… pero debería serlo —concluye Nick.

—Claro.

—Posiblemente no suceda hoy, Laura.

—Entonces esta semana.

Nick mueve la cabeza. Laura también. Se da cuenta de lo que está pidiendo.

Ambos vasos están vacíos:

—¿Otro? —pregunta Nick.

—Dame un minuto —dice Laura, señalando.

En la pantalla de la televisión, y porque sabe a qué cosa prestarle atención, Laura puede ver cómo se activa el sistema de supresión de sonido, soltando mil toneladas de agua sobre la plataforma momentos antes del despegue, con el objeto de proteger a la nave de cualquier daño acústico. En la fosa debajo de los motores del Transbordador brota una lluvia de chispas al rojo vivo, encendiendo cualquier vaho remanente de hidrógeno inflamable antes que los motores mismos se enciendan. En ausencia de un cronómetro en pantalla o de la voz del comentarista, Laura cuenta para sí misma:

—Nueve. Ocho. Encendido del motor principal…

Arrancan, cada uno de los tres, al principio en un rojo brillante, pasando al blanco, y aumentando en cuestión de segundos a una temperatura por la cual no puede verse la parte más caliente de la llama. Toda la estructura de lanzamiento se inclina ligeramente hacia adelante, por reacción al empuje fuera de centro, y luego se inclina otra vez hacia la vertical. Todo lo que resta es que se enciendan los CIS:

—Cuatro. Tres. Dos. Uno.

 

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