El Dr. Dan Czarnecki llega al anfiteatro treinta segundos antes del comienzo de la clase y se dirige hacia el frente atravesando una nube de conversaciones en progreso. Arroja su maletín sobre una silla, toma un marcador del estante más cercano y comienza a garabatear una amplia ecuación en la pizarra ubicada a la izquierda. Su letra es espantosa; es incluso peor en la pizarra que en las notas fotocopiadas que a veces se acuerda de repartir. Hoy, el marcador está por gastarse. Czarnecki recién se da cuenta de ello a mitad de la ecuación, echa un vistazo con fastidio a lo ya escrito, otro al marcador, lo tapa y lo arroja violentamente a través del ancho y semicircular escenario hacia la papelera. Ésta es de metal, con lo que produce un agudo y satisfactorio ¡tang! al atrapar el marcador. Czarnecki completa la ecuación con un color diferente. Recién entonces voltea y empieza a quitarse los guantes, el sombrero y su abrigo. También es el momento en el que comienza a exponer, sin importar la cantidad de presentes que aún no guarden silencio. Pero ya se han callado porque, a la velocidad a la que Czarnecki trabaja, el dejar de escuchar por un lapso mayor a medio minuto desemboca en una confusión irreversible, eterna.
—Si son capaces de traer a la mente lo mínimo que hemos visto en las últimas cinco semanas y media reconocerán que esta es la Primera Ecuación de Campo Incompleta de Vidyasagar, la cual vimos el primer día del presente curso. Además recordarán que cuando la introduje, mencioné que presenta tres errores. Al primer error lo corregí de inmediato. ¿Puede alguien decirme cuál era?
El tono de voz de Czarnecki deja entrever que quiere una rápida respuesta.
—Pi debería ser dos pi —grita una voz desde el medio a la izquierda del anfiteatro.
Czarnecki le agrega un «2» a la ecuación:
—Reflectividad —aclara—. El flujo táumico 5D considerado en su completa extensión interfiere consigo mismo. Bien, bien. La Primera Ecuación de Campo Incompleta de Vidyasagar se dedujo correctamente, pero a partir de observaciones parciales y premisas incorrectas. Cuando se demostró que no concordaba con las primeras conjuraciones uum «reales», Rajesh Vidyasagar corrigió una de sus premisas y revisó su obra. Bien. A esta ecuación por varios años se la conoció como la Ecuación de Campo Completa de Vidyasagar.
»Luego se quitó “Completa” del nombre y se renombró a “Segunda Incompleta” como resultado del experimento Shelburne–Sharma, el cual ustedes han duplicado en microcosmo la tarde del viernes pasado en el laboratorio. En esa ocasión, todo lo que recabamos fueron datos sin procesar. Eso se debió en parte a la ausencia de tiempo como para tener la oportunidad de cotejar los datos y arribar a una conclusión. ¿Tiene alguien una conclusión? ¿Alguien se anima a alzar la mano y admitir que hizo algo de tarea el fin de semana? Cualquier conjetura me alcanza. ¿Nadie? —Czarnecki chasquea los dedos frenéticamente. Deambula por el escenario—. Vamos. ¡Vamos, vamos, vamos! Usted no.
El alumnado de Czarnecki es despabilado y listo, pero él señala a una chica al frente a la derecha. Czarnecki tiene el hábito de llamar a todo el mundo «Usted» aun cuando ya registra algo más de un tercio de los sesenta y tantos nombres. A su manera de verlo, resulta más justo hacer de cuenta que no conoce a ninguno de ellos. Pero todo el mundo sabe quién es Laura Ferno.
—De acuerdo. ¿Puede alguien cuyo mediador de Veblen no se haya vaciado el viernes, y que por lo tanto haya al menos recabado buenos datos, y que haya tenido en sus manos papel cuadriculado o un sustituto electrónico, por favor resumir sus observaciones para el bien de la clase? Vamos. ¿Quién de veras elaboró un gráfico? ¿Nadie? ¡Sí! ¿Pues qué encontró? ¿Usted, allá?
Czarnecki se aferra a la tímida muestra de labor de un estudiante al fondo de la clase que apenas alzó sus gráficos al aire. Desde lejos la tarea parece ir bien: para empezar, hay al menos cinco gráficos a la vista.
—No concuerdan —dice el estudiante, de nombre Mathis Schröter.
—¿Qué no concuerdan con qué?
—Las medidas que predice la… Segunda Ecuación de Campo Incompleta de Vidyasagar… y las medidas reales no corresponden entre sí. Hay una diferencia entre ellas. Pero…
—Descríbame esa diferencia.
—Yo… no sé como. Es un campo de vectores pentadimensional incrustado en espacio tridimensional, y no puedo visualizarlo. No pude segmentarlo.
Es evidente que el estudiante Mathis Schröter ha perdido el norte. Czarnecki cede y llama a Laura:
—Usted. Adelante.
—¿Qué, yo?
—Siempre Usted, ¿quién más?
—No había levantado la mano.
—¿Por qué no?
—Porque no sé la respuesta.
—Creía que se lo sabía todo.
—Mis resultados son desastrosos.
Czarnecki da un tranco hacia adelante, junta los resultados de Laura y los examina rápidamente. Está sorprendido.
—Desastrosos. Está bien. —Devuelve la hoja y regresa a la pizarra. Escribe «+ St;τ» al final de su ecuación. Luego pasa a la pizarra siguiente y ensaya una definición completa de S, una extensa integral triple. A medida que escribe, narra—: El término faltante se llama tensor de transducción de Sharma, también llamado potencial de transducción del flujo táumico: la cantidad de materia lindante y de energía que será encantada y/o reordenada de un modo místicamente significativo. Un flujo de líneas eléctricas contribuirá a este factor. También lo harán los anillos estáticos o encantados, varas estáticas o encantadas, ondas electromagnéticas, grandes masas eléctricamente neutras y, en ínfimas cantidades, el resto de la energía–masa del universo considerado en un rango infinito, dando por supuesta la ley cuadrática inversa. Tiene en cuenta todo aquello que puede llegar a afectar el flujo táumico en ese punto en el espacio o que pudiera quedar afectado por tal flujo. El tensor S es un enunciado sobre dos hechos fundamentales: primero, que la magia puede crearse, dársele forma, recolectarse, almacenarse, transmitirse y liberarse por medio de equipamiento real, físico; segundo, que la magia a su vez puede utilizarse para aplicar efectos reales, mensurables sobre el mundo físico. La necesidad del tensor S es la prueba de que la magia es un componente de interacción con el universo real, sea cual sea este universo, y no queda limitada a un universo co‒ubicado «limpio» de materia mágica y energía mágica. En resumen, la magia es real. Fue la medición precisa de este tensor lo que condujo a la creación de la primer maquinaria y conjuración mágica. Felicitaciones, tras cinco semanas y media de álgebra de tensores se les acaba de servir en bandeja lo que los físicos de la India, partiendo de cero, tardaron seis años en deducir. Sean bienvenidos a la física táumica, ya casi están preparados para comenzar.
»El tercer error llevó más tiempo en hallarse. ¿Por qué?
Hace un alto, porque se trata de un acertijo. Mientras espera, Czarnecki aprovecha para ensamblar su vara. Ésta se divide en seis piezas de tamaños distintos, que le permiten construir hasta dos docenas de combinaciones de diferentes longitudes, pero por hoy enrosca todas las piezas hasta conseguir un largo total de dos metros.
—¿Porque era mucho más pequeño? —adivina alguien.
—En ese caso ¿cuánta magia cree Usted que tomaría demostrar tal error bajo condiciones de laboratorio?
—Mucha —dice la misma persona.
—Usted, Usted y Usted, gracias por ofrecerse como voluntarios —dice Czarnecki, escogiendo a tres estudiantes de una fila del frente. Uno es un tipo larguirucho de grandes gafas y pelo largo y descuidado. Uno es ancho de hombros que lleva puesta una camisa azul desaliñada. La otra es Laura… más baja, pelo oscuro, aburrida. Ninguno se había ofrecido—. Vamos. Arriba, vamos. ¿Cómo están de niveles de maná? ¿Bien? Bien.
El escenario es amplio, lo suficiente como para tener incrustado un anillo de magia clase E de siete metros en el piso. Czarnecki saca un armatoste sobre ruedas desde un costado y le da una patada a un interruptor montado sobre la pared, encendiéndolo. La máquina es una bomba de Veblen. Si colocaras dos pianos verticales uno encima del otro obtendrías sus mismas dimensiones, pero su aspecto es más similar al de un gabinete de PC, uno que tuviese un costado abierto y su interior estuviera relleno con pequeños anillos mágicos y runas y tubos en lugar de circuitos y unidades de almacenamiento. Más precisamente, se parece a la vieja clase de torre gabinete… de un color blanco esperanzador, algo desteñido al beige tras décadas de uso. Está algo maltrecha, y bien podría hallársele un reemplazo, pero mientras pueda seguir sirviendo el propósito que ha de cumplir, ello nunca ocurrirá. De un lado de la máquina hay algunos rollos de manguera con más anillos mágicos atados en los extremos. Czarnecki desenrolla algunas vueltas de manguera tomándolas de tres de los anillos y se las extiende a los estudiantes. Le indica al larguirucho estudiante que vaya y se pare a las 12 en punto del anillo mágico instalado en el piso, al otro que se coloque a las 8 en punto y a Laura a las 4. Los tres arrastran largas mangueras hacia el interior del gran anillo.
Czarnecki hace unas invocaciones preparadas de antemano solamente para arrancar la maquinaria. Luego:
—Sr. Mediodía, ¿podría suministrarnos Ud. un flujo continuo de maná en formato Z, por favor?
Tras un instante el alto estudiante se da cuenta de que le están hablando:
—Me llamo Jeremy —dice.
—Carga zeta. Anillo. Despréndase de tanto como sienta que pueda, manteniendo su cerebro estable… Desde ya, gracias por su cooperación. No tema excederse, estoy actuando de amortiguador. Sr. Ocho En Punto, la misma cantidad pero de clase iota. Pegue un grito si es que le hacen falta más reservas y veremos qué hacemos. —En cuanto el muchacho corpulento inicia su conjuro, Czarnecki lo interrumpe con una aclaración—: Cuando digo «la misma cantidad» quiero decir que primero abra un enlace a Mediodía y arme un conector de estabilidad.
El Sr. Ocho, que se llama Benj, construye y recita un mantra algo más largo que el de Mediodía. Se equivoca al pronunciar y tiene que detenerse, borrar sílabas de la pila flotante y reiniciar desde mitad de la palabra. En un mago la dicción perfecta es una cualidad deseable, pues otorga la impresión de profesionalismo y competencia a los espectadores, pero no es necesaria en absoluto. En la práctica, el resultado se consigue siempre, salvo que exista un defecto genuino del habla. La construcción de un conjuro industrial inevitablemente toma más de cien veces el tiempo que lleva pronunciarlo, y las sílabas flotantes inconexas deambularán por buena parte de media hora antes de disolverse. Así pues cada mago aprende de entrada a ser metódico más que imprudente; a nadie le importa si el último paso, el menos importante, lleva más de un intento en completarse.
Ahora se oye un zumbido como asonante. La magia es silenciosa, pero la máquina no:
—Y Cuatro: mu.
—¿Misma cantidad? —pregunta Laura.
—Sí, pero puede que Ud. se vea obligada a sincronizar con los otros, haga lo que haga.
Laura enuncia una serie de palabras que, en secuencia: identifican su conjuro recolector más sencillo, escrito hace años pero aún de uso frecuente; lo preparan absorbiendo cierta mezcla de maná ambiente desde las nubes invisibles que la rodean (a ella y a cada mago, y a cada humano restante); asocian su recolector con su Nombre Verdadero y le asignan una banda mu; le dan arranque, como quien abre el grifo de un barril. Puede sentir el agitarse de sus reservas y el modo en que brotan de ella, en espiral. El maná emerge desde su cráneo hacia el aire, en busca del anillo mágico en sus manos y penetra en la máquina junto con el resto. Los efectos harmónicos de los otros dos flujos interfieren con el suyo hasta que todos se aquietan en sincronía, su amplitud modulada a un intervalo natural de unos pocos kilohertz. La máquina hace zúnch y un engranaje comienza a rodar.
Hasta ahora, todo estándar. Estas son las tres «marcas» más comunes de maná y esta inyección de triple fase es típica de la clase que se usa para alimentar equipamiento pesado de ingeniería química en la industria. Tres magos son dos más de lo que una empresa dada estaría dispuesta a emplear para un trabajo así, pero se trata de las primeras clases del curso y realizar esa clase de multitareas requiere de cierto adiestramiento. Hasta la cantidad se queda corta. Laura añade con delicadeza algunos modificadores a su recolector que amplían su metafórica quijada en un veinte por ciento, abriendo el paso a más maná. Después de todo, el experimento requiere de un montón de maná en bruto, ¿no es así?
Gracias a la simetría, la inyección de Ocho y Mediodía aumentan respectivamente al unísono con la suya. Ocho y Mediodía pueden sentir la retroacción y le arrojan miradas inquisitivas; Czarnecki no parece haber captado el cambio. Laura les devuelve la mirada como diciendo «podemos hacerlo mucho mejor que esto», y vuelve a aplicar los mismos modificadores.
Czarnecki, impasible, camina al círculo de magia e instala un soporte pesado de metal en una ranura circular que yace en el centro. Planta su vara verticalmente en el soporte, como un mástil. Pronuncia unas pocas palabras mágicas, que añaden la vara al sistema táumico a medio construir y la convierten en el núcleo de una real y viviente «máquina de rayos», una casi pura máquina táumica diseñada solamente para ventilar/desperdiciar el maná en bruto de una manera segura:
—Los efectos mágicos los inundan —explica—. A esta altura, todos ustedes lo están sintiendo. Los que están al fondo del salón lo sienten en menor medida. Percibirán una leve respuesta física del equipamiento si saben lo que hay que buscar y hay una reacción mental si saben cómo pensarlo. Hay efectos de tensor S. Pero la reacción es poco clara. Es algo así como darse cuenta de la posición del Sol en el cielo teniendo los ojos cerrados, a partir de la sensación del calor en una mitad del cuerpo. Puedo contar al menos diez sentidos convencionales. Y este onceavo sentido les permitirá a ustedes percibir cosas que los diez convencionales no pueden. Sin embargo…
Deja la oración en el aire, regresa al rincón donde está situado el equipamiento y toma una última pieza en sus manos. Este anillo mágico es tan ancho como un aro de hula hula, pero considerablemente más pesado y fabricado en un estilo florido. Añade más palabras al conjuro vigente, palabras que a la audiencia le resultan completamente nuevas. El anillo se encanta. Luego lo alza, de frente hacia la clase como si fuera el marco de una pintura invisible. En el marco vacío, por detrás del marco, como si la ventana estuviera aumentando la realidad con su propia versión de los hechos, ahora hay evidencia visible del flujo de magia: filosos hilos de maná blanco enlazan la vara con los anillos en Mediodía, Cuatro y Ocho, creando lo que, vista desde arriba, tomaría la forma de una Y de magnesio brillante. Se producen efectos lumínicos en los intersticios entre los hilos, fluctuando en el aire como diamantes mach. Czarnecki se pasea por el escenario, apuntando la ventana mágica en diferentes direcciones, para que todo el mundo pueda echar un vistazo.
—La magia tiene pérdida —dice—. La transferencia y transducción de maná tienen pérdida. Estas emisiones desechadas están en la banda ji. Se les ha enseñado en total dos cuestiones sobre las emisiones táumicas en banda ji, ¿cuáles son?
—Que no hay tal cosa —dice alguien.
—Que no hacen nada —añade alguien más.
—Se les ha enseñado que el maná de banda ji flotará felizmente a través de unos cuantos metros de plomo sólido. Además se les informó que el maná ji es extremadamente poco común. ¿Cuál es la consecuencia lógica de ello? Vamos —Czarnecki baja el anillo—. ¿Por qué nos sirve?
—Porque se puede… —empieza Laura, y calla cuando Czarnecki voltea para mirarla a la cara. Pero al devolver la vista hacia la clase, viendo que nadie más va a aportar nada, le indica que continúe—. Porque se puede usar un oráculo de Kovachev como ese para echar un vistazo dentro de una máquina —dice—. Mientras está funcionando. Y se puede ver cómo funciona y si de hecho funciona, lo que permite diagnosticar y encontrar fallas en un sistema táumico.
El doctor gira de cara a la audiencia:
—Las emisiones ji existen casi exclusivamente en forma de desechos producidos por el egreso de magia. Hasta ahora han estado midiendo los efectos táumicos a partir de corazonadas, de reacciones inerciales en enlazantes de Kaprekar y de dispositivos mecánicos manuales, en desuso y de baja precisión. Sus resultados han sido aprovechables. Pero los instrumentos que han usado son de una generación que por suerte ha quedado en el pasado y que ya no son aptos para las necesidades de la magia moderna. Un oráculo junta partículas ji, las transduce en fotones a medida que atraviesan la boca y multiplica los fotones para producir una efectiva retina virtual. Ahora podemos representar en números duros la actividad mágica a gran distancia, a través de roca y metal sólidos, con rapidez y seguridad y de forma repetible. Han estado allí sentados por casi seis semanas pensando «¿cuándo es que nos va a explicar…?»; pues, ya llegamos: capacidad de diagnosis.
»La adivinación es la habilidad principal de cualquier mago. Los conjuros oraculares son numerosos, complejos y potentes. Es posible perder cantidades inacabables de tiempo refinándolos, incluyendo el total de su vida profesional. Bien. —Suena una alarma leve en la cabeza de Czarnecki: han pasado minutos enteros desde que escribió algo en la pizarra por última vez. Corta la potencia del anillo oracular y lo recuesta contra la pared. Ya en la pizarra anota la tercera corrección y también su definición—. Esta es ahora la Tercera Ecuación de Campo Incompleta de Vidyasagar. Es un nombre que tiene origen en la modestia y el cinismo. No hay aún un tercer error, pero la tendencia histórica sugiere que está por surgir. Este año o el siguiente.
Los tres aprendices de magia aún hacen funcionar felizmente su máquina. Czarnecki los mira por un instante, mientras escribe:
—¿Ninguno de ustedes va a decir nada sin que se les dirija la palabra, o acaso están en un trance? ¿No van a sentarse y anotar estos apuntes sumamente importantes? —Ello hace brotar unas risas de la clase, pero sin que provenga reacción de los «voluntarios». Czarnecki frunce el ceño. Saca otra vez el anillo, se agacha y lo hace arrancar al tiempo que mira a través. Puede ver el mismo brillante y blanco triple flujo: armónicas estables, mínimas—. Kzarn oppol we xa oerin xa —dice, cambiándolo a un modo diferente que podría denominarse «¿Algo va mal?».
Luego se pone de pie, avanza hacia el interior del círculo mágico…
No es el sonido de pasos que se aproximan lo que despierta a Laura, sino el viento helado. Toma aire, todavía yaciendo de costado en el suelo oscuro y vidrioso, se endereza y luego se pone de pie. La tierra consiste en un vidrio profundo, un plano horizontal sin rasgo sobresaliente alguno. No se trata de alguna mezcla de fibra óptica purificada, transparente a un kilómetro de profundidad, ni de obsidiana volcánica, sino del vidrio más regular: sucio y negro y oscuro a un metro de profundidad. Apenas si se vislumbra la más mínima decoloración roja. Es un terreno diseñado para partirse bajo tus pies y cortar tu calzado y tus extremidades con los trozos, a menos que des pasos suaves o calces botas de amplias suelas que puedan distribuir tu peso. O podrías volar. Es de noche. Hay luna llena y una centelleante Vía Láctea de tres puntas, ambas reflejadas opacamente en el piso.
El viento es tan frío como una navaja. Laura trae puesto… pues, ropas, aptas para un clima agradable; ropa ligera y una clase de zapatos como para andar bajo techo. Pero sabe que puede mejorar la situación y, así, se mueve como un borrón difícil de definir, lo que hace surgir de la nada algo más cálido, algo semejante a una túnica de muchas capas, con guantes y capucha.
Se traslada de aquí para allá, de golpe; ahora está a más de un kilómetro para echar un vistazo, ahora está de vuelta donde comenzó, ahora está igual de lejos en la otra dirección. No puede ir hacia arriba. Hay vidrio por todas partes. El aire se siente helado en su rostro. Hay un leve resplandor amarillo todo a lo largo del horizonte pero ella sabe que aun esperando y esperando el Sol nunca va a asomarse. De todos modos, podría tratar de esperar.
Zhzzzzzz.
Es un lugar borroso, pero eso es normal. Es un lugar infeliz, sin embargo está bien.
Aún oye los pasos.
—Laura, deme la mano, esto es…
Familiaridad. Lo que está bien. Pero Laura no recuerda de qué proviene esa familiaridad. El recuerdo de ella preguntándole «¿cómo es que te conozco?» brota en ambas de sus cabezas, sin que sonido alguno lo haya transmitido.
El hombre es de cierto tamaño, más viejo y barbudo. Viste pantalones marrón oscuro y un suéter azul insulso y lleva su pelo castaño oscuro en un estilo fuera de moda. Laura sabe cuáles son esos colores a pesar de la ausencia de luz. Dicha extrañeza pasa de largo:
—¿Qué lleva puesto? —le pregunta él. Sus ropas son cambiantes, gruesas y de muchas capas y elaboradas. Si existiesen, le tomaría una hora quitárselas, pero no han sido de hecho diseñadas ni elaboradas. Estas son las impresiones que él recibe cuando se concentra en ella. El nombre de una cosa es lo mismo que la cosa en sí.
Se llama Dan, recuerda Laura. Él es su… su… se conocen.
—¿Recuerda lo que ha sucedido? —él le pregunta.
—La verdad, no sé.
Hay un zumbido (zhhrhzrrzrhzrhz) como langostíneo, como el que brotara de un aparato de radio mal sintonizado y casi silencioso.
Laura los traslada a ambos a través del territorio de a kilómetros por vez, cosa que parece asustar al hombre. Él tropieza cada vez que cambia la geografía del vidrio oscuro. Al principio hay grandes cuboides de vidrio de esquinas redondeadas, apilados en orden. Luego se encuentran en un valle rodeados de enormes cerros de vidrio negro que se elevan a su alrededor. El suelo cruje cuando aterrizan. Él tambalea. ¿Por qué? Laura lo yergue. Ahora hay superficies de polígonos triangulares, como un paisaje de cristal salido de algún videojuego antiguo. Ahora hay un mosaico de pequeños azulejos hexagonales de vidrio. Por fin Dan hace pie mental y empieza a ondear entre una ubicación y otra por sí mismo, pero aún no sabe por qué es capaz de hacerlo.
—No tenemos mucho tiempo —dice—. Laura, hay dos personas más aquí, perdidas. ¿Las puede encontrar? Kzarn eset. —De su boca abierta brotan colores brillantes al pronunciar las palabras mágicas, pero sus resultados le hacen fruncir el ceño y agita las manos para apartarlos, como al mal aliento. No son lo que quería ver—. Kzarn eset. Kzarn uum. Esto es bien crazy. —De golpe hay una vara en su mano y está formulando más palabras. Palabras rudimentarias de carga, luego conjuros de recolección y otras cosas así de sencillas. El equivalente mágico al «A Ram Sam Sam». Suenan bums y cracs y chispas. Laura observa y escucha con interés. Aparece un baile de máquinas mágicas cada vez más grandes e intrincadas, que se conectan y desvanecen lentamente. Nada de todo esto pareciera darle el resultado que está buscando.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta ella.
—Laura. Jeremy Wilan está en este lugar en alguna parte. ¿Puede encontrarlo?
Decir cosas y hacer cosas son la misma cosa, de modo que ya han encontrado a Jeremy. Lo hallan porque él estaba tratando de ser hallado. No hay destellos, simplemente él y Laura lo hicieron suceder mutuamente. Jeremy está en una parte del mundo sobre la costa de vidrio al borde del océano de vidrio. Es joven, más o menos de la edad de Laura, mucho más alto. El vidrio es más verde aquí, pero el cielo aún está negro como el carbón y hace frío y extrañeza. El horizonte ha aclarado una pequeña fracción y el viento suena con un leve hzzh.
—¿Estamos bien? ¿Qué es lo que está pasando? —pregunta Jeremy. Está temblando.
—¿Por qué tendrá frío? —se pregunta Laura en voz alta.
—Tengo frío —dice Jeremy—. No sé.
—Pues ten calor.
—No sé cómo. No consigo que…
Laura intenta producir calor pero no lo consigue.
—No me siento bien —acaba de decir Jeremy. Parece que está congelándose.
Finalmente Dan los alcanza, ya sin aliento por la carrera figurada:
—¿Sabe Usted por casualidad qué le sucedió a Kazuya Tanako?
—Ninguno de nosotros se llama así —dice Jeremy, fastidiado—. ¿Por qué no te molestas en recordar nuestros nombres? ¡Deja de llamarnos «Usted» todo el tiempo!
—Sé como se llaman —dice Dan—. Dulaku, tolo, ennee. —De nuevo, nada.
—Tengo tanto frío. No deberíamos estar aquí.
—Ninguno de ustedes es Kazuya Tanako. Él fue uno de los más grandes magos de todos los tiempos. Falleció cuando tenía apenas 25 años y así es cómo sucedió. Tenemos que ubicar a Benj. Jeremy, ¿recuerda lo sucedido? Aquí no funciona la magia.
—¿Estamos en aprietos? —pregunta Jeremy, castañeteando los dientes.
—¿Ve algún refugio? ¿Agua? ¿Comida? —dice Dan—. ¿Se siente bienvenido? Sin equipamiento, sin reglas. Tenemos que ubicar a Benj.
Laura deja de intentar de levantar la temperatura de Jeremy, y en cambio le muestra como hacerlo por sí mismo. Jeremy se crea unas ropas y ahora se siente abrigado. ¡Esto va bien!
—Laura, ¿dónde está Benj?
Laura está por indicar el rumbo, pero Benj no quiere que lo encuentren y se resiste a que alguien señale en su dirección. Laura presiente la fuerza de esa repulsión con lo que puede adivinar a grandes rasgos de dónde proviene. Blip blip blip.
Tardan un largo rato hasta por fin tenerlo a la vista, y luego pareciera como si estuviesen corriendo en su mismo lugar al mismo tiempo que él corre en su mismo lugar, y huye. Pasan mucho tiempo dando vueltas, corriendo sin llegar a ninguna parte. Retrasos y retrasos.
Jeremy se cansa y se construye un nuevo Benj, que se queda ahí parado, con ellos, la mirada vacía. Mucho mejor.
—Ya lo tengo —dice Jeremy. El verdadero Benj sigue escabulléndose y luego desaparece.
—No, tiene que ser Benj —dice Laura—. No solamente parecerse a Benj.
Ella hace algo y Benj se despierta dentro del cuerpo de Benj:
—¿Hola? —pregunta éste.
Jeremy pondera el motivo por el que Benj estaba huyendo. ¿De qué sería? Dan comprueba su reloj pulsera, pero lo único que saca de ello es que aún lleva puesto un reloj pulsera. Ya aclara la luz en todo el horizonte. Echa un vistazo al cielo y entra en trance por un instante, balbuceando sílabas inusuales que caen al suelo como pintura derramada, pero que bien pueden estar preparando su mente para un reingreso a la fuerza:
—¿Ha visto alguna vez a una persona que, hipnotizada, se le obliga a olvidar la existencia del número siete, y luego se le pide que cuente hasta diez? —pregunta a nadie en particular—. Deduzca la existencia del siete partiendo de primeros principios y luego cuénteme lo que es el pensamiento lateral. Probemos con el reflejo de Moro.
Bajo sus pies desaparece un kilómetro cúbico de vidrio. Caen al abismo, el que ahora se cierra de golpe en un movimiento tectónico de vidrio roto aplastándolos, haciéndolos trizas.
ZHRZHZZHRRRHRHRZZZZ.
… patea su vara, que sale del soporte y parte al conjuro por la mitad, esparciendo una oleada de maná sobre los tres magos aprendices como café caliente.
Los tres caen al piso, soltando también los anillos. El círculo de magia es demasiado ancho; Czarnecki apenas puede atrapar a la persona más cercana, que resulta ser Jeremy:
—Quédese aquí —le aconseja—. No se levante, sólo quédese sentado y esperando. Usted —ahora señala al estudiante sentado a la punta izquierda de la primera fila de la clase— diríjase a ese teléfono rojo amurado a la pared, marque ocho cero cuatro cero y pida que el Dr. Neal Marek baje a esta sala. Todos los demás, por favor permanezcan por unos instantes más en sus asientos. Podrán irse una vez que el Dr. Marek llegue, no quiero que tenga que atravesar una marea de alumnos para poder ingresar. Por hoy, se terminó la clase.
Diez minutos más tarde el anfiteatro está vacío a excepción de ellos cinco. Czarnecki ha conectado un segmento de su vara a la bomba de Veblen y deja que se alivie la presión del maná acumulado, antes de su desconexión. Lleva más tiempo del que debería:
—Esta es mucha energía —dice, mitad para sí mismo—. Como tres o cuatro semanas de salario para un mago principiante. O eso creo.
El Dr. Neal Marek tiene cincuenta y cinco, una barba completamente ceniza y varifocales de marco fino. Es el subjefe de departamento. Ya ha cruzado algunas palabras con Czarnecki, y ya ha tomado algunas notas en un grueso cuaderno A4 de tapa dura. Ahora se fija en los tres alumnos, que están sentados en la por lo demás desocupada fila de asientos del frente. No es que hayan entrado en shock, pero sí tienen un aspecto horroroso:
—Cuéntenmelo exactamente —dice.
—No recuerdo nada —empieza Benj—. Me desperté cayendo de cara al piso. Debí de entrar en trance mientras conjuraba. No me quedó nada.
—Laura nos asignó demasiado maná —dice Jeremy.
—Benj, ¿cuánto maná te queda ahora mismo? En todas las bandas.
—Nada —dice Benj.
—Desagotarse así de rápido bien pudo haberte tumbado del sueño. Extenuación básica.
—No recuerdo nada.
—Eso es normal, no dejes que te preocupe. ¿Jeremy?
—También estoy vacío —dice Jeremy—. Puedo sentir que esto me va a llevar algunos días.
—¿Y Laura?
—Usé un multiplicador de recolección —dice Laura, y recita el conjuro en palabras regulares. Marek asiente y toma algunas notas—. Lo usé varias veces.
—¿Cuántas veces? —pregunta Marek.
—No… no me acuerdo.
—¿Quieres decir que perdiste la cuenta?
—… sí —Laura desliza un par de gruesos anillos grises de su brazo derecho y se los da a Marek—. Uso almacenamiento. Casi todas las noches antes de dormir descargo todo el maná que me queda a estos anillos. Son drenajes de Montauk modificados. Están emparejados como los electrodos de una batería, así que intenta que no tomen contacto entre sí. Absorberán cualquier tipo de maná. No están tan llenos como lo han estado históricamente. Hubo un determinado momento en el que me vi obligada a usarlos en muñecas opuestas para aumentar la distancia entre ellos. Pero por estos días estoy usando mucho maná para trabajar y practicar en clase, así que…
El Dr. Marek coloca el cuaderno bajo la axila para inspeccionar ambos anillos, entrechocándolos con aire pensativo.
—Porque es un desperdicio dejar el maná en el ambiente —dice Laura, como para llenar el silencio—. Cada segundo que está ahi sentado, no está haciendo nada. Así que me lo guardo, ¿por qué nadie dejaría de guardárselo?
—Muy interesante. No podría decir cuánta energía contienen sin inspeccionarlos directamente —dice Marek—. Pero esto es un equivalente a una cuantas toneladas de TNT.
—¿Toneladas? —dice Benj.
Laura se apura a proferir:
—Sí, desde luego, pero, verás, es imposible que todo eso se ventile de una sola…
—Esto está así ahora —continúa Marek—. No antes.
—Yo no… yo no hice nada malo. La demostración requería de cierta gran concentración de maná. ¿Qué sucede cuando se acaba el maná? Se acaba. ¡El experimento se detiene! ¡No hice nada! ¿Por qué fuimos todos a parar a mi sueño?
—No recuerdo ningún sueño —repite Benj.
—Había un planeta enorme y oscuro —dice Jeremy—, como una gran… canica. No consigo acordarme. Estábamos todos allí.
—Cuanto más pienso en eso, más detalles se me escapan —dice Laura.
—No fue un sueño —dice Marek—. Para empezar, sin importar si lo recuerdan o no, estuvieron allí todos juntos. Además, yo ya lo tuve. Laura cree que se trataba de su sueño… porque ya lo tuvo antes. Es lo mismo para otros magos. Tiene muchos nombres distintos. Uno de ellos es «el mundo de Tanako». En cuanto a qué es exactamente: nosotros, los magos en conjunto, no sabemos. Si se trata de un sueño, es uno particularmente malo. En cuanto a que se trata de un mundo, aparenta ser uno ficticio. Todo lo que sabemos de la magia es que es sumamente complicada, la magia involucra al cerebro humano y el cerebro humano es aún más complicado. Las mejores teorías predicen su causa en el entrenamiento de nuestros cerebros. Todos nosotros hacemos básicamente los mismos ejercicios de meditación, con lo cual tenemos mayormente un campo mental en común. Y luego ocurre alguna clase de vinculación.
—¿Pero cómo es que jamás nos enteramos de nada de eso? —pregunta Jeremy.
—Porque no han estado realizando magia el tiempo suficiente. Esto es algo de lo que se enteran en el tercer año. Está aquí mismo. —Hojea su cuaderno y saca un cronograma de nivel avanzado para todo el plan de estudios de Ingeniería Táumica, un folleto de papel de 16 páginas. Lo abre en la página indicada y se lo entrega a Benj—. No es algo secreto. Dentro de tres años, espero que todos ustedes estén capacitados para ayudarnos a continuar investigándolo. O, mejor aún, ya tendremos la respuesta para entonces.
Benj le entrega el plan de estudios a Jeremy. Jeremy lo lee y se lo da a Laura. Ella lo lee:
—¿Es un lugar peligroso? —pregunta.
Hay un silencio incómodamente largo. Marek echa un vistazo a Czarnecki por sobre su hombro. Czarnecki está profundamente inexpresivo.
—Sí —dice Marek.
—Kazuya Tanako se murió de una apoplejía. ¿Se murió… allá?
—Sí.
—¿Así que estoy soñando cosas que pueden matarme?
—No. A menos que tengas la costumbre de dormir dentro de una máquina de rayos Dehlavi de cien kilotaumios. E incluso entonces…
—¡Pero si él nos puso en una máquina de rayos Dehlavi de cien kilotaumios hace un rato! —exclama Benj, señalando con el dedo.
—De nuevo, no es así.
—Si él sabía de antemano que ese experimento era peligroso, ¿por qué no nos advirtió al respecto?
—Porque el Dr. Czarnecki no aplicó el procedimiento.
—¿Qué? —dice Czarnecki. Alza la mirada, de repente abochornado y disgustado.
—Debió de asegurarse que ninguno de sus alumnos ingresasen elementos peligrosos y extraños al sistema. Debió prestar mayor atención a sus alumnos mientras éstos conjuraban. Debió comprender que algo iba mal mucho antes y, sí, debió haberles advertido desde el primer momento —todo esto lo dice Marek sin siquiera darse la vuelta.
—¿Advertir qué? ¿Qué diablos, Neal? ¿Te pones a hacer esto enfrente de ellos?
—Hoy se ha cometido más de un error, Dan. Quiero que todos nosotros comprendamos cuáles fueron esos errores.
—¡Ella los trajo consigo! ¡Esos anillos emparejados son prácticamente indetectables! No tengo por qué quedarme a oír estas cosas.
—En realidad, sí tienes. Esa máquina tiene que drenarse de manera segura y no lo hará por sí misma y eso es algo que lleva un período de tiempo.
Hay una caldeada pausa.
—Una de las finalidades del experimento —continúa Marek— era demostrar, de forma segura, eh, la «magia de altas energías de bajas energías», e introducir algunos de los cuidados de seguridad que están asociados al mismo. De haber aplicado el procedimiento, todo hubiera ido con total seguridad. En cuanto a lo que el Dr. Czarnecki realizó correctamente: mientras montaba el experimento, verificó que todo el maná en bruto que todos los presentes en el salón en conjunto cargaban consigo no superara el umbral crítico. Eso fue al pie de la letra. Cuando se dio cuenta que algo iba mal, rápidamente determinó el problema y lo resolvió con decisión. Y muy pronto los trajo a ustedes tres de regreso del mundo de Tanako, lo que sirve de testimonio a sus aptitudes.
Czarnecki echa chispas por los ojos.
—Benj, ¿te diste cuenta de que te estabas quedando sin carga?
—Sí. Fue todo muy rápido, sin embargo…
—¿Se te indicó que dijeras algo si eso sucedía?
—Yo… sí.
—Entonces debiste decir algo al respecto —dice Marek—. Jeremy, ¿notaste el momento en que Benj tuvo su caída?
—No se cayó al piso ni nada…
—Sus ojos debieron de cerrarse y él hubiera perdido el equilibrio visiblemente. Como un sonámbulo. Además, cuando ello ocurrió Laura tuvo que haber compensado con su propia descarga iota.
—No me di cuenta de nada de eso.
—Entonces debiste prestar más atención. Y debiste alzar la voz cuando Laura empezó a usar multiplicadores de recolección no solicitados.
Jeremy alza sus manos, como queriendo decir: «Perfecto, de acuerdo».
—Laura… —empieza Marek.
—Tuve que haber prestado mayor atención a Benj y a Jeremy. No tuve que…
—Cállate.
Laura se calla.
—Laura, bien sabes lo que hiciste mal. ¿Qué son éstos?
—Son drenajes de Montauk modificados…
—¿Dónde los conseguiste?
—Mi madre me enseñó a fabricarlos.
—¿Y te enseñó a usarlos?
—… aparentemente no —admite Laura.
—¿Te dio una advertencia sobre el uso de magia de altas energías? ¿Te advirtió acerca del mundo de Tanako o de cómo salir de él?
—No.
—¿Con qué frecuencia traes tu propio equipamiento al laboratorio?
Laura no dice nada, pero Czarnecki interviene:
—Tiene que ser por eso que los resultados del viernes fueron incoherentes. Un equipamiento tan avanzado como ese está diseñado para suprimir exactamente la clase de interferencia que supuestamente ustedes debieron estar midiendo.
Marek lo resume:
—Trajiste elementos extraños a un círculo de magia; alteraste un experimento sobre la marcha sin consultar a tu profesor; o bien no te diste cuenta o ignoraste o fuiste incapaz de ayudar a tus compañeros cuando ellos estuvieron en apuros. Supusiste que sabías lo que estabas haciendo, cuando de hecho hay cosas que no conoces.
—Ya tuve suficiente —dice Czarnecki, mientras quita el fragmento de vara de la máquina y permite que se apague por si misma. El zumbido se corta, dejando en su lugar un flagrante silencio. Regresa al frente del escenario.
—Los accidentes ocurren —dice Marek, arrojando de a uno los drenajes de Montauk para que Laura los atrape—. Casi todos los accidentes de laboratorios bien pudieran terminar en fatalidad si se los llevara a su extremo lógico, incluyendo este. Los accidentes ocurren, son parte del proceso de aprendizaje. Y también lo es aprender de sus propios errores. —Inclina la cabeza hacia Benj y Jeremy—. Ustedes dos pueden irse. Creo que ya han entendido el asunto. Laura: quiero que aprendas esta lección. Vas a venir a verme el próximo lunes a primera hora de la mañana y vas a aprobar un examen práctico TES–3.
—Ese es un examen de seguridad en magia de altas energías de tercer año —dice Czarnecki—. No sabe cómo aprobarlo.
—Entonces son ambos quienes tienen que empezar con la práctica —dice Marek, apuntando una última nota—. Los veré la semana que viene. —Se retira.
La puerta se cierra tras él dejando la estridencia de un eco, y luego hay silencio. Czarnecki merodea por el anfiteatro, guardando el equipamiento, limpiando las pizarras, y en general evitando hacer contacto visual con Laura. Finalmente, se harta:
—Eso fue…
—Poco profesional —sugiere Laura.
La mira con odio. Luego se relaja visiblemente, como aplacado. Por lo repentino, es descontertante:
—Gracias. Iba a decir «típico». Hay cierta historia. Que no se la voy a contar ahora mismo. ¿Cuál es su ID de email de la universidad?
—ltf15.
—Voy a reservar algunas horas de laboratorio y le voy a enviar un email en cuanto las tenga. Va a ser temprano por la mañana. Vaya a la biblioteca y retire el tomo «Seguridad en Ingeniería Táumica» de Parasara. Ya aprendió la sección 1; quiero que lea todo lo que pueda de la 2 y la 3 para mañana.
—Hecho —Laura junta su abrigo y bolso y se dirige a la puerta—. Perdón, lo lamento.
—No, apenas es vergüenza lo que siente —dice Czarnecki—. No tiene idea de lo mal que nos van a castigar por esto. Cuando llegue el lunes, ahí va a lamentarlo.
—¿Usted ha rendido el TES–3?
Czarnecki asiente.
—¿Qué tiene de malo?
—¿Alguna vez la magia le ha resultado aburrida?
Laura niega con la cabeza.
Czarnecki sonríe sin gracia:
—De veras tiene mucho por aprender. La veré mañana.