Tras la segunda resurrección, Exa está en caída libre. Esta vez reacciona con rapidez y grita unas palabras mágicas que envían su kara a la potencia máxima, antes del impacto. Aterriza en un pastizal y rebota a tanta altura como para morirse por cuarta vez sólo a causa de la caída, pero ahora su cuerpo está reescribiéndose de «dañado» a «óptimo» al paso de nanosegundos, volviéndolo efectivamente invencible. Aterriza sobre sus pies tras rebotar por segunda vez, y alza la mirada. El chico está descendiendo velozmente desde una gran altura, su puño alzado y cayendo. Pero eso no puede serlo todo.
—Mostrar invisibles —solicita Exa. Ahora consigue ver la maqueta naranja del campo de fuerza que cubre al chico: la red poligonal tiene la forma de un soldado mecánico de cuanto menos cincuenta metros de alto. Eso debió ser lo que lo golpeó la primera vez. Un puño robótico invisible lo abofeteó a media distancia. Prestando más atención, Exa nota que la espada/arma ya está cosechando y transmutando moléculas de aire para construir la máquina físicamente, partiendo del asiento y cabina para el muchacho.
«¿Qué arma lleva todo esto dentro de sí?».
Los movimientos del chico son una metáfora que envía información a los movimientos del mecanoide. El puño real del que Exa tiene que preocuparse está hecho de campos de fuerza y es tan grande como un tanque. Con su anillo medicinal funcionando a toda máquina, Exa puede absorber castigos en cantidades arbitrarias, pero la idea de recibir otro puñetazo en el hocico no le sienta bien. Se dobla y se apoya sobre los hombros y se lanza directamente hacia arriba, pies por delante, perforando el puño y ascendiendo a nivel de la cabeza, es decir, a nivel de la cabina que se está condensando velozmente alrededor del muchacho.
El traje de batalla de Exa le alivia la confusión de posiciones y ángulos. Los datos que se originan en su oído interno se descartan por ser inútiles. Cabeza abajo y aún subiendo, Exa gira y apunta los dedos índice y medio de ambas manos hacia su adversario:
—Ráfaga.
El arma manual preferida de Exa no es un arma de fuego, pero produce un efecto similar. El conjuro abre un filoso campo de fuerza cilíndrico, como un rifle, partiendo del extremo de su dedo medio: una broca invisible de taladro de cuatro milímetros, que perfora el aire y la materia sólida por igual a varias veces la velocidad del sonido. Descarga treinta por mano. Cuando golpean los escudos de la cabina, los efectos mágico–cuánticos zanjan la cuestión acerca de cuáles permanecen de una pieza y cuáles colapsan. Gracias a su percepción de invisibles, lo que Exa capta son chispas amarillas allí donde las brocas se repelen sin hacer mella en el objetivo. Los escudos del chico son más fuertes cerca del núcleo, y se están reforzando continuamente.
La otra mano del mecanoide intenta apresar a Exa y yerra por un pelo. Se está moviendo muy rápido. «De acuerdo —piensa Exa—. Pasemos a la sobrecarga sensorial». Produce un encantamiento destructivo de ningún modelo en especial y lo pega a la muñeca semimecánica que está pasando por debajo suyo, sin afán alguno, como un hábil embaucador callejero que esconde una carta en el bolsillo de su víctima para aprovecharla más tarde. Al hacer impacto, se ancla a sí mismo, cabeza a cabeza con su oponente, cuyo rostro ahora está completamente oculto tras una máscara de gas y un brillante casco de vuelo.
—Luz. —Exa se vuelve blanco brillante, como un portal que franquease a una estrella. Con eso basta para distraer al joven piloto por un segundo. Hacia el final del segundo, cuando los sistemas de filtrado del arma enemiga tienen que estar por intervenir para compensar la carga visual, Exa duplica su luminosidad, hace estallar la mano mecanoide y se libera con un estallido sónico. El mecanoide tambalea, su piloto sintiendo la sobrecarga de datos. Merman las fuerzas de su armadura, lo suficiente como para que Exa consiga meter los dedos por entre los bordes de la cabina. Hace palanca con ambas manos y la abre, exponiendo al piloto. El cual sigue enceguecido por culpa de la demencial luz. Exa se estira y parte el casco del chico, y le da un cabezazo.
El mecanoide cae sobre su propia rodilla. Su campo de fuerza presencial se desactiva, dejando solamente los fragmentos reales, físicos, que el arma consiguió fabricar: dos tercios de la cabina/cráneo, y algo de la superestructura espinal básica. Todo eso cae del cielo como un ladrillo, con Exa todavía anclado a su frente.
t%%~name: Escena Nueva
El chico vuelve en sí, jadeando, pestañeando para quitarse las manchas blancas de la visión. El eco que produjo el ataque sónico sigue atenuándose, rebotando varias veces contra el conjuro esférico de contención. Sus ojos dan vueltas. Está inmóvil, sujeto al asiento del piloto, pero yace de costado sobre el prado. Ante él está Exa, de pie, apuntando con dos dedos directamente a su frente, a quemarropa.
—Cede —dice Exa. Ni siquiera respira con fuerza.
—No —dice el chico.
—Cede el control de tu arma o te mataré —dice Exa.
—No —dice el chico.
La orden recibida fue capturar vivo al chico y al arma intacta. Exa cuenta con cierta independencia operativa, pero a pesar de todo también respeta la perspectiva de alto nivel de Flatt. Exa cree que puede resolver la situación rápidamente abriendo un hoyo en la cabeza del muchacho. Aguarda a que Flatt le diga que lo haga, o que de lo contrario confirme que quiere hacer esto a la manera más difícil.
Y aguarda. Transcurre un segundo entero.
—¿Flatt? —subvocaliza.
Las placas de armadura gris mate se despegan del cuerpo del chico y de su rostro. No tienen nada peculiar; el color no es más que la primer y menos original opción que se pudo escoger, exactamente a mitad de camino entre el blanco y el negro. Por acto reflejo, Exa dispara una broca que rebota, desviada. El muchacho se abalanza desde su asiento. En su mano derecha hay una pistola de agua pintada de negro conectada a una manguera conectada a ninguna cosa. En su mano izquierda se ve algo así como una engrapadora eléctrica de uso industrial rellena de un cable axial de cobre. Ambas enfrentan a Exa de direcciones opuestas. La primer arma chorrea un napalm naranja presurizado. La segunda suelta una hilera de afiladas cuchillas aceleradas electromagnéticamente.
Exa da un paso atrás, alzando un brazo para cubrirse del vendaval de proyectiles no convencionales. Bloquea con éxito el ataque de napalm; la manga de su traje prende fuego, y seguirá encendida varios minutos más, pero eso no importa. La llamarada y la arruinada manga le tapan la visión de la otra boca de cañón. Las cuchillas atraviesan su ángulo muerto, destrozando aún más su traje y la manga de la camisa. Las cuchillas son pequeñas, de dos centímetros cada una. Le aciertan con total precisión en los ojos, nariz y dientes. Algunas quedan alojadas. «¿Qué carajos?».
El chico —apenas reconocible como tal en su armadura de cuerpo completo, poco más que una gris representación de un personaje de videojuegos de la era del Saturn, imponiéndose a Exa— cierra su binomio armamentístico frente a sí. Lo fusiona produciendo un chillido metálico, volviéndolo a su configuración original de espada mágica, la pesada barra de hierro con su ordinario extremo afilado. Exa para la primer arremetida con su llameante brazo, empuja a su oponente, escupe dos de las cuchillas y retrocede dos pasos más, intentando sacarse una tercer cuchilla de la fosa nasal. El muchacho reanuda, sin perder tiempo. Sin duda el traje lo auxilia. Arremolina la espada cual malabarista. No existe humano alguno que tenga esa clase de fuerza.
Exa ha perdido la compostura como resultado de esta bizarra combinación ofensiva. No tiene más la iniciativa. Para los próximos pasos revierte a modo de mano a mano, despejando su mente por completo para quitar límites a su razonamiento estratégico.
Y hela allí, la pista.
Exa combate como un gran maestro de ajedrez que juega a ocho movimientos por segundo. Su oponente lo ha desarmado por completo. Esto no es algo que ocurra jamás.
—Flatt, ya sé de qué se trata —exclama.
El chico arremete de nuevo. Exa de nuevo esquiva. A una velocidad sobrehumana, Exa envía los dedos de su mano hacia la garganta del muchacho, un único golpe asesino. El muchacho no está allí donde apunta. Está por debajo, girando sobre su talón a tan alta velocidad como si lo impulsara un cohete. La espada completa el giro, golpea la base del mentón de Exa, y lo remata fuera del campo de juego.
En el cielo queda un rastro de llameante napalm allí por donde pasa Exa. Esta vez no asciende tanto como para dar contra el techo del escudo. El chico lo persigue a pie.
—Nos están atacando —grita Exa.
—¿Repite? —responde Flatt.
—Es Arma Abstracta. Te están atacando. ¡Dame la bomba!
Flatt devuelve una confirmación no verbal. Exa está a segundos de hacer impacto. Debajo, puede ver al chico acercándose para interceptarlo, cruzando el desnivelado terreno anaranjado y el espeso prado a tranco de velocista olímpico. Ya no le importa a Exa ninguna otra lectura. No consiguió la victoria, pero este catastrófico encuentro está a uno coma un segundos de acabar en el empate más contundente posible.
A la mayor parte de un kilómetro de distancia, en el centro exacto del escudo esférico, una bomba de neutrones de once metros de ancho se manifiesta en la realidad en medio de un crac. Aparece completamente estática en el aire, y luego cae unos pocos centímetros haciendo tun. Exa advierte su llegada por el rabillo del ojo. El chico está hecho un resuelto tren bala gris, sin prestar atención. Un segundo.
Como un cañonazo, el chico embiste a Exa con el hombro justo antes de aterrizar, arrojándolo como molinete. ¿Sin ofensiva exótica? ¿Sin puñado de estrellas ninja? Todavía sin haber tocado el suelo, Exa se pregunta por qué.
Exa comprende el por qué. Exa se queda dos décimas de segundo muy corto de tiempo para hacer algo al respecto.
Todo esto no fue más que un truco.
«Me birló el aro medicinal».
BUMMM.
Se ha vuelto de día en el Piso: la pantalla que rodea a los seis magos restantes está totalmente en blanco. La explosión termonuclear rebota contra el escudo múltiples veces por segundo, contrayendo y expandiéndose como algún psicótico concepto de motor de combustión interna salido de la Guerra Fría. Salvo por la luz emitida, la energía que liberó la bomba no tiene a dónde ir. La temperatura absoluta interna al escudo se cuadruplica, incinerándolo casi todo y licuando aquello que no pueda incinerarse. No queda de Exa más que un vaho de cenizas. El Arma Abstracta se pliega y muere; es casi puramente una herramienta ofensiva y su armadura tanto física como mágica, si bien formidable, es esencialmente de segunda clase. Al formarse agujeros en su armadura virtual, el anónimo oponente de Exa se fríe de inmediato. Y el kara medicinal finamente labrado, que el chico apenas tuvo tiempo para colocar en su muñeca, impacta a la tierra cual pisapapeles quemado y deforme. Y luego cae a través de la tierra, cual candente bola de rodamiento atravesando la manteca.
King, Flatt y los demás observan con resignado desánimo. ¿«Gastos de maná mínimos»? La limpieza del terreno va a ser brutalmente costosa. No hay forma de rescatar al original. Hay demasiada radiación y calor. El interior completo del escudo tendrá que ser desmantelado y reconstruido a partir de un patrón.
Nadie en la sala advirtió el robo del aro medicinal. Fue demasiado rápido.
Sobre el Piso, el descartado aro medicinal de Exa se endereza una vez más. El primero en notar la actividad es Flatt. Da por hecho que se trata de Exa, retornando a la vida en la ubicación más conveniente de la red de anillos medicinales.
Transcurren dos segundos y la supina figura está a más de la mitad de reconstruirse antes de que Flatt frunza el ceño, preguntándose por qué los conjuros secundarios que normalmente confeccionan el traje de Exa en cambio están dando forma a una arremangada camisa de un descolorido azul.
Al tercer segundo, Flatt atisba un arma.
Flatt no está armado. Nadie en la sala lo está; Exa es su arma y el Piso es prácticamente inaccesible valiéndose de medios convencionales:
—Intruso —grita—. ¡Intruso!
Al cuarto, el chico se despierta. Se sienta. Apunta a King. Pero King ya ha reaccionado.
Bajo la piel del chico brotan setas, hacia afuera, todo alrededor de su cuerpo. Brotan por debajo de sus uñas y de las cuencas de sus ojos y de su boca y su lengua. Suelta el arma, que para cuando impacta el suelo ya no es más que una masa de verde musgo. Cae hacia atrás, soltando apenas un grito, y luego yace inmóvil. Técnicamente, la cosa en la que se ha transformado permanece con vida. Sólo que es una planta en lugar de un animal.
Pasa un largo instante de silencio. Flatt mira a King, horrorizado:
—¿Tú hiciste eso?
King mantiene su propia expresión bajo un cuidadoso control:
—Anulé el anillo. Le indiqué que construya otra cosa.
—Eso… es horrible.
King no cruza la mirada de Flatt:
—Estaba a punto de matarnos.
El análisis post mortem:
La primera vez, Exa se topó con Arma Abstracta bajo una profunda fisura rellena de nieve de los Urales polares, ochenta kilómetros al este de un pueblo minúsculo, ignorado por completo, llamado Polyatsk. Mientras que nadie blandiera ni usara el Arma, se consideró injustificable utilizar magia en escalada; tardó dos semanas en llegar, y otras dos en volver a casa.
Estaba cubierta de nieve. Tenía el formato de un Gran Arma estándar, un ladrillo de cromo de un metro de largo con un evidente Extremo De Ir Al Grano. Exa estuvo una larga hora sentado en la nieve, transmitiendo detallada información de identificación al Piso y, por precaución, sin tocar el Arma.
Fue una de las muy pocas máquinas de toda la historia humana en tener incorporado un verdadero y especializado protocolo de autodestrucción. Exa sólo tenía que sujetar el Arma por un segundo para pasarla a retiro, lo que resultó ser dos segundos más de lo que le hubiera gustado.
—Te entrena —explica. Está de regreso en el Piso, recostado en un sillón de oficina, irritado por haber perdido unos pocos segundos de memoria, irritado por la incompetencia colectiva de todo el mundo y básicamente irritado. Da un trago al pequeño vaso de licor por demás caro—. Cada segundo que pasas sujetándola, te arroja posibilidades, te cuenta el mejor modo de utilizarla. Contiene toda arma jamás construida. Es el conjuro destructivo primigenio. Es el prototipo de toda la violencia humana. Hay una Lista dentro suyo, que… No es posible describir la Lista.
»Y cada segundo, te ofrece oportunidades. Te pregunta lo que quieres hacer. “Pruébame sobre esta persona, pruébame con aquella persona, véngate. Úsame”. Y si le pides, te asignará objetivos. Si le preguntas “¿quién hizo esto?” te lo cuenta. Sí, sabe quienes somos. Este chico tiene, ¿qué? ¿Diecisiete, dieciocho? El chico quiere vengarse del mundo. “¿Vengarte del mundo?” dice Arma Abstracta. “Oh. A los que buscas es al Grupo de la Rueda”.
—¿Y qué sucedió en realidad en los Urales? —pregunta Flatt.
—¿Quieres decir, qué fue lo que hice mal? Tú dímelo —responde Exa, irritado—. Se me ocurren una docena de cosas. Quizás no la identificamos correctamente en esa ocasión. Quizás no la identificamos en esta ocasión. Quizás toqué el botón equivocado, quizás no quería ser destruida. Quizás no lo recuerdo con claridad. ¿Quizás estoy mintiendo? Saca los registros akáshicos y dejémonos de juegos. Sólo que no puedes. Esa es la cuestión.
—Puedo ver una purga en el tiempo —reporta Cen—. Donde debería estar el pasado hay un agujero hecho jirones. Cada vez que añado el Arma a la consulta no consigo nada. Estoy trazando un mapa a partir de los confines del agujero. Pero eso es todo lo que puedo hacer.
—Voy a admitir que hay algo que tuve que haber hecho mal —dice Exa—. Sinceramente no me acuerdo de qué, y tampoco cualquiera de ustedes, ni lo recordaría Ashburne. Pero hay un motivo por el cual no podemos averiguar por qué, y es la misma razón por la que no podemos sacar nada de este advenedizo asnete.
»¿Me oyes, niño? —agrega con enfado, dirigiéndose a los restos del chico. “Cadáver” no sería la palabra indicada. Exa traga y prosigue:
—Contiene cada arma que alguna vez se haya hecho. Incluyendo las armas mágicas. Ha borrado su rastro. Soltó alguna clase de burbujeante y chispeante destructo–encantamiento directo sobre los mismos registros akáshicos. Ha revuelto selectivamente la historia. Es por eso que no podemos averiguar qué sucedió con el Arma desde entonces y hasta ahora. Es por eso que no podemos averiguar cuándo fue que este bastardo se hizo con el Arma, ni por qué hizo nada de todo esto. Lo único que podemos hacer, muchas gracias, Zen, es sacar conclusiones a partir de la silueta del hueco que hay en nuestro conocimiento.
—Es decir que es inteligente —señala otro mago, un hombre rubio de mediana edad llamado Arkov.
—Tendrías que ser muy inteligente para comprender que tal cosa era posible —asiente King—. Estar muy bien informado en cuestiones de magia de profundidad.
—No necesariamente —dice Exa—. Los ataques táumicos hiperavanzados de esa clase forman parte de la Lista, si bien se hallan bien al final. Eventualmente llegarías allí si tuvieras la paciencia suficiente.
—¿Así que tu explicación alternativa —inquiere Flatt— es que sostuvo el Arma Abstracta sin usarla durante, cuánto, un mes?
—Eso pareciera ser algo que requiriese de una capacidad sobrehumana de autocontrol —dice King.
—Aún no lo entienden —dice Exa—. Quizás sí la usó. Al ejecutarse ese encantamiento, no podemos detectar lo que haga el Arma. Quizás ya se había conjurado cuando la encontró. Quizás lo conjuré yo mismo cuando intentaba destruir a esa cosa.
—Pero en ese caso, ¿por qué no cubrió sus huellas esta última vez? —pregunta King.
Exa estalla:
—¡Porque esto no se trata de Ruanda, atajo de nematodos! —Se pone de pie y arroja lo que queda del whisky, vaso incluido, hacia la cara de King. King se agacha; el vaso estalla en algún lugar de la oscuridad—. ¡No se trata de él, ni de lo que le ocurrió a su familia, ni de alguna parte de su país por la que intentara conseguir justicia! Noticia principal: ¡vino por nosotros! ¡El disparo inicial contra esa instalación militar no fue más que para captar nuestra atención, tras lo cual me mató tres jodidas veces!
—Cálmate —le dice Flatt.
Exa desea gritar «no voy a calmarme» en el rostro de su operador, pero pensándolo mejor, quizás la mejor forma de exponer la cuestión sea con una helada y furiosa calma. Patea su sillón, que sale de la discusión rodando. Camina con ira en un sentido, y luego camina de vuelta:
—De acuerdo. «Con calma», ya que me acaban de fisionar. No me importa el cuento patético de este chiquillo. No quiero despertarlo y preguntarle por qué sintió que tenía que traernos su guerra personal. De hecho, no podemos. De hecho, no tendrían que haberme traído a mi tampoco de regreso.
—¿Por qué no? —pregunta Flatt, agotado.
Exa se de cuenta que él también está cansado. Su kara (rescatado del bancal de hongos) en teoría lo mantiene en plena condición física por siempre, pero hay algo en su alma que sabe que son las cuatro y media de la mañana de un día que se estira cada vez más mientras él está ahí parado.
Se quita el kara y lo muestra:
—En resumidas cuentas: los conjuros de nuestros aros medicinales tienen una falla de seguridad enorme como el Sol.
Efectuar la limpieza lleva una hora, y luego un día entero para instalar los nuevos yantras que renovarán la red de aros medicinales. Exa responde algunos de los llamados de la novia:
—Esto es una cosa de locos —le cuenta—. Situación crítica. Voy a estar sin volver a casa. —Al no haber emergencia no se toman atajos: le lleva otro día entero regresar a su casa por medios tradicionales.
Al poner un pie fuera del taxi frente a su edificio comprende finalmente qué es lo que le estaba molestando. Se rezaga en el vestíbulo y llama a King. Le dice:
—Hemos fallado. Hemos perdido.
—¿Mmm?
—El chico estuvo allí, en la sala, con el arma. ¿Y si no hubiera sido un arma? ¿Y si hubiera sido una bomba? ¿O un conjuro? Nos pudo haber matado a todos.
King no entiende lo que quiere decir:
—Ganamos, ¿o no?
—No, no ganamos. Tú ganaste. Todavía hay enormes vacíos en nuestras informaciones. Nos lanzamos a una situación sin estar preparados. Una situación sin explicaciones, o con demasiadas explicaciones. Lo desactivaste todo justo a tiempo. ¿Y si esto fue para probar lo preparados que estamos?
—No —dice King—. Nos salvamos por los pelos. Nada más. Vete a casa.
—Ya estoy en casa —dice Exa.
Corta la llamada y se sube al ascensor.
Se acabó.