Cielo Táumico

Antes

Cual cremallera, la tierra se abre de arriba abajo ante el filo de intensos láseres rojos, rebanando a lo largo de líneas loxodrómicas que se cortan entre sí. La potencia de los rayos láser es tan elevada que podrían verse a simple vista desde la superficie de Plutón; de tener buenas lentes telescópicas, el show de luces podría verse desde otros sistemas estelares. Un rayo acierta la cara visible de la Luna, dejando tras de sí una cicatriz angulada de escoria, la cual, tras volver a congelarse, permanecerá allí el resto de su existencia.

Los láseres representan la parte más modesta de la energía empleada. Se gasta mucha más para elevar físicamente los trozos de rompecabezas de la primer capa de corteza hacia el cielo, cargando consigo también cantidades importantes del cielo mismo. El planeta se desenvuelve como una cebolla, jirones de países y selva tropical se desdoblan en jirones aún más finos, absorbiendo más luz solar y reconstituyéndose en la primera etapa del incipiente sustrato computrónico. Gracias a pulsos de momento emitidos por el núcleo coordinador, los jirones se impulsan y echan a volar al espacio libre, se alinean entre sí enfrentados al viento solar, realizando un cambio de órbita que los acercará más al Sol, allí donde la energía será más abundante. Con eso basta para la primer capa, incluyendo todo vestigio físico restante de la civilización humana.

Una segunda, cruda y fundida capa de la Tierra queda expuesta, y el proceso inicia un nuevo ciclo, partiendo otra vez con rayos láser. Es un trabajo urgente en pleno infierno, financiado con recursos inimaginables. Las Virtualidades recién despiertas ya comienzan a colonizar los restos, como larvas sueltas en carroña. Con el paso de millones de segundos —días, pero los días ya no existen más— los remanentes se muelen por completo dejando una pasta computrónica, que envuelve al Sol herméticamente y cosecha casi toda su energía para aprovecharla como poder de procesamiento. El Sol se va atenuando a medida que esto pasa, y su espectro abandona la luz visible y se adentra en el infrarrojo.

Exa Watson contempla la edición sintetizada de la grabación, una cobertura obtenida desde plataformas de observación pasivas allá en la nube de Oort. Desde esa perspectiva, con falso color y sin audio, la demolición es escalofriantemente lejana y su impacto difícil de sentir.

Exa ha reencarnado en el espacio real del sistema Sirio, en una cápsula espacial sellada construida del metal más tosco, sin nada más que una radio, un ventanuco y un sistema de soporte vital salido de la primera revolución industrial. La cápsula es casi tan grande por dentro como un ascensor y casi no hay gravedad. Exa oscila. Hay otra persona presente, una mujer: el árbitro. Ella se ha anclado con los dedos de los pies en la esquina opuesta, sus manos metidas dentro de la compleja indumentaria judicial, alterada levemente para no estorbar en caída libre. Se les muestra la grabación por acción y efecto de las sustancias fluorescentes RVA de una endemoniada pantalla de tubo catódico. La edición, con compresión de tiempo, dura poco más de cuarenta minutos. Al finalizar hay un sonido, un clicar mecánico, y Exa se queda mirando el reflejo suyo y el del árbitro sobre la pantalla CRT. Se produce un largo silencio y nadie dice nada. Luego el árbitro cambia de posición, como despertándose de un trance.

—Adam King perdió toda cordura durante la Guerra —dice ella —. Al igual que todos los que, como tú, se alinearon con él. Pudieron haber construido un mundo totalmente nuevo, o dejado el planeta inhóspito como lo que era, un sincero monumento en conmemoración. Hasta el olvido hubiera sido preferible. Pero tras ese caos inimaginable, ustedes estaban desesperados por volver a un mundo que tuviera un cierto orden manejable. Hicieron de la Tierra una imitación de un planeta viable. Una fantasía.

»La “magia” nos pareció absurda. La “Tierra” que comenzaron a construir nos pareció obscena. Preferimos abandonar el mundo a quedarnos y ser cómplices de su locura. En cambio, vinimos a Sirio, terraformamos su quinto planeta y comenzamos una cultura nueva. Una real. Cualquiera de ustedes pudo haber venido con nosotros de haber querido.

Exa echa un vistazo por el ventanuco. Es posible que una de las fuentes de luz ahí fuera no sea una estrella sino el planeta local al que se refiere el árbitro, Ae, y le gustaría mucho verlo con sus propios ojos. Pero eso es improbable. El ventanuco no es tan grande, y la cápsula está muy, muy lejos de cualquier otra cosa. Ae es una supertierra, recuerda Exa, con una gravedad de superficie sustancialmente mayor a la Tierra. Era blanca de atmósfera cuando la descubrieron, pero ahora sin duda será azulada y verde. Las personas que allí vivan serán más bajas y de complexión más robusta que los humanos terrestres, indudablemente con mejores reflejos.

—… y después de todo su “Tierra” era ilusoria, y todo esto equivale a una acción postergada. Tres décadas más tarde, concluye la Guerra Abstracta. La humanidad Virtual se apodera del sistema Sol de todas formas, y Ra seguirá “radiactivo” hasta el momento en que el Sol ya no brille más.

»Y ustedes sobreviven. De seis mil millones, doscientas setenta y cinco millones, cuatrocientas mil personas, ustedes sobreviven. Su Grupo, y nadie más. El mayor logro de la cobardía.

Ella hace un alto allí. Pareciera ser el turno de hablar de Exa.

Él escoge cada sílaba con cautela:

—Fue, en ese momento, la alternativa que para mí se sentía lo más parecido a una victoria. Yo creí personalmente que King, y que todos nosotros, podíamos construir algo valioso. Y notable. Y duradero, y provechoso, y bueno y seguro y aun si no fuera perfecto y “sincero” por lo menos sería… resonante.

Él no sabe lo que siente. Hay grandes cantidades de ira y arrepentimiento y culpa y alivio pero principalmente siente la necesidad urgente de abandonar este lugar y estar en cualquier otra parte, solo, bajo un cielo abierto, caminando, yéndose. Sabe que eso es la última cosa que ellos van a concederle.

—Y lo fue —prosigue—. Durante un tiempo. —Hace una pausa palpable. Indica, neutralmente, la televisión, dando a entender que la parte que sigue a su declaración, si la pusiera de manifiesto, no sería más que un recuento del video que acaban de ver. Luego continúa:

—El mundo que están creando aquí también tiene un defecto fatal. También va a durar un tiempo, y luego fracasará y se acabará… Y quiero que conste que fui yo quien decidió dejar atrás a King.

Exa no recibe ninguna confirmación del árbitro. Declaró hasta aquí mirando a su reflejo sobre la pantalla de televisión, pero ahora voltea, de frente a ella:

—¿Qué es todo esto? —al fin se le ocurre preguntar—. ¿Dónde está el resto de los míos? ¿Es esto un juicio?

—No.

—Quiero que me representen.

—Kalazkú Huatso Nesso, no podemos integrar a tu Grupo a la sociedad Siriana. Su solicitud de asilo ha sido denegada. Sus patrones se conservarán indefinidamente. O por lo menos hasta que una generación futura más clemente decida perdonarlos.

Es imposible conjeturar cuál es la probabilidad de ese último hecho incierto. Exa cree que es una moneda al aire. Le dice al árbitro, furioso:

—Pueden permitirse algo mejor que eso.

Pero el árbitro, aún si tuviera la autoridad para intentarlo, no puede. Chasquea los dedos, y Exa deja de existir.

*

En el medio de Reikiavik que esté totalmente oscuro a esta altura del año no te dice nada. Laura está escondida en una mesa del fondo del bar de whisky, bebiendo algo que rebosa en canela, de nombre Fireball. No está esperando a nadie. Hay un libro abierto frente a ella pero no lo está leyendo. Sólo mira las palabras, una a una. Cuando llega al final de la página, vuelve al principio.

Alza la vista cuando se abre la puerta, y no reconoce a su hermana bajo tantas capas de ropa, así que baja la vista otra vez. Natalie ya ha ordenado su propio trago y se ha sentado frente suyo antes de darse cuenta de quién se trata.

—Así que, te has vuelto islandesa —empieza Nat.

Laura transita del pasmo a la ira con tanta velocidad que Nat, mirando de cerca, apenas lo nota.

—¿Cómo me encontraste?

—Te encontré hace un año y medio —dice Natalie—. Tendrías que haber desaparecido una segunda vez cuando rompiste todo contacto. Para responder a tu pregunta: mala higiene de información de tu parte, y grandes caminatas, largas y aburridas. A decir verdad, te tengo envidia. Si yo fuera a desaparecer adónde sea, sería acá mismo. Y creo que nadie en todo este país te reconoce. O no son tan maleducados como para que les importe, al menos.

—Sí —dice Laura—. «Maleducados» es sin lugar a dudas la palabra en la que estoy pensando.

Muchas, muchísimas personas quieren hablar con Laura Ferno. En general, que Laura pueda decir, tales personas encajan en dos categorías: quienes piensan que ella está loca, y quienes están locos ellos mismos. Los últimos son los más comunes y mucho más difíciles de lidiar, pues se trata de gentes que casi seguramente quieren que ella resucite a alguien en particular. Casi siempre se trata de alguien querido, que acaba de morir hace muy poco. Es tan doloroso hablar con esas personas, que ella tuvo que mudarse tan lejos de todas ellas como pudo hacerlo. Y no ha sido lo suficientemente lejos.

—Quiero ponerme al día contigo —dice Natalie—. Eso es todo, nada más. No se trata de alguna nueva crisis en la magia por la que tenga que sacarte desesperadamente del retiro. Estoy acompañando un grupo de segundo año a Blönflói, pero esta noche están llenándose hasta el cráneo de Einstök y licor de ruibarbo, y ambas estamos en la misma ciudad, y ya ves.

—¿Y ya veo?

—Y ya ves… ¿Estás bien?

Laura gruñe. Si tuviera una mayor fuerza de voluntad, se levantaría e iría de allí:

—Estamos armando el prototipo de una central energética —dice ella— al este de Thingvellir. Recuperación de maná residual de la Dorsal. La misma técnica por la que me despidieron del Grupo Hatt, aquella vez.

—Qué interesante —dice Nat—. Pensaba que Islandia tenía energía no contaminante de sobra.

—Energía eléctrica —dice Laura—. Esta es energía mágica. Hacia el fin de este año el país será el primer exportador de maná del mundo. Quizás sea el principal, desde ahora y hasta el fin de los tiempos. La idea es empaquetar un cuarto de terajoule en un Montauk de diez metros, y luego despachar el anillo a quien lo quiera. Un mago sirve de transductor al otro extremo. Podrás dar provisión a un pueblo entero por algunos días. O lo que quieras.

—Está muy bien —asiente Natalie.

—Es una porquería —declara Laura, malhumorada—. Es un absurdo intrascendente. Todo lo que es, es matar el tiempo. Ya encontraré algo más si es que creo que haya algo más.

Calla, de nuevo mirando a través de su libro.

—Pues, por si te llegara a importar, he retomado mi investigación astrotáumica —dice Natalie—. La magia solía estar localizada a nuestro sistema solar, pero ahora es una ley fundamental del universo. Ahora hay supernovas mágicas allá afuera, tal como lo predije. El cambio de estado del cosmos se aplicó hacia el pasado a lo largo de nuestro cono de luz. Que yo pueda ver, no hubo cambios retroactivos en los datos, pero eso no importa demasiado, porque para empezar casi no había datos disponibles.

Laura se hurga los incisivos, distraída, sin alzar la vista:

—O sea que a ti no te va mucho mejor.

—Supongo que eso es cuestión de perspectiva —dice Natalie.

Hay un largo silencio durante el cual Natalie considera, y luego descarta, conversar sobre su padre. Él está bien.

Un sucesivo, y distinto silencio pasa en el cual Natalie tampoco menciona a Nick Laughon, quien también está bien, y que ha seguido adelante con su vida y ha conocido a alguien más. No son temas por los cuales Laura quiera que la informen.

—¿Cómo es que seguimos haciendo esto? —murmura Laura, como para sí misma.

—¿Haciendo qué?

—Magia. Tú y yo. Ya no es una ciencia. Está por debajo de la ciencia, es un comportamiento emergente, intuitivo, que saca provecho de un sistema totalmente artificial. Sigo las noticias: Ed Hatt ya está construyendo cohetes propulsores. Anil Devi me birló la técnica para ello, y no puedo comprenderlo, porque yo sé que él tiene mejor juicio que eso. Él sabe que estamos cargados. ¿Por qué molestarse con viajar al espacio cuando la cosa que estás tratando de alcanzar no es espacio siquiera? ¿Por qué molestarse con la astronomía? ¡Es una farsa! ¡Es una esfera de cristal!

Natalie no dice nada. Laura prosigue:

—Hubo un día en el que todo se transformó en una locura. Y luego… todo volvió a la normalidad. Y es la segunda cosa que yo no sé cómo carajos comprenderla. ¿Adónde estamos?

—En el mismo lugar que siempre hemos… —empieza Natalie.

—No empieces —dice Laura—. No me des de nuevo esa respuesta de loro. Sabes que no es la verdad. Eres igual a Mamá. Ella también lo sabía.

—Pero es la verdad —dice Natalie, suavemente.

—¿Para qué molestarse con vivir aquí? —escupe Laura—. ¿Para qué molestarse en pretender el continuar existiendo? ¡La verdad nos atravesó a todos! ¡Ninguno de nosotros quiere aceptarla!… No puedo despertar. Siento como si estuviera durmiendo, todo el tiempo.

—Es la depresión estacional —sugiere Natalie—. Estamos en invierno. Estás en el país equivocado.

—No me refiero a eso. No puedo pensar acá adentro. Intenté construir mi nave espacial. No puedo ordenar mis pensamientos lo suficiente como para que funcione. No me mires así, tenía que intentarlo. Aquí simplemente no es posible. No sin asistencia mecánica, y no tengo la más mínima idea de cómo armar el mecanismo que me hace falta. Ese guante, era como… mágico…

—No me respondiste la pregunta —dice Natalie—. ¿Estás bien?

Los dedos de Laura tiemblan al jugar con el vaso, que ya está vacío.

—Podemos suponer algunas cosas acerca de cómo está programado Ra y cómo ejecuta sus virtualidades. La Tierra se está desmantelando en este instante, segundo a segundo, y el resto del universo sigue estando allá afuera. Podemos salir de aquí. Tiene que ser posible hackear el sistema. Mientras sigamos vivas. Tiene que serlo.

Natalie niega con la cabeza.

—Quizás —dice Laura—, si puedo asignar suficiente energía a un único punto, puedo darle al sistema algo que no pueda manejar. Quizás pueda averiarlo. Como lo que estaba por hacer «Benj».

Estas ya son tonterías. Todo lo que Laura va a romper es a sí misma. Natalie inclina la cabeza, incapaz de evitar que arribe a su propia conclusión.

—No estás bien —dice.

—Lo voy a estar —dice Laura.

—Ra vio que podía valerse de algo que había dentro tuyo. Vio la clase de personalidad que tienes, e inventó la narrativa perfecta para aprovecharse de ella. Te usaron. Te mintieron. No tuviste oportunidad.

—Yo sé lo que estaba haciendo —dice Laura—. Lo haría de nuevo. Valía la pena. Deberíamos estar viviendo en ciudades sobre la Luna. Nadie debería tener hambre. Nadie tendría que enfermarse. Tendríamos que aspirar a ser extragalácticos y la muerte debería ser un anacronismo. Para tener una mera chance de conseguir todo eso, sí que valía la pena.

*

Natalie sabe cómo va a terminar el mundo.

Dentro de diez mil años, si la historia humana continúa aquí aunque sea un poco como lo hizo allá afuera, alguien intentará (re)construir a Ra. O algo semejante a Ra. Podría estar basado en la magia; podría ser mucho antes de diez mil años. En cualquier caso, será evidente que el verdadero Ra es finito, y no puede simularse a sí mismo. Esta virtualidad consumirá cada vez más y más recursos computacionales hasta que algo más dentro del ecosistema real de Ra caiga en la cuenta de la voracidad con la que se comporta su virtualidad, y la terminará matando. O bien, su virtualidad se ejecutará a niveles progresivamente mayores de descompresión de tiempo hasta que Ra alcance el límite de su vida útil y se apague por completo.

Y no tienen por qué llegar a los diez mil años subjetivos y no tienen por qué intentar de reconstruir a Ra. Un agente externo podría matar el mundo en cualquier momento, por ningún motivo. El mundo podría, sin que fuera culpa de nadie, quedar corrompido y caer en error. Podría ejecutarse a una proporción de mil millones a uno, o simplemente suspenderse indefinidamente y nunca más reanudar. El último tic del procesador podría llegar en tan sólo años. Podría suceder hoy mismo.

De una manera u otra, el final será imperceptible e instantáneo. Y no hay acción, que Natalie pueda imaginar, que conduzca a evitarlo. ¿Qué podría prevenir que Ra vuelva a reconstruirse? ¿Qué mensaje podría dejar que perdurase, no ya que fuera sentido con ahínco y que se lo tenga en cuenta, a través de tan larga extensión de tiempo? ¿Cuáles, ya que estamos, son las alternativas?

Natalie supone que su hermana y Anil Devi y —si le llegara a importar— Nick Laughon, han llegado todos a las mismas conclusiones. Da por hecho que si quisieran hablar de esa perspectiva con ella, la hubieran mencionado.

*

Hela ha sorprendido al conejo con las patas en la masa. El prado es amplio y llano como una tortilla y el conejo ha quedado en el medio, dejado a su suerte, muy lejos de cualquier refugio. Tiene la ventaja al principio, y es veloz y corre por su vida, pero Hela simplemente está mejor adaptada y tiene un hambre letal. Por lo usual Hela flota de alcándara en alcándara con pereza, recorriendo curvas de baja energía. Ahora aletea con fervor como una mariposa para seguir de cerca a su presa.

Cuando está a una fracción de segundo, sus garras extendiéndose a matar, el conejo frena. Voltea, la mira a los ojos y salta, derecho hacia arriba. Es una táctica desesperada y calculada. Pasa demasiado cerca. Hela, que por completo se ha volcado al ataque, arroja una garra hacia arriba cuando este la pasa por encima, y luego se estrella con torpeza entre el pasto. Pero consigue rozar la pata del conejo al pasar, con tal fortuna que ahora apenas si puede correr; dicho de otro modo, está condenado y sin escape. Ella gira, se endereza y se abalanza hacia el conejo —que renquea tratando de huir—, lo sujeta y le hunde las garras en el diafragma.

Natalie y Douglas Ferno observan todo esto desde un rincón del prado, Doug por medio de binoculares. Toda la secuencia toma apenas dos segundos.

—Cerré los ojos —le dice Natalie a su padre.

—La presa trató de saltarla como a una valla —dice Doug—. Qué espectáculo. Muy audaz. No consiguió escapar. —Ambos oyen el grito distante y triunfal de Hela.

Natalie no sabe si «audaz» es el término adecuado.

Cuando llegan a la escena hallan a Hela con sus alas extendidas para cubrir la carnicería mientras quita largas trizas de sus cuartos traseros. Doug distrae al ave con una pequeña croqueta de pollo. Hela salta de vuelta a su brazo. De lo contrario, se comería más de la mitad del conejo, que ya no podría aprovecharse para el resto de la semana. Nat, oportuna, envuelve la carcasa del conejo en una mochila de caza. Es la primer pieza del día. Todavía es muy temprano.

Hela ya está lo suficientemente bien entrenada como para confiar en que no se irá volando cuando la dejan ir. Porta un emisor de radio, pero sin pihuela. Hace casi tres años que Doug caza con ella.

Hace mucho que Natalie le ha contado todo a su padre. Ella creía encarecidamente que se le debía alguna clase de explicación. Una gran parte le fue difícil de comprender, pero solamente al principio, porque ella omitió ciertos detalles vitales en favor de la simplificación. Pero con la simplificación no bastaba. Él la hizo empezar de vuelta y rellenar los huecos de la historia. Ahora lo comprende todo. Lo cree. Hasta esas partes que nadie podrá jamás comprobar.

—Ella fue a una guerra —dijo Natalie, hacia el final—. A una escala que no consigo entender. Sea como sea, ella perdió esa guerra. Y cuando ya no había más guerra, ella se convirtió en… mortal.

—Ella era Mamá —respondió Doug—. Tú y yo la recordamos así. No fue una mentira. No hace falta que haya algo más.

Ahora Douglas Ferno hunde la mirada en el cielo. Es un día gris, cubierto de nubes. Pareciera el mismo, el que siempre le pareció. Una impecable imitación de calidad. El se lo cree, intelectualmente. Pero hay algo en sus huesos que se resiste a creerlo.