Magia Más Profunda

Antes

La entidad que posee a Nick Laughon se encuentra sentada en el sillón. Se ha puesto a gusto.

Laura sigue de pie, los brazos cruzados. Lo ha contemplado detenidamente. Hay algo que la–cosa–que–no–es–Nick todavía no hace. No ha dado indicios de alguna falta de conocimiento de su entorno. Inmediatamente después de «haber despertado», la cosa que no es Nick se puso de pie, fue al baño, se vistió. Ahora se ha dejado caer en una postura muy a lo Nick, envidiablemente cómoda, los pies levantados, con un gran vaso de agua. La cosa se mueve como Nick. ¿La? ¿Él?

Laura ya esperó suficiente:

—Explícate.

—Yo soy Kazuya Tanako. Mi Nombre Verdadero era ra.

Helo ahí. Es algo hermoso, como la luz del alba:

—… por supuesto que lo eres. ¡Por supuesto! Tiene sentido. Te moriste en el mundo de Tanako. ¡Tu mundo! Le pusimos tu nombre al lugar en el que te moriste. Tú no lo llamabas de esa manera, desde luego. Tú lo llamabas de otro modo.

—«El lugar de vidrio», «el sueño de vidrio», «patrón uno», «mármol negro», muchos nombres distintos —explica Tanako—. Ahora, lo que yo te pregunto es, ¿qué más es lo que sabes?

—Tú… fuiste uno de los magos jóvenes más talentosos de tu generación. Y la magia ya lleva dos generaciones, como mucho, con lo que estás en el top veinte de todos los tiempos. Cielos. Tú eras… no eras el Mozart de la magia pero casi fuiste nuestro Jimi Hendrix. —Esto hace reír a Tanako—. Fuiste la primera persona en liderar un equipo entero de investigación sobre el mundo de… del vidrio. El experimento en el que moriste… requirió acostarse en el núcleo del reflujo de un aparato de rayos Dehlavi activado, y luego caer en un coma inducido. Un viaje en fase REM al mundo de vidrio normalmente dura minutos de tiempo real. Tu intención fue quedarte allí por al menos una hora. Quisiste… abrirte camino hacia la lucidez, con la cual sería posible reunir observaciones reales. Ya me acuerdo. Llevabas puesto un abominable casco sensor, que te cubría toda la cabeza y el rostro.

»Te dio un ataque. Te moriste en el lugar de vidrio. Pero no moriste. Pareció como si hubieras muerto, pero no fue así. Así que ¿qué sucedió en verdad?

—Antes de seguir quiero aclarar algunas cosas —dice Tanako—. Primero, ¿sigo siendo la única persona en haber muerto allí?

—Que nadie sepa, sí —dice Laura—. La investigación de la ciencia del sueño se frenó tras el accidente. Hoy en día tenemos bibliotecas enteras de guías de seguridad. Eso lo sé mejor que la mayoría. Me lo han arrojado encima desde una gran altura.

—Lo sé. Seguridad en Ingeniería Táumica Parte III. Te quejaste de eso durante semanas.

—… por supuesto. Tu eras Benj Clarke.

—En efecto. Y segundo: intenté hacer estallar un buen trozo del norte de Islandia. Mientras tú estabas parada allí. ¿Qué te hizo creer que es seguro traerme de vuelta?

—No hay nada que puedas hacer sin el hardware —dice Laura. Alza su puño derecho: tiene dos anillos en su dedo medio y algunos brazaletes en la muñeca. Sus conjuros de defensa propia improvisados han sido rediseñados radicalmente en los últimos años, y si Tanako heredó tanto de Nick como Laura sospecha, él lo sabe.

Su dicción es excelente. Porque evidentemente se trata de la dicción de Nick.

—Muy bien —dice Tanako.

—Así que. Explícate.

*

Yo fui el primer hijo de la generación mágica. Cuando tenía once, apareció Sobre La Teoría De La Producción Coaxial De Los Campos ζ e ι, es decir que la magia empezaba a tomar carrera como ciencia práctica cuando aprendí trigonometría. De niño, no veía nada más que magia a mi alrededor. Era como un secreto mundo abierto, como si estuviera paseando en un jardín de patrones invisibles.

La magia era el magnetismo más cinco dimensiones, más diez millones de puntos de reputación. Sabía lo espléndida que era porque nadie que yo conociera sabía nada de ella. Nadie en mi familia, ninguno de mis amigos, ninguno de mis maestros. Al fin y al cabo encontré un profesor de electrónica, el Sr. Yamada. No sabía nada, pero estaba tan interesado como yo, así que me pasó varios artículos publicados y me ayudó a comprenderlos, a pesar que él mismo apenas los podía comprender. Conjuré por primera vez a los catorce. No sé si ese sigue siendo el récord. Supe entonces que había nacido para ser mago.

Mi trabajo inicial… pues, resultó ser mi única obra. Elaboré el doblez EM–μ. Conseguí que el descubrimiento de vocabulario y sintaxis se asentaran en algo más firme que tan sólo el ensayo y error. Me dediqué al hardware el tiempo suficiente como para construir cinco herramientas totalmente personalizadas, cuatro de las cuales se volvieron estándares globales. Y resmas de artículos, algunos de los cuales sólo eran construcciones de libre asociación hechas alrededor de una buena ecuación. Tuve suerte. Tuve las oportunidades. Me rodeé de los furiosamente inteligentes.

Nunca una ciencia había estallado de golpe a la realidad de la manera en que la magia lo hizo. Nunca antes una civilización humana tan experimentada y ducha en tecnología se había topado con una cosa tan radicalmente nueva y completamente inexplorada para poner manos a la obra de inmediato. Fue como descubrir una nueva clase de vasta y llana Tierra. No puedes siquiera imaginar esos días gloriosos. Todo funcionaba. Cada línea de investigación daba con oro puro. No te metías en callejones sin salida ni aunque lo intentaras. Cada año, lo que sabíamos se duplicaba y lo que no, se triplicaba.

Sería imposible decir quién tuvo el primer sueño de vidrio. Las personas no hablan de sus sueños. O sea, sí pasa, pero no tan estadísticamente frecuente en relación a los sueños mismos. En particular no entre físicos. Sospecho que es así porque los sueños no son algo científico. Son casi la cosa opuesta a lo científico. En los sueños las personas racionales pueden descolgar el teléfono, por decirlo así. Solemos decir, «consúltalo con la almohada», pero ¿quién pensaría que algo relevante o importante saldría directamente desde el inconsciente?

Así que sería imposible decir quién tuvo el sueño por primera vez, pero sospecho que tuvo que empezar en 1988 o 1989. En los noventa alcanzamos la masa crítica; se convirtió en un fenómeno advertido por al menos tres laboratorios distintos en simultáneo. Estaba claro que existía una estructura en la teoría mágica que todo el mundo estaba observando. Vidrio bajo los pies y un aire gélido y una Vía Láctea de tres brazos en lo alto. Evidente para todos excepto para mí. Nunca la había visto, lo que en sí mismo constituía una observación.

Esa noción atrajo mi atención porque fue la primera pista de que la ciencia mágica finalmente daba la vuelta hacia lo biológico. Entre líneas de lo que la gente decía, me pareció ver una tenue conexión entre el vidrio y la forma en que los humanos son capaces de conducir la magia. Símbolos y señales.

Mohit Dehlavi y yo reunimos un grupo de neurocientíficos. El procedimiento fue mitad proyecto de investigación de laboratorio, mitad misión de exploración. El lugar de vidrio tiene más de una entrada. El sueño es una de ellas. Pero si existe un conjuro lo suficientemente potente, puedes caer en él por accidente. Cuanto más fuerza tenga el conjuro, más difícil es resistir la transición. Así que construimos una máquina que llevase a alguien allí. Una cápsula de aterrizaje al inconsciente. No fui el único sujeto de pruebas. Pero, tal como dices, fui el último.

*

Al principio intenté trazar un mapa del paisaje.

Siempre caía en una ubicación distinta. Había riscos, cañadas, cuencas de ríos secos de vidrio llenos de canicas ovoides. Sin importar cuánto me desplazara nunca volví a encontrar la misma ubicación. El trazado tenía que empezar cada vez de cero. Era imposible comportarse metodológicamente. Pasé a guiarme por medio de navegación astronómica.

La galaxia rota, como lo hace una estrella de mar, con el paso del tiempo. Pero su centro es fijo. Así que ahí tenía un punto de referencia. La mayoría de mis excursiones me guiaba por ese punto como si fuera la Estrella Polar, y me dirigía al sur. Si el vidrio tenía curvatura positiva, en algún momento llegaría al polo sur. Cuanto menos me encontraría con un nuevo cielo en el camino.

El mundo era demasiado extenso como para ir a pie, así que soñé una nave hipersónica*.

No se puede medir el tiempo allí, ni la distancia, así que no sé cuán lejos llegué a viajar. Supón que un año luz. Creo que llegué a convencerme que el horizonte frente a mí se estaba aclarando. Pudo haber sido mi imaginación.

Había una estructura oscura sobre el horizonte. Cuando la vi estaba a una increíble distancia, y era tan gigantesca que calculé mal la aproximación y me pasé de largo. No sé dibujar ni por todo el dinero del mundo así que voy a darte una lista de cosas a las que se parecía: un huevo construido con ladrillos erguido hacia abajo; algún tipo de pimpollo como un diez por ciento camino a florecer; un gran escarabajo gordo con intrincados componentes y zarcillos. Giger mezclado con Mandelbrot. Era tan grande como Manhattan y tan negro como la tinta.

El paisaje aledaño consistía en mesetas y quebradas y piedras apiladas de un modo imposible, como en una caricatura del Correcaminos. El artefacto en ningún punto tocaba el suelo, pero nunca se me ocurrió que se caería, ni que pudiera caerse. Aterricé la nave por encima, donde había algo así como una plataforma. Luego me hallé dentro, y en ningún momento se me ocurrió que no había tomado la decisión consciente de entrar.

*

El salón contenía la totalidad del planeta Tierra. Una pasarela de observación dominaba la vista a la altura del trópico de Cáncer. La Tierra era una piedra gris oscuro, a escala uno a uno. La pasarela era más bien corta; recorrí todo el circuito en pocos segundos.

La Tierra estaba iluminada con rojos puntos de actividad. Al principio lo interpreté como actividad geotérmica: porciones de la dorsal mesoatlántica, enormes arcos de la cuenca del Pacífico, el Himalaya. Y luego noté puntos en la India y Europa y América del Norte, agrupados en focos de poblaciones. De una corazonada busqué Kyoto, y allí vi un evidente destello. Miré más cerca, y a pesar de que no había más detalles que el lecho de roca subyacente, se trataba de mí mismo, dormido dentro de la máquina de rayos de Dehlavi.

El salón, comprendí, era hipercilíndrico. Un tubo de cuatro dimensiones con un corte transversal esférico. La pasarela de observaciones no conducía en dos direcciones, sino tres: izquierda, derecha y kata. Di un paso a kata. La Tierra rotó hacia el oeste unos pocos grados. Proseguí en la misma dirección y el planeta siguió rotando y rotando hacia atrás. Cuando me moví de nuevo a ana rotó hacia adelante hasta que llegué al «techo» de la torre y no pude ir más allá. Al moverme a ana y a kata, los patrones de uso de maná pulsaban como arterias. Me di cuenta que estaba explorando la proyección de una larga grabación, una síntesis del uso de maná histórico a lo ancho del planeta entero.

Al adentrarme hacia el pasado, el destello en Kyoto se desvaneció. Presté atención a medida que seguí hacia kata y observé cómo otros conjuros se manifestaban y apagaban, y recordé las palabras y los nombres y los magos asociados a esos conjuros. Muchos de ellos eran Dehlavi o yo u otros magos que conocí. Busqué al oeste, en Alemania y Francia y el Reino Unido, y vi conjuros de investigación en laboratorios privados, y magia industrial bajando y apagándose… porque estaba contemplando la grabación en reversa, y lo que en verdad estaba sucediendo es que el uso industrial de la magia estaba esparciéndose. Era como inyectar bario en la corriente sanguínea y observar cómo se esparce utilizando un escáner de radiación. Se me ocurrió que era casi como despegar hacia la luna, para luego mirar hacia atrás al mundo a través de un oráculo Kanditz a todo color.

Y en ese momento comprendí la verdad. ¿Qué es un oráculo? ¿Cómo funciona? Sabemos que, debido a la Tercera Ecuación de Campo Incompleta de Vidyasagar, todo uso de magia produce un residuo. Hay una discrepancia experimental entre lo que predecía la segunda revisión de esa ecuación y lo que se observaba y que modeló finalmente la tercera. El campo χ modela esa discrepancia. El maná ji es el residuo, la cosa que escapa al sistema. ¡Ki no luokotomamba nuolo a la ra pemba kastela! Sin interacción. Cuando pienses en partículas ji deberías imaginar neutrinos con metadatos adjuntados. Si construyeras una máquina lo suficientemente grande, ¡podrías observarlo al completo!

Y esto era eso mismo. Esta era la vista, el núcleo, el emplazamiento del uso mágico. Yo estaba en el centro de una hipermáquina artificial/virtual/mágica/real, aparentemente enterrada en el inconsciente colectivo de las mentes de todos los estudiantes de la magia, un dispositivo de vigilancia, una máquina diseñada para hacer nada salvo, cual sismógrafo, observar y grabar y presentar sus resultados, frías cifras como si fueran polillas clavadas a un tablero.

Roté la imagen en una quinta dirección y la Tierra oscura se volvió verde. Ahora no había registros sísmicos. Ahora estaba mirando un verdadero gráfico de población. No pude detectar distinción alguna. La Tierra misma era como una pulida manzana Granny Smith* comercial, por completo inmaculada, con alfileres de un verde limón neón reptando sobre ella como si fuera moho, algunos efectivamente reptando a simple vista: viajando en avión. Dije como moho, pero se veía bien. Se veía como la productividad en acción. Se sentía como una imagen de éxito y prosperidad. El mapa era un mapa de magos. Todos los magos posibles, hasta los no instruidos. Es decir: todos los humanos. Europa y la India, las costas americanas. ¡Habían nombres!

La producción de potencia táumica es una de esas alocadas cuestiones biológicas no resueltas. Quizás no tengan solución. Algunos somos fuertes, algunos débiles. Depende de tu altura, tu salud, cuánto has dormido, qué has comido. Probablemente, una buena parte de ello salga directamente de tu genotipo. La mayoría de la gente nunca intenta hacer magia y nunca averigua qué clase de potencia pueden producir. Nunca averiguan su vataje. Aun para quienes tienen la posibilidad de hacer la prueba, esa cuantificación es tan tediosa y cara, y la diferencia entre el mayor y menor ejecutante es tan poca, que ni vale la pena molestarse.

Y aquí estaba yo, contemplando estadísticas duras de todas las personas del mundo. Volví a prestar atención a Kyoto, comparándome con Dehlavi. ¡Ja!

Giré la tierra un poco más y volvió a oscurecer. El plano reveló datos de almacenamiento Montauk en color cian. La mayor concentración, desde luego, estando en la pequeña planta en Montauk, Nueva York, el viejo «Other Battery Park»*. Las demás en instalaciones de investigación intensiva, y las demás de las demás en cajones de herramientas de magos y en sus cinturas.

Otro clic, como en el dial de un termostato, y ahora contemplaba un nuboso mapa de densidad en blanco. Este mostraba cierta acumulación en los focos poblacionales, pero también grandes densidades en partes totalmente deshabitadas del mundo. Podía deslizar la altitud hacia arriba y abajo. Empecé a nivel del mar, pero a medida que quitaba capas de estructura planetaria pude ver la misma clase de nubosidad pálida todo el tiempo hasta el núcleo más profundo. Hasta descubrí que la nube se extendía hacia el espacio exterior.

Y más, y más. Más colores. Primarios, secundarios, y también esos colores imposibles que solamente puedes percibir echando un cable a tus fotorreceptores. Había mapas que no podía interpretar. Tierras ilegibles. Datos, metadatos.

Me aferré a la barandilla y deslicé aún más a kata, hacia atrás en el tiempo. Al retroceder, el uso mundial de la magia fue apagándose y se desvaneció. Encontré la manera de quitar la magia geológica de la imagen, dejando únicamente el uso humano. Roté  hasta estar seguro que estaba observando la India en lo que estaba seguro era a media altura del hemisferio norte del verano de 1972. Observé la chispa y me acerqué a ella y lo que vi —a pesar de que, desde luego, los datos no eran fotográficos— fue el tenue destello de un hombre cuyo Nombre Verdadero era aum y que había enunciado el minúsculo e inconsecuente conjuro que ahora llamamos uum.

Y luego me arrastré sigilosamente más hacia kata.

Vi lo que parecían ser antiguas pruebas nucleares. No sabría decir cuándo. Sucedieron a través de Siberia y África y el desierto australiano. La mayoría de ellas, sin embargo, ocurrían en los océanos.

Me comprendes: esto era actividad mágica ocurriendo antes de que se hubiera descubierto la magia. Algo que se ha postulado hace tiempo, con frecuencia dado por hecho en locas teorías conspirativas, y algo eternamente, categóricamente desacreditado.

Sí…

Quise ir más atrás en el tiempo, para averiguar cuándo exactamente comenzaron esas anomalías. Pero no había escala de tiempo que yo pudiera discernir. Solamente había: izquierda, derecha, adelante, atrás. De modo que elegí un destello al azar y me sumergí en él.

*

Y sumergido desperté en el agua tibia y salada, mis pulmones a punto de estallar. Mis ojos estaban cerrados y los dejé cerrados por instinto pero de todos modos me ardían muchísimo. Pataleé hacia la superficie pero había alguna clase de pinza metálica sujetándome por la muñeca derecha, teniéndome en el lugar. Entré por un instante en pánico hasta que me di cuenta que el brazo me estaba llevando a la superficie de todas maneras. Salimos a la superficie y conseguí respirar aire otra vez. Más que nada aire.

Estaba en el Pacífico. Espero que con eso te baste porque yo no podría mencionar una latitud o longitud ni a punta de pistola. Me estaban sacando del agua con un submarino robótico. Era una gragea naranja del tamaño de una motocicleta, con cámaras por todos lados y brazos de sujeción articulados. Conseguí liberar mi muñeca, y caí de nuevo al agua a medida que levantaban el submarino de vuelta al bote. Un salvavidas cayó a mi lado y lo agarré firmemente.

El bote era apenas más grande que el sumergible que portaba. La tripulación consistía de un solo individuo. Su aspecto no era el de un oceanógrafo ni de un buzo profesional. Era el de un trillonario puntocom retirado, adolescente: ondeante camisa blanca, lentes oscuros Armani, reloj pulsera del tamaño de un ladrillo. Era calvo; tenía el cráneo adecuado para ello. Se movía como si el bote fuera su yate en pleno viaje de placer.

Ahora, imagina que sujetas una bola de béisbol hecha de perfecto oro sólido. Imagina que hay una densa carga explosiva en medio de la bola, y que estalla. El oro vuela hacia fuera, cubriéndote los dedos como un guantelete y esparciéndose hacia atrás a tu antebrazo. Imagina rizadas articulaciones de oro llameando desde tus nudillos y los huesos de tu muñeca. Pareciera como si hubieras asido la explosión misma. Eso es lo que yo tenía envuelto alrededor de mi mano derecha.

Comprendí que el submarino robótico debió retirar el guantelete desde alguna parte del suelo oceánico. Yo aparecí con mi brazo dentro del guantelete cuando estaba sujeto por el submarino; el guantelete apenas si tenía peso. Oro de un espesor de a micrones, y así se sentía. Se sentía como si encajara a mis huellas digitales.

Y allí estaba yo, colgando del aro salvavidas, vistiendo un pedazo de tesoro que, para desenterrarlo del fondo del Pacífico, este chico sin duda había realizado grandes esfuerzos y gastos. Su increíble valor era obvio; era obvio que él iba a querer quitármelo de alguna manera. Esperaba que eso no significase tener que cortarme el brazo con un hacha. Intenté quitármelo yo mismo, pero no salía. Estaba demasiado ajustado.

El chico me preguntó cómo me llamaba. Le dije:

—Kazuya Tanako.

Pasó un segundo y yo juraría que estaba escuchando a alguien que le hablaba. Me dijo:

—Eso no tiene pies ni cabeza. Tu mejor resultado aún no ha nacido. ¿Cómo llegaste hasta aquí?

No dije nada, en parte porque me pareció que era la única pieza de información valiosa que tenía, y en parte porque apenas si yo mismo podía creerlo.

Me preguntó otra vez:

—¿Cómo llegaste hasta aquí?

A su vez, le pregunté:

—¿Cómo te llamas ?

Dijo que su nombre era Alexander Watson. No dijo nada más durante un rato. Era obvio que estaba pensando qué cosa hacer. Le pregunté si podía subir a bordo. Eso bastó para quitarlo del trance. Tiró del cabo atado a mi salvavidas, y luego me alzó del agua y me depositó sobre cubierta, todo ello a una sola mano. Me sentó en un banco:

—De acuerdo —dijo—. Veamos qué podemos hacer con ese brazo.

Sentí como si me hiciera un examen médico. Eventualmente algo en su cabeza hizo tin y pareció relajarse:

—No es más que una repetición —dijo—. Mis buenos amigos del viejo Complejo Cassandra ya están reportando la madre de todos los eventos de pérdida de datos.

—No sé qué quiere decir nada de eso —le dije.

Luego Watson dijo —y esto salió algo empantanado, no se sintió como si ninguna de sus oraciones siguieran lógicamente el curso de las anteriores—:

—Así que hallaste la estación de escucha, nada mal. Ya se notificó a la realidad. Y, para que sepas, nos dan algo de flexibilidad a partir de ahora hasta el fin del tiempo. Podemos disfrutar del sandbox mientras esperamos que nos llegue la muerte.

—Tampoco sé qué quiere decir eso.

—A pesar de todo… más vale prevenir que curar.

Me sujetó del brazo con ambas manos y empezó a inyectarle magia. Al principio no comprendí lo que sucedía, porque no pronunció palabras mágicas. Pero enseguida había tanta magia brotando de él que me hizo doler el cerebro estar ahí sentado. Prácticamente quedé ciego.

Se detuvo y retrocedió un paso, como esperando que algo sucediera. Luego el guantelete hizo implosión. Implosionó en una chispa rojo brillante que luego se evaporó en cenizas. Se llevó la mayor parte de mi brazo, todo desde el hombro hacia fuera.

No puedo describir el dolor.

La implosión esparció sangre, tejidos y fragmentos de hueso triturado sobre mí y Watson y casi toda la cubierta. Caí, más sangre brotando de mi hombro. Watson se quedó ahí de pie, mirando. A los tres segundos me desmayé. Posiblemente al cabo de otros sesenta ya estaba muerto por la pérdida de sangre.

*

Hace rato que Laura está sentada.

—Te asesinaron —dice.

—Me mataron en mis sueños —dice Tanako, casi sonriendo. Estuvo sonriendo toda la última parte de la historia. A Laura, que no aprecia el humor negro, le pareció sumamente perturbador.

—Déjame entender esto —prosigue—. Si recuerdas correctamente lo que este Watson te dijo… Encontraste el camino a una grabación de calidad como de holocubierta*. La personalidad en la grabación, la toma instantánea de la personalidad de «Alexander Watson»… se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, te reconoció en tanto que intruso, se salió del guion y te mató. Después de eso, la reproducción finalizó y él también se habría «muerto», de la misma manera que los personajes de película se mueren cuando acaba la película.

Tanako asiente:

—Continúa.

—Tengo muchas preguntas. Para empezar, quisiera saber qué se suponía que iba a suceder. Te sumergiste en la memoria de un gigantesco evento mágico, el cual perjudicaste sólo por estar allí.

—No creo haber hecho eso —dice Tanako—. Creo que Watson quería destruir el artefacto, y eso es lo que hizo. Recuerda: le tomó como una megatonelada de magia hacerlo.

—¿Estás sugiriendo que sacó esa cosa del fondo marino porque creyó que no era seguro dejarla donde estaba? Estaba hecha de oro sólido, Kazuya, debía valer lo suyo. ¿Quién sabe a qué clase de tesoro pertenecía? Sabes qué, esto es ridículo. Estoy presuponiendo que hubo un evento real en absoluto, el cual no puedes probar, y que esta estación de escucha es algo real para cualquier sentido de «lo real», y que la historia premágica no es lo que ninguno de nosotros cree…

—No cuesta más que unos pocos gramos —explica Tanako, y extiende su mano derecha.

El guantelete se manifiesta, desenrollándose en un abrir y cerrar de ojos a partir de una mota de oro sujeta entre su pulgar e índice.

«Por un pelo» es lo cerca que Laura estuvo de reventar la cabeza de Tanako. Tambalea hacia atrás hasta dar contra la esquina más lejana del cuarto, apuntando todo su arsenal de defensa propia hacia Tanako. Consigue morderse la lengua antes de que la sílaba gatillo salte de su boca.

El guantelete es demasiado hermoso para este mundo. Sus zarcillos ondean como pétalos de flor, como lentos remolinos de fuego. Laura casi no puede apartar la mirada. Tanako se sienta cómodamente: sus pies alzados, el vaso de agua vacío sobre la mesa a su lado.

—¿Qué es eso? ¿Qué es? ¡Dímelo!

Tanako sonríe con benevolencia:

—No tiene nombre. Es más, sospecho que darle un nombre le quitaría una buena parte de su potencia. Es un dispositivo de ahorro de trabajo; le ahorra a los magos tener que comprender la infinidad. Le permite a la magia hacer magia. Permite que los conjuros enuncien conjuros que enuncian conjuros.

»Usé esta cosa en el Krallafjöll, cuando era Benj Clarke.

El brazo de Laura se relaja fraccionariamente:

—Recursividad.

—Más bien… el feo gran hermano de la recursividad.

—… enunciaste un conjuro sin tu completa comprensión. Ya lo recuerdo. Enunciaste un conjuro sin tener que llevar la cosa entera en tu cabeza a la vez. Hallaste una máquina… la cual… Oh Dios mío. Hallaste el Grial. Eres Prometeo, robaste un milagro salido de un sueño. ¡Dos veces!

—No. Tú lo hiciste.

Tanako flexiona el brazo y los dedos. Tiene una absoluta libertad de movimiento. El guantelete bien podría estar hecho de vaho y tela de araña. Su oro fluye y retuerce alrededor de Tanako, como una magia profunda, turbulenta.

Laura dice:

—Podríamos construir lo que sea.

—Y ahora comprendes por qué alguien querría destruirlo —concluye Tanako.

—Funciona. De veras funciona —Laura se hunde contra la pared y apaga sus conjuros defensivos. Sacude la cabeza, todavía sin poder quitar la mirada—. Esto lo cambia todo. Lo cambia todo.

—Tendrás más preguntas —dice Tanako, al resultar evidente que Laura olvidó la capacidad del habla.

—Las tengo —dice Laura—. Las tengo. Ya las diré. Dame sólo un minuto. Para este momento, es todo lo que quiero.

 

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