A La Luz Solar

Antes

—Un momento —dice Cen.

Ya llevan horas investigando. Hay cinco magos en el Piso, hurgando el problema por vías separadas. Cen ha sustituido a Casaccia en el puesto de «adivino del Pasado», ha desenredado los metafóricos cables entre los cuales Casaccia no tenía ni idea por dónde empezar, y está sacando datos de los registros akáshicos tan rápido como los demás puedan solicitarlos. Kila Arkov, rubio y barbudo, tira las riendas del propio sistema de registros akáshicos: un sistema que ocupa kilómetros cúbicos de realidad y metafóricos años luz cuadrados de espacio virtual. Ward, «el Futuro», fue el último en llegar. Construye análisis de alta definición del futuro empleando un sistema de trabajo vertiginosamente complicado cuya utilización equivale a… pues, a magia oscura.

Casaccia se preocupa por la seguridad global y King les dice a todos qué hacer. El aire está abarrotado de pantallas virtuales. Casi que no valía la pena dejar de usar tinta y papel.

—Momento… —dice Cen.

Estira el brazo hacia la monumental batería de imágenes y hace una seña, magnificando un titular de noticias en particular. Es el que detalla a Laura Ferno y Nicholas Laughon como las dos víctimas fallecidas en Chedbury Bridge.

—Hay una discontinuidad en la línea de vida de Laughon —dice Cen. Muestra el trazado—. Ahí es donde se muere. Disolución en ácido. Pero este punto de aquí es el mismo hombre. Horas después, al otro lado del mundo, Laughon aparece de la nada…

—¿Qué? —El último fragmento de la frase llama la atención de todo el Piso.

—¿Estuvo completamente oculto todo ese tiempo? —pregunta Casaccia.

—Paradero negativo —dice Cen—. No veo cómo Laughon pudo haber viajado físicamente esa distancia en ese lapso de tiempo. ¿Traslado supersónico? Pero Caz, su ubicación está aquí. Apenas unos kilómetros de donde estamos parados ahora mismo. Dentro de la estación de escucha. Escalera cuatro cero uno uno, segmento setenta y ocho. Aparece de la nada, poco más que un punto, y luego se muere de nuevo…

Con ojos desorbitados, Casaccia descarta la mitad de las pantallas visibles con un apresurado batir de su mano, e inicia un profundo escaneo de integridad del interior de la estación de escucha.

Es el mismo escaneo que hoy ya ha realizado cinco veces y que devuelve la misma alegre respuesta en verde:

—El lugar está limpio —dice, sin creerlo—. Nadie dentro, nadie fuera, sin daños físicos. ¿Dijiste que nada más apareció ahí?

—Y acto seguido murió —repite Cen—. Posiblemente siga allí.

Casaccia ya está corriendo hacia las escaleras.

*

Casaccia dedica los minutos siguientes a elaborar escaneos de integridad Mk 2 y sacar de ellos algo que pueda servir. El estado actual de la tecnología no le es aceptable.

Tras noventa segundos de viaje, su ferrocápsula arriba a la estación más cercana a las escaleras. Se necesitan otros cinco minutos de rápido descenso a pie para llegar al lugar del combate. Trae consigo una luz fluorescente, lo que convierte a la escalera en una blanca y antiséptica morgue.

—Aquí hay una versión de Exa —cuenta—. Lo han cortado en dos mitades. Y este sujeto debe ser Laughon. Su rostro coincide con el de la noticia. Laughon ha recibido un disparo en el corazón. Con… la pistola de Exa. Creo que se mataron el uno al otro. No llevan mucho tiempo muertos. Todavía puedo ver el infrarrojo.

—¿Cómo diablos llegaron allí? —exige saber King.

—Negativo —dice Casaccia, porque no se atreve a decir lo que realmente piensa hasta que pueda estar absolutamente seguro.

—¿Cómo diablos consiguió alguien matar a Exa? —pregunta Arkov, más que nada por curiosidad.

—Creo que… Creo que fue una especie de ataque de arma blanca. O una proyección de campo. Parece haber partido su kara. —Casaccia instintivamente agarra su propio kara, al igual que cada mago participante de la conversación—. Pero eso no tiene sentido, porque… hace años que son autorreparables…

Casaccia no pierde más tiempo en conjeturas forenses. Recoge los dos fragmentos del kara y los reconecta con una palabra.

El cuerpo de Laughon resucita vacío. El hombre inhala y exhala, la mirada hacia Casaccia. Pero no hay nadie dentro de él. El aro medicinal no puede hacer nada sobre esa condición. No hay registro mental con el que trabajar. Casaccia le dice al aro medicinal que vuelva a apagar el cuerpo de Laughon, y lo sustrae.

Exa vuelve en mejor estado de salud. Se reconstruye en el lapso de un segundo, aunque la ropa no tiene salvación. El hombre se queda sin la manga derecha de la camisa y sin chaqueta de cena que sirva.

—¡Mierda! —Es lo primero que brota de la vigilia de Exa.

—Amigo, vas a tener que darme una identificación —dice Casaccia, poniendo una respetuosa distancia entre ellos y apuntando un conjuro de ataque de dudosa eficacia hacia Exa.

Exa pone los ojos en blanco y recita un conjuro de elevados privilegios, uno que sólo un miembro del Grupo de la Rueda podría enunciar legítimamente.

—¿De dónde eres? —pregunta Casaccia.

—La fiesta de la victoria. Treinta y uno de diciembre, mil novecientos sesenta y nueve —dice Exa—. Alguien se coló.

—¿Qué?

—Alguien irrumpió en los registros akáshicos —explica Exa—. Y luego, aparentemente, volvieron a salir. ¡Hay una fuga en tu nave! ¿Dónde está la chica? ¿Y en qué año estamos?

—¿Qué chica?

—¡La mujer que me mató! Le debo una.

Casaccia reporta:

—Zen. Encuentra a Laura Ferno.

*

Para cuando está de regreso en el Piso, ya le está resultando evidente la escala completa del apocalipsis de seguridad en transcurso. Casaccia rechaza cualquier pregunta directa de Exa, que viene tras él en otra ferrocápsula, y del resto de la Rueda. Se aguanta hasta reunir a todo el mundo delante de una pantalla.

Esa pantalla muestra una imagen de circuito cerrado de Laura Ferno. Está de pie, inmóvil, con una mano alzada, tres haces de rayos emergiendo de ella. En trance.

—Hay malas noticias, y sólo malas —dice Casaccia—. Debimos haber arreglado adecuadamente la falla del mundo T tan pronto como supimos de ella. No me importa que tuviéramos que desactivar la magia por completo. No me importa que hubiese introducido una falta de consistencia en el registro científico. Debimos haber encontrado una manera.

—¿Qué significa «mundo T»? —pregunta Exa, luchando por mantenerse al día con la terminología moderna.

—El «mundo de Tanako» es lo que el público en general que utiliza la magia ha denominado a la interfaz de los registros akáshicos —dice King—. En referencia al científico, Kazuya Tanako.

Exa está horrorizado:

—¿El público en general tiene acceso a los registros? No hace treinta minutos nos contabas que nuestro sistema era demostrablemente perfecto. ¡Tú mismo!

—Nos equivocamos —dice King.

—No es de acceso público, no deliberadamente —dice Arkov.

—¿Y se supone que esas son excusas? —grita Exa—. ¿Qué diablos pasó?

—Por el amor del cielo, Ecs —dice King—, ¿vas a fusionarte con tu verdadero yo? No tenemos tiempo para ponerte treinta años al día.

—No, no. No voy a dar el salto hacia el punto en el que he tenido que aceptar todo esto a regañadientes. Ustedes van a darme sus explicaciones…

—Esta mujer puede entrar y salir del mundo T casi a voluntad —continúa Casaccia, en voz alta—. Estoy razonablemente seguro de que ha sido entrenada para hacer eso, por un grupo que ha estado trabajando en nuestra contra durante años, plural. Ahora está de pie en el anillo de la base de nuestra estación de escucha, obteniendo maná de nuestro propio sistema de baterías al ritmo de terawatts. Por motivos desconocidos.

—Te conseguiré tus motivos. Envíenme ahí abajo —dice Exa.

Casaccia mira a King, luego a Ward:

—Bien —dice, todavía mirando a Ward—. Ponlo ahí abajo.

No hay soluciones parciales. Exa ya ha intercambiado su aro medicinal modelo 1969 por uno moderno. Ahora sube al máximo la potencia y activa la compresión temporal en su percepción, para obtener la máxima ventaja estratégica posible.

Su ubicación perceptiva cambia de la sala de control del Piso a una cápsula de transporte, en su etapa final de desaceleración del viaje al profundo nodo en el cual se encuentra Laura Ferno. Rompe el cascarón de la cápsula para salir y frena su propio impulso hasta detenerse dentro del tubo de transporte, dejando que la cápsula se aleje por delante de él. Llegará vacía. Ferno casi seguro que lo está esperando. No quiere ser presa fácil. No quiere hacerle las cosas fáciles, aun siendo invulnerable, ni por una fracción de segundo.

En sus instintos se imprimen detallados esquemas de arquitectura subcortical, diciéndole qué partes del interior de la estación de escucha puede y no puede destruir con toda seguridad. Elige una orientación, se vuelve naranja incandescente y comienza a nadar a través del sólido metal.

No hay forma de recibir daño. Traza un arco, y se zambulle en la sala final con forma de estómago a través del techo, en medio de una nube de maquinaria fundida de escucha, a ciento cincuenta kilómetros por hora, emitiendo suficiente sonido y luz para matar nada más con ambas cosas al contacto.

La pelea termina tan rápido que el procesador dentro de su aro medicinal no detecta que ha comenzado. Él y el anillo ya son plasma. Transcurre menos de una décima parte de un ciclo de procesador.

Exa no percibe nada. El universo pega un salto y él está de vuelta en el Piso.

—¿Qué sucedió?

—Un láser de 1018 vatios —explica Ward, mostrando al grupo la repetición de la acción—. Estás muerto. La violenta reacción del rayo láser fue suficiente para destruir la mente de Ferno. La quinta parte inferior de la estación de escucha ha quedado destruida, y el resto está implosionando y/o inundándose de magma.

»Todas las simulaciones terminan así. Ferno está conectada directamente al sistema de producción geomágica de la estación de escucha. Pertúrbala, y ella conecta el otro extremo con un conjuro de energía dirigida. El conjuro no tiene límite de capacidad explícito y casi no tiene componentes físicos. En esa forma es imparable. Es tanta magia que los mismos gigaconjuros tienden al fracaso.

—Si ponemos a un representante de la Rueda en su cercanía, el conjuro se dispara —añade Casaccia—. Si intentamos teletransportarla, el conjuro se dispara. El conjuro ya se ha pronunciado y tiene el dedo en el gatillo. Si jugamos con su conciencia, o si la matamos, o si inyectamos gas en la habitación, el conjuro se dispara.

»Y observen lo que está conjurando ahora mismo. Es un motor Dehlavi.

—¿Dehlavi? —pregunta Exa.

—Por el amor de Dios —dice King. Chasquea los dedos. Exa se disuelve en su aro medicinal, y su ramificación de recuerdos se transfiere al otro lado del mundo, al otro Exa.

Hay una pausa estupefacta.

Para Exa todo va bien. Está del otro lado del mundo, y de pronto está enojado y desorientado, pero bien. Uno por uno, los demás magos se dan cuenta de esto. King casi que puede contar las expresiones faciales a medida que proceden.

—Continúa —le indica King a Casaccia.

Casaccia parpadea, y se recupera:

—Eh… La conciencia de Ferno está en el mundo T en este momento. Incluso si matamos esta instancia de ella, esa instancia seguirá actuando. Dispone de maná ilimitado, pero ella no vino aquí para volar la estación de escucha, o ya lo habría hecho. Tenemos que averiguar lo que ella vino a hacer. Y tenemos que detenerla. Tenemos que hacer ambas cosas, y tenemos que hacerlas en ese orden.

—¿No podemos leer su mente directamente? —pregunta Arkov.

—No.

—¿Podemos simularla y leer la mente de la simulación?

—Claro —dice Ward—, pero la única manera de hacer eso es ejecutando un escáner simulado, y el escáner simulado desencadenaría el conjuro–trampa simulado.

—¿Hablas en serio? —Arkov no puede creer lo que oye.

—Puedo arreglármelas, pero necesito más tiempo…

—Es una cuestión de desarmado de bombas —dice King.

Hay un largo e introspectivo silencio.

—¿Qué pasa si ponemos a alguien ahí que no sea de la Rueda? —pregunta Cen.

Se producen algunas objeciones obvias a la idea, pero King levanta una mano:

—¿Ward?

Ward ya está probando combinaciones:

—Nada. No pasa nada. No podemos transferirlos al sitio, pero si los metemos en una cápsula y los dejamos físicamente, irá bien.

—Entonces, ¿quién quiere dimitir? —Cen le pregunta a la sala.

—Eso es irreversible —dice King.

—Alguien tiene que ponerse en la línea de fuego.

—No —dice King—. Todavía no es factible. Nos hace falta un civil.

—Ah —dice Casaccia—. Ya sé a quién necesitamos.

*

Han trasladado otra vez a Natalie Ferno y Anil Devi, ahora a una sala de reuniones sin usar. Es un lugar aburrido y falto. Ocupan dos de las quince sillas. Lo más interesante en la habitación es una pizarra sin marcadores. Es una hora horrible, una de esas cuatro o cinco horas de la mañana que induce dolores de cabeza pavlovianos tan sólo de avistarlas en el reloj.

En el sitio hay policías por todas partes, excepto en esta habitación:

—¿Hasta cuándo estaremos aquí? —Devi le preguntó al sargento Henders cuando los dejó.

—Hay tres personas muertas —fue la sencilla respuesta de Henders.

Los procesos mentales de Natalie le dan vueltas a los mismos diez hechos, una y otra vez, sin sacar nada en claro, sin hacer progresos. Fija la mirada en la pila de metalería mágica que Devi ha dejado en medio de la mesa. Parpadea cada diez segundos.

—Todo esto está mal —dice Devi, caminando—. A esta altura nos tendrían que haber arrestado. De hecho, nos tendrían que haber arrestado en el lugar de la explosión. Desde su perspectiva, estamos claramente metidos hasta el cuello. Y tú… a juzgar por todo lo que cuentas, realmente lo estás.

Natalie asiente, sin girar la cabeza.

—Creo que nos están observando —dice Devi—. Esa es la única razón por la que nos tienen juntos. Nos están desgastando. Están esperando a que te saque algo. Así es como tiene que ser, porque yo no sé nada. Dios mío, qué cansancio.

Natalie se adelanta y empuja los anillos más pequeños de la parte superior de la pila, y saca un oráculo Kovachev de treinta centímetros de diámetro. La vara de Devi rueda y hace estruendo al dar contra el suelo. Natalie reúne sus reservas y entra en estado de trance. Le va a tomar más tiempo de lo habitual llegar a donde quiere estar mentalmente.

—Anil, tengo que mostrarte algo —le explica.

El conjuro que comienza no es ni eset ni EPTRO. Devi suspira. Se mofa:

—«Dos conjuros. De verdad». ¿Quieres que yo haga eso? Soy el ingeniero aquí.

—No. Dijiste que no tomabas dictado.

*

Devi se despierta hecho un ovillo sobre un par de sillas incómodas, contracturado y como atravesando una resaca. Es difícil afirmar que haya logrado conciliar el sueño. La luz natural finalmente regresa al mundo exterior. La ventana de la sala de reuniones da al este, hacia el alto y perenne bosque que separa al Instituto de la entrometida realidad. Haces de luz solar naranja se filtran por en medio de las hojas aciculares, algunos dando de lleno en su cara, desperezándolo.

Cuando se dejó arrastrar por el sueño, Natalie estaba construyendo el más extraño demultiplexor de señal táumica que jamás había visto u oído. Nat ahora está acurrucada en otra silla, durmiendo igual de mal. El Kovachev hace equilibrio sobre su canto, encima de la mesa delante de él, apuntalado con bultos de papel. Como un regalo.

Devi examina la artesanía del conjuro. Está terminado, pero no con el acabado que le gustaría. Sin tocar el anillo en sí, enuncia la palabra que lo activa.

El interior del oráculo torna a un negro abismal. Pero proyecta una forma brillante sobre la mesa frente a Devi, como originada por dentro.

El telescopio del Instituto se movía, rastreando algo hacia el lado opuesto del mundo. Era en mitad de la noche, pero al otro lado del mundo era de día, y sólo hay un objeto celeste que puede ser rastreado en mitad del cielo en mitad del día.

Devi recoge el aro y extiende el brazo a modo de bloquear con precisión el Sol naciente, que apenas está emergiendo sobre la muralla de árboles. La visión es negra, excepto en su centro, hacia donde se ubicaría el Sol. Allí mismo hay una brillante fuente roja de luz mágica.

—La silueta que estás viendo se llama cóltrape —dice Natalie, estirándose—. Es como el esqueleto de un tetraedro. Desde la mayoría de los ángulos parece una «Y». Este tiene unos doscientos mil kilómetros de punta a punta.

Estudia el rostro de Devi, viendo cómo la luz proyectada se desliza sobre él. No está reaccionando correctamente.

Natalie recuerda haberse encerrado por completo, intimidada y petrificada por la mera escala de la estructura. Recuerda, vívidamente, el intento de decodificar lo que estaba viendo en algo que no implicara la existencia de dioses verdaderos. Recuerda meses de verificación de hechos que no consiguieron avanzar su conclusión más allá de su formulación inicial.

—Un efecto óptico —dice Devi, así de fácil.

—Si fuera un efecto óptico observarías una simetría —dice Natalie—. Presta atención. Puedes ver el cuarto brazo, apuntando en dirección contraria a la nuestra. Continúa observando por veintisiete días y verás que la cosa realiza una revolución completa sobre su eje. Es un objeto sólido. Hasta puedes encontrarlo en los registros heliosísmicos, si sabes qué clase de análisis llevar a cabo.

Devi baja el anillo y mira al Sol naciente con sus propios ojos por un momento, luego hace una mueca de dolor y aparta la vista:

—Me hace falta una cámara estenopeica —murmura.

—No te lo crees —dice Natalie.

Devi se ríe sin gracia:

—¿Tú sí?

Natalie no dice nada.

—Dilo —exige Devi—. ¿Te creerías esto si yo te lo dijera?

—No —admite Nat—. No lo haría.

Devi se frota los ojos hasta que las manchas se despejan:

—¿En realidad hablaste con un heliografista o nomás calculaste algunos números sueltos en tu tiempo libre?

—Lo segundo.

—Así que no le has mostrado esto a nadie más —adivina Devi, acertando—. Entonces ¿por qué mostrarme esto ahora? Espera… espera. Eso es Ra.

—Eso es Ra —dice Natalie.

—¿Tu teoría es así de simple?

—¿Simple? Es un dios artificial. ¿Puedes imaginarte ese nivel de tecnología? ¿Te imaginas las fuerzas que tiene que soportar? En un millón de años, la humanidad toda no pudo construir una cosa así…

Devi sacude la cabeza, incrédulo:

—No es un objeto real.

—¿Puedes imaginar qué clase de gente tuvo que haber construido eso?

—No. No puedo.

—Ra es el sistema —dice Natalie—. Ra es la solución a los Problemas No Resueltos. Ra es lo que escucha nuestras palabras mágicas; Ra es lo que lee nuestras intenciones; Ra es lo que entrega magia. La magia no ocurre en el espacio, porque ninguna otra estrella del universo observable tiene una característica como Ra.

»Ra es un ser consciente. El personaje de Ra impregna el mundo T y se ha estado filtrando hacia el mundo real. Ra tiene inimaginables recursos mágicos y computacionales.

»Sin embargo… Ra es un esclavo. Ustedes construyeron a Ra…

Natalie señala más allá de Devi. Devi da media vuelta.

Hay un sujeto detrás suyo, de pie, joven, calvo, con un traje inmaculado. Es imposible que se haya metido allí sin ser detectado. Apareció de la nada en el momento en que Natalie mencionó a la gente que lo construyó, y ha estado allí en silencio desde entonces. Sostiene una pistola con un silenciador del tamaño de una botella de vino. La sujeta con las dos manos, apuntando derecho a la frente de Natalie Ferno.

—¡Jesucristo! —dice Devi, tropezando hacia atrás.

—Silencio —le dice Exa, dirigiéndole la mirada apenas más que un instante.

—… y ustedes esclavizaron a Ra —continúa Natalie—, y ahora Ra está tratando de liberarse.

—¿Hay algo más que creas que necesitamos saber? —pregunta Exa, fríamente.

—Mi hermana está metida justo en el medio de todo eso.

Pasan algunas pulsaciones durante las cuales no pasa nada, en apariencia. Exa lleva a cabo una acalorada conversación subvocal con el resto de la Rueda. Le están anulando la opinión.

—Entendido —concluye—. Caz, transporte para tres.

 

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