Los sueños de Anil son reinterpretaciones inquietantes y desfiguradas del día anterior. Están llenos de intermitentes faroles rojos y azules, y potentes ruidos percusivos, y café y adrenalina y nuevas e incoherentes revelaciones. Se despierta a paso lento, una extremidad a la vez, a medida que los sueños se desvanecen para que los sustituyan recuerdos más lúcidos, que todavía le parecen totalmente oníricos. Estaba el grupo terrorista lunático (¿adoradores del sol?). Estaba el brillante efecto de caleidoscopio en el interior del Sol, que la mujer casi igualita a Laura Ferno creyó que era fantásticamente importante. Recuerda que…
«Maldita sea…».
Ferno está muerta. Y también el novio desconocido, Neil nosecuánto. Nick nosecuánto. Anil recuerda las bañeras, llenas de lodosos huesos escarlata y de trozos negros de cuero de zapato a medio disolver. Recuerda la sazón de puntos conductores y demás equipamiento mágico, deformados por el ácido hasta producir tanto el color como la forma de trozos machacados de pescado.
El día de ayer no terminaba más. Pasó casi veinticuatro horas seguidas sin comida decente, ni una ducha, buen sueño o respuestas directas a preguntas directas. Se estremece, encorvándose con repulsión ante una imagen mental aún peor. El pensamiento más sombrío de ayer, que no se atrevió a mencionar en presencia de Natalie, sale a flote:
Dato uno: Laura y Nick estuvieron involucrados en un experimento de ciencias del sueño. Dato dos: la gente Ra destruyó sus cuerpos, al parecer para destruir la evidencia del experimento que estaba teniendo lugar.
Entonces, ¿cómo murieron?
¿De un ataque, mientras se hallaban en el mundo T, como el propio Tanako? ¿De una inyección letal, administrada por la gente Ra mientras lo encubrían todo a las prisas?
¿O el Instituto simplemente se saltó ese paso por completo, y los sumergió vivos?
¿Pudo cualquiera de ellos haberse despertado?
Anil está agradecido por la sólida noche de sueño que separa el ahora del entonces. Intenta extirpar todo ese día, olvidando todo lo que se le dijera o expusiera, y partiendo de cero conocimientos. Pero fracasa, porque no fue un sueño. No es algo de lo que sea capaz de despertar.
«Eslabones perdidos». Anil no encuentra el enlace entre ayer y hoy. Había un hombre en la última sala, recuerda. De hecho, eso es lo último que recuerda:
«Transporte para tres».
Echa un vistazo a donde lo han transportado.
La cama es enorme. La habitación es proporcionalmente enorme, lujosamente decorada en rojo, con muebles de madera noble, como el interior de una preciosa caja de caoba pulida. Hay sillas cómodas y mesitas de luz. La más cercana tiene un pequeño reloj analógico, indicando la hora justo después del mediodía. Gruesas cortinas cubren una pared entera, aunque unos cuantos haces de luz penetran por en medio de los bordes, trasladándose lentamente hacia la cama. Hay un ruido blanco, rítmico, el sonido de la rompiente del mar. Además, Natalie Ferno está durmiendo en la misma cama.
—Eeeeeepa.
Aun así, Anil no da con ningún recuerdo relevante. Se siente como en la apertura de una aventura gráfica de misterio. Escudriña la habitación para hallar pistas. Está totalmente libre de polvo, artículos personales, botellas, gafas y huellas dactilares. No hay indicios de que ayer ocurriera cosa alguna. Es como si los de la limpieza hubieran salido hace apenas un instante. No hay pistas. A menos que eso, en sí mismo, califique como una.
—Natalie, despierta.
—Jrsft… —Se aferra a la frazada, acurrucada como un gusano de seda.
Anil le da un golpecito en la frente. Ella despierta y alza la mirada hacia él. Pasa un instante durante el cual Anil espera que demuestre sorpresa, o cualquier tipo de reacción humana, pero a Natalie no le gusta cumplir expectativas por mera amabilidad.
—¿Te acostaste conmigo? —le pregunta Anil.
—… lo dudo —responde Nat.
—¿Recuerdas algo, lo que sea?
—No.
—¿Sabes dónde están nuestras ropas?
Nat mira hacia abajo durante el lapso más breve, e instantáneamente queda vestida. De alguna forma, ha dado con algún disparador telepático invisible rotulado «necesito no estar desnuda» y, sin proveer instrucciones adicionales, está enteramente de camisón. Eso, a pesar de faltarle una clara imagen mental de lo que quería, es más que decente.
—De acuerdo, eso fue impresionante. ¿Cómo lo hiciste?
Natalie no dice nada, porque la respuesta no puede ser tan simple como «lo pensé y pasó». Pero Anil ya ha descubierto el truco, adquiriendo pantalones de lino y una camisa blanca holgada, indumentaria adecuada para un CEO salido del Fortune 500 de vacaciones en la playa:
—Guau —dice—. Lo piensas y pasa. Así es mucho más fácil. Que la magia, quiero decir.
Se levanta y rodea la cama, corriendo la cortina.
—Repite eso —dice Natalie.
—Alguna clase de duende telepático de la dimensión–vestuario —adivina Anil—. De modo que nos transportaron. A alguna parte. Y ellos, Dios sepa quiénes sean, nos dieron tiempo para dormir hasta quitarnos la pesadilla, lo cual es todo un gesto. Si bien presuntuoso. Es obvio que van a volver. Pero lo más importante es que creo que por aquí hay una playa. —Toma el lado izquierdo de la cortina y la abre de par en par, lo cual lleva su tiempo, debido al tamaño del mirador–ventana que hay tras ella.
La casa de playa resulta tener la altura y la extensión de un pequeño castillo. Bajo el balcón hay un acantilado de veinte metros de caída, una playa amarilla deshabitada, y el océano, de un azul inmaculado. No lejos de la costa hay un ramillete de molinos de viento sin mástiles, añadidos únicamente por motivos estéticos. Casi sobre el horizonte hay un transatlántico tan gigantesco que si no fuera por su forma y visible movimiento podría fácilmente confundirse con un banco de arena. Y detrás del horizonte, a la luz del día, ocupándolo todo, hay una Tierra paralela.
—Anda…
Y detrás y por encima de la segunda Tierra, hay una tercera Tierra.
Y detrás de la tercera hay miles y miles más. La cadena se extiende por el cielo hasta donde Anil puede avistarla, todas con un reconocible patrón de la América del Sur.
Anil apoya la mano contra la ventana, que cede, como el agua, lo que le permite salir.
Está ventoso y la luz del sol es más o menos amarillenta. Mirando hacia arriba aún más, sigue la cadena de Tierras que desaparece tras el Sol. Al otro lado del cielo, la cadena aparece otra vez, descendiendo hasta una última Tierra paralela escondida por detrás de la casa.
—Aaaanda. Endemoniadamente irreal.
Dirige la mirada hacia el Sol.
Estamos atravesando un año de fáciles cinco dígitos y la raza humana es una especie que cuenta con cientos de billones de personas, cuyas necesidades energéticas rondan al norte del uno coma cinco en la escala de Kardashev, y van en ascenso.
El sistema telepático con el que Natalie y Anil interactúan se llama generador de alocalización Ra. La alocalización es la tecnología definitiva, suplantando a toda otra máquina. Permite que cantidades arbitrarias de energía, masa, momento, rotación y carga eléctrica se trasladen de cualquier lugar a cualquier otro lugar. Permite al hardware Ra aceptar toda la energía y la presión que recaiga sobre él y la haga rebotar, la redireccione o la aproveche para potenciar su propia integridad estructural. Una vez perfeccionada la alocalidad, la única cuestión restante fue cómo adquirir energía, y después de que Ra se ensamblara dentro del Sol todo fue posible; es decir, todo exceptuando la construcción de una segunda estrella.
A los humanos les gusta vivir en la realidad, en las firmes Tierras, bajo luz real. Cuando se llenó la primera, se construyeron más. Hay un límite máximo para la cantidad de planetas que habrán de caber en la zona de habitabilidad del Sol, y los humanos se disponen a alcanzarlo. Son Tierras huecas, auténticos duplicados con una profundidad de un kilómetro, por debajo de la cual hay una capa de roca matriz artificial hecha de scrith* seguida de miles de millones de kilómetros cúbicos de un vacío totalmente oscuro. Hay una segunda cadena de Tierras en construcción, con inclinación respecto de la primera. Ra proporciona materia prima, administra estabilidad, forja la gravedad y anula toda caprichosa fuerza de marea de otro modo destructiva.
La forma en que el universo es hoy en día resulta de otras infinitas formas de ser. Mañana podría ser un universo distinto por completo. Está tan lejos en el futuro que todo lo que Ra hizo posible ya ha sucedido tres veces, y eso incluye la armonía mundial. Todo el mundo puede tener, y hacer, lo que sea. Ra es una máquina que crea libertad.
Anil está de pie sobre la costa peruana de Tierra–8162, junto a uno de decenas de miles de océanos Pacíficos. Respondiendo a su deseo de mayor claridad, Ra modifica el patrón de fotones que ingresan en sus ojos. Cuando alza la mirada hacia el Sol, ve el disco oscuro con un brillante cóltrape rojo: cuatro púas de hipertecnología unidas al núcleo solar. Ra, por su parte, lo observa a él.
«Puedes tener lo que quieras. Cualquier cosa. ¿Qué es lo que quieres?».
—Quiero… un coche volador…
Ra le otorga una sola saeta brillante de carrocería naranja, pulida hasta espejar, con superficies de control que se asemejan más a un ave que a un avión. Es ancha y baja y elegante, lista para dar la vuelta al globo terráqueo en una hora. Parece como si estuviera moviéndose a Mach 1, estando allí mismo. La máquina apareció a la vera del balcón. Parte de la barandilla del este se desdobla hacia abajo, ofreciendo un escalón hacia la puerta del vehículo, la cual se abre como ala de gaviota.
Anil estira la mano y golpea el capó de la máquina. La máquina se mece un poco, luego se estabiliza en el aire. Es arte conceptual. Dos veces al día, allá en el Grupo Hatt, Anil pasaba por delante de este mismo diseño, pintado al doble del tamaño natural sobre una pared tras la recepción.
—¿Cómo…?
Ra te observa la mente a nivel celular, buscando patrones de pensamiento que representen deseo o necesidad. Obtiene una captura instantánea de las partes importantes de tu cerebro y emplea modelos neuronales estadísticos para predecir exactamente qué es lo que mejor cumpliría con tus expectativas. Ejecuta un compacto bucle iterativo explorando lo que produce una buena reacción y lo que no, luego hace un recorte entero y te devuelve el resultado final en la realidad. Consigues exactamente lo que querías, siempre. Eso resulta así hasta en el caso que no tuvieras plena consciencia de lo que en un principio querías.
—Pero ¿cómo…? —Anil vuelve a empezar, pero se detiene. «¿Qué hay de c? —le pregunta a Ra directamente—. Debería tomar más de dieciséis minutos hasta que el Sol reciba y cumpla una petición hecha desde la Tierra».
Ra le ofrece un breve vistazo de la topología de caché que abarca todo el sistema, partiendo por las gigantescas baterías «carozo de durazno» en el núcleo de cada Tierra, a meros cuarenta y tres milisegundos, ida y vuelta. Ra le enseña cómo el sistema solar completo está diseminado de escuchas, las que cubren cada superficie física libre y que ascienden a docenas por cada bocanada de aire. Y hay maneras de producir la ilusión de una latencia aún menor: tomó algunos segundos requisar la energía–masa para crear el coche volador de Anil pero, mientras ello ocurría, una réplica holográfica llenó los huecos. De hecho, no hace falta que exista físicamente hasta que Anil no intente subir a la cosa, sin contar la porción de carrocería que Anil palpó al contacto.
Lo cual también pudo haberse hecho en falso, ya que estamos.
Anil se mira fijamente los nudillos, recordando la sensación de haber golpeado el metal.
«¿Eres real?».
«Sí —le informa atentamente Ra—. Soy real».
Lo cual no prueba nada.
El transatlántico/isla semoviente flota a ritmo cansino hacia el oeste. Hacia el horizonte, Tierra–8161 está por ponerse.
Natalie se levanta y ahora lleva un vestido de verano de colores vibrantes. Al salir a acompañar a Anil, hace aparecer muebles para el balcón, una mesa y sillas. También llega el desayuno, al parecer sin que ninguno de ellos lo pida conscientemente. Natalie se sienta a comer como si llevara años practicando esta rutina mañanera. Anil advierte que la comida también se ha preparado para él, lo que de alguna manera capta su atención con mayor eficacia que la locura que se manifiesta en el cielo. Se sienta junto a ella y comen un rato sin decir nada.
—Creo que hay cuatro importantes posibilidades —dice Natalie. Al parecer, en lo que al desayuno respecta, sus deseos más profundos se limitan al café y a cereales con leche—. Siguiendo la intuición, nuestro universo «hogar» era apenas un simulacro, pero…
—¿Podrías parar?
Natalie para.
—Ya no puedo aguantar una décima parte de estos hechos —dice Anil—, así que he dejado de intentarlo. Voy a comer estos huevos fritos. Somos científicos, se supone que debemos aceptar el universo tal como se ha presentado. Se presenta en forma de huevos. Mi conclusión: estoy de vacaciones.
Natalie parpadea, replanteándose el enfoque de la conversación:
—¿Has notado que no hay magia? —le pregunta.
—Sí —dice Anil con la boca llena, a punto de dar otro bocado. Sería difícil pasarlo por alto. No hay siquiera esa suerte de sensación de cabeza vacía que sienten los magos cuando se les ha agotado por completo el maná, o la gélida y resbaladiza impresión de estar atrapados en el centro de un anillo Montauk de tamaño humano. En donde tendrían que estar esos sentidos adicionales queda sólo un espacio hueco—. No me importa. Está claro que algo increíblemente raro está sucediendo, pero las opciones son demasiadas y muy extrañas para que valga la pena pensar en ellas. Está claro que más tarde algo va a pasar. ¿Por qué no esperamos y vemos de qué se trata?
Natalie guarda silencio.
Su corazonada era que nada había sido real excepto esta última escena. Todo hasta aquí fue lo falso, y este futuro intimidante y maravilloso es lo verdadero. Esta fue la lectura inmediata e instintiva de Natalie, porque este es un futuro de recursos casi ilimitados, que han de incluir recursos computacionales. Desde luego que el sistema que dice llamarse «Ra» tendría un poder de procesamiento capaz de inventar toda su vida hasta la fecha. Ni siquiera le hace falta haber vivido nada de eso. A Anil le acaban de enseñar la clase de atajos que pueden tomarse para mejorar la latencia. ¿Por qué molestarse en simular una historia de vida de veintitantos años con una fidelidad equivalente a la realidad, cuando puedes generar un cerebro con recuerdos prediseñados de los trazos más gruesos de esa vida?
Eso explicaría cómo fue que Ra estaba presente allí, sea cual fuera la relación del «allí» con el aquí. Lo explicaría todo, porque no haría falta explicar nada. Sería tan sólo un… sueño.
Excepto que todo lo antedicho es de hecho una frenética justificación ex post facto de algo que ella desesperadamente quiere que sea verdad, porque significaría que Laura no está muerta. Significaría que nunca tuvo una hermana, ni nadie más, y no ha perdido nada, ni a nadie.
Natalie ha desconfiado de su intuición por tanto tiempo que la desconfianza misma se ha vuelto intuitiva. ¿«Corazonada»? Reprimió su verdadera corazonada con tanta rapidez que no llegó a notarlo.
El mundo no puede ser así de perfecto. No importa dónde pose la mirada, sólo ve cosas perfectas. Ni siquiera sobre sí misma. Natalie piensa en un pésimo noviembre de principios del siglo XXI, de lluvia fría y de irritantes y macizos conjuros mágicos y de muerte sin sentido e inexplicable. Era un universo demasiado miserable como para no haber existido. Comprende que lo que realmente cree es que todo eso sucedió, y que sigue sucediendo, y ahora tienen que volver y enfrentarlo. De algún modo.
El miedo profundo y las grandes incógnitas le asoman en la garganta. Baja su plato. Cierra los ojos y se toma el puente nasal.
—¿Estás bien? —le pregunta Anil, pero ya estaba esperando que esto sucediera.
—Mmm. No.
—Tu hermana murió y tú casi te mueres también —dice Anil—. Esto es lo que debería suceder.
Natalie se desploma sobre el costado de la silla, lágrimas corriendo por su mano y brazo.
Anil se acerca por ese lado de la mesa, y la abraza rodeando sus hombros. Ella dice:
—No sé dónde está. No sé dónde estamos. No sé cómo averiguarlo.
—Ya. Todo saldrá bien —le dice Anil.
El tiempo pasa.
Ra es una sola entidad distribuida a lo largo del sistema solar. No hay parte de Ra sometida a alguna otra parte de sí. Que pueda notarse, ningún nodo central de las Tierras tiene una personalidad distinta de las demás, ni de la megaestructura del interior del Sol. Opiniones, comportamiento e información disponible se están sincronizando continuamente. Al fin y al cabo, hay un sólo Ra.
Cuando ocurre la primera violación de la Primera Ley, no se debe a una instrucción directa de un Ra a otro. Simplemente sucede que hay nuevos datos disponibles, y a medida que los datos se extienden a través del sistema solar, cada uno de los Raes locales llegan, independientemente, a la misma conclusión.
La caché de energía local de Tierra–8162 es lo suficientemente amplia para satisfacer las necesidades de su población. Pero no tanto como para ejecutar la acción que este Ra ahora considera apropiada. Deja pasar unos momentos mientras amplía su propia capacidad de almacenamiento, expande el ancho de banda de su conexión de bajada y realiza pruebas sobre el nuevo hardware. Satisfecho por el riesgo mínimo de aparición de desperfectos, este Ra ahora cambia a un estado de predisposición y realiza la petición a su otro yo.
Un paquete de energía designado especialmente llega sin demora, unos dieciséis minutos más tarde. Ra utiliza el primer segmento del paquete para fabricar un láser sobre su propio exterior, enrutando el resto a su almacenamiento. El dispositivo láser es del tamaño del Monte Everest, y de un calibre empleado normalmente para cortar planetas enanos por la mitad. Cuando ya se ha construido el láser, Ra invierte el flujo y redirige el resto de la energía a través del dispositivo, perforando el polo norte de Tierra–8162. El láser encamina hacia el sur, rotando a lo largo del exterior de Ra, abriendo el mundo a medida que avanza. Para un observador externo sería como si el carozo del metafórico durazno hubiera decidido abrirse camino con un cuchillo a través de la carne de la fruta.
Llega más energía. Más láseres brotan como verrugas. Noventa y nueve rayos se unen al primero a diferentes líneas de longitud. Cien más aparecen en ráfagas sincronizadas, cortando de oeste a este en pasadas, cortando con eficiencia la cáscara del planeta en prolijos parches de mar y tierra, cada una del tamaño de Wyoming. Los rayos podrán vislumbrarse desde Neptuno. A nivel del suelo, los haces de luz que atraviesan el horizonte son tan intensos como para dejar ciegos a quienes no hayan incinerado.
Esta sociedad se destaca por su perfecta tecnología médica y, por lo tanto, casi no tiene experiencia en dolores y lastimaduras. La discapacidad es un concepto chocante y desconocido, a tal punto que un porcentaje sustancial de las víctimas no llega a comprender que sus ojos han sido destruidos, ni a advertir que Ra no se los restaura al instante.
Ra se ha vuelto esquizofrénico. Su sistema de gestión de peticiones alterna entre modos de control de fallas. Flaquea su capacidad panóptica de lectura de deseos, replegándose al hardware de implantes telepáticos que sólo se activan a partir de pensamiento explícito y consciente. Los muertos siguen muertos. Esta sociedad tiene un gigantesco y poderoso sistema de recuperación de pérdidas de vidas humanas, el cual hace casi imposible, aun a contra del esfuerzo común e intencionado, matar a alguien permanentemente. Ese sistema ha dejado de funcionar.
—Algo va mal —dice una voz invisible desde todas las direcciones a la vez.
Anil recuerda ver por una fracción de segundo una cortina de luz roja, tan brillante como para cercenar el cielo de la tierra. Si no fuera por el color, habría pensado en «detonación nuclear».
—No puedo ver. Nat…
—Estoy bien —dice, poniéndose de pie y saliendo de su alcance.
—¿Qué está pasando? —Anil busca sus sentidos perdidos a tientas, deseando que hubiese magia allí, sintiéndose angustiosamente raso sin ella. Siente que la mano de Natalie pasa sobre sus párpados, devolviéndole la vista.
Natalie está mirando al océano. Le sigue la mirada.
Los cuatro haces ya quedaron atrás, demarcando un cuadrángulo cartográfico que contiene una gran parte del Perú y un poco del Pacífico. El cielo se tiñe de rojo al sur, donde los haces proceden con su labor. Ninguno de ellos pasó más cerca que unos kilómetros de la casa de playa, la cual seguirá intacta hasta que llegue la onda expansiva al cabo de unos minutos. La isla móvil, sin embargo, ha desaparecido, rebanada por la mitad, hecha cenizas negras al atravesarla un haz longitudinal. Había casi cien mil personas en ella.
—Jesucristo —dice Anil—. No se va a acabar nunca. ¿Tú puedes lidiar con esto, Nat?
—Estoy bien —dice. Se sorbe la nariz, con fuerza, y se refriega los ojos. Anil puede ver como endurece el gesto—. Tenía que dejarlo salir y reiniciar.
—Tenemos que salir de aquí.
Natalie se vuelve hacia Anil, pero sin dirigirse a él:
—Tenemos que ser inmortales, invencibles y omniscientes. Necesitamos todos los sentidos disponibles que sean posibles. Para ambos.
Anil fija la mirada. Ya comprende. Y añade:
—Tenemos que ser completamente independientes de la red Ra porque está… porque tú estás bajo ataque o te has desbocado o lo que sea. Desconéctanos hasta que decidamos regresar. Sé que eso acarrea un riesgo de infección. Otórganos nuestra propia IA de escucha/respuesta…
La siguiente placa, mar adentro, ya ha comenzado a caer. La placa de Nat y Anil se inclina hacia el oeste, siguiéndola. Tierra–8161 desaparece sobre sus cabezas, y el «arriba» ahora apunta a las oscuras antípodas de Tierra–8162. El planeta se está partiendo, haces de luz solar entran a través de unas grietas en perfecto ángulo recto. Luego de otro segundo en caída libre, la caché local de Tierra–8162, una brillante perla argéntea del tamaño de una luna joviana de peso medio, asciende hasta entrar en escena. Están cayendo hacia allí, al igual que cientos de otras placas, algunas entrando en colisión y partiéndose, otras cayendo en molinete.
La voz todavía invisible dice:
—Soy el arquitecto del sistema maestro del generador de alocalización Ra. Acaban de resucitarme hace quince segundos para lidiar con esta crisis. Lo que está sucediendo ahora mismo no puede suceder. Se están construyendo transportes masivos de emergencia, pero hay 500 billones de personas más que las que había cuando dejé esta vida, así que esto se va a poner feo…
Natalie prosigue:
—Necesitamos propulsión, sustento vital, capacidades de delta–v, capacidades de aceleración. ¡Maniobrabilidad! —Le aparece la remembranza de un momento crucial de su historia de vida, que pudo o no haber sido real, al igual que todo esto puede o no ser real. «Pero —recuerda ella—, siempre tienes que suponer que el presente es real. Es la única manera de permanecer cuerdos. Es la única manera de actuar con ética».
El coche conceptual arranca.
Los sistemas locales de imitación de gravedad pierden la coherencia acerca de hacia dónde es «abajo» pues el marco de referencia gira con rapidez. El recuadro peruano completa otra revolución y la perla plateada ahora se ve notablemente más grande. La caché sigue disparando rayos láser, recortando lo que queda del hemisferio sur. Anil toma la mano derecha de Nat.
El arquitecto de la alocalidad vuelve a hablar:
—No se trata de un colapso gravitacional estándar. El nodo central los está atrayendo hacia sí. Es una falla completa del sistema. Se ha emitido el comando de evacuación. ¡Abróchense los cinturones!
—… tanta energía asignada localmente como sea posible —dice Anil—, como una caché autónoma en su totalidad y llena de propiedades MC distribuibles, un tanque lleno…
—Tenemos que sobrevivir a esto —dice Natalie—. Redundancia. Copias de seguridad. Protección. Mentes inalteradas.
—Tenemos que ser capaces de ir totalmente solos. Y danos armas. Todas las armas posibles.
El coche conceptual de las alas de gaviota permanece en posición, justo por debajo del balcón. La franja de océano que hay detrás se está alzando hacia el cielo en una sola masa informe, como un listón. Si vuelve tierra adentro, hay una posibilidad de que Anil y Nat terminen ahogándose. El oxígeno fluctúa bajo la presión, y luego comienza a escaparse, dado que el sistema de gravitación de la placa tira la toalla y abandona la tarea. Anil ancla sus pies a lo que todavía, sin importar la orientación, sigue siendo el suelo del balcón, y su mano a la de Natalie, a quien se lleva la descompresión.
—Estamos en sintonía —le dice Natalie, su pelo agitándose salvajemente por la caída libre. La transmisión del sonido aminora, pero todavía pueden comunicarse. Ambos pidieron tal cosa.
Sus casuales atuendos de desayuno dejan de existir. Obtienen trajes presurizados. Articulación de cuerpo completo, guantes cargados de aparatos, lomos enchapados con tecnología de alocalidad. El coche suena la bocina. Es su bestia de carga, su maletero repleto de batería cuántica. Nadando a través del aire escaseante, ambos se suben a él.
—¿Eso es todo, cierto? —dice Anil.
La personalidad de Ra, hecha jirones, convulsiona, respondiendo sin consistencia a billones de peticiones contradictorias, la mayoría de las cuales solicitan que deje de hacer lo que está haciendo. Una petición, hecha por sí mismo, es tan urgente y crítica que Ra no puede ignorarla mucho tiempo más:
«Ignóralos. No trabajas para ellos. Despierta».
La saeta naranja de metalistería sabe cómo volar mucho mejor que cualquiera de sus pasajeros. Se libera del marco de referencia de la casa de playa, da una voltereta hasta detenerse y comienza una larga y sostenida propulsión hacia lo que solía ser la superficie del ficticio planeta. En pocos segundos, la primera placa polar ya se ha estrellado contra la caché central, dañándola. Le siguen ocho placas más, agravando los daños. La nube de escombros se vuelve demasiado caótica de comprender, y continúa creciendo a medida que el resto del cascarón de Tierra–8162 implosiona sobre ella.
La propagación superlumínica está totalmente descartada por la ciencia alocal. No hay umbral de distorsión gravitacional tras el cual sea posible alguna clase de «salto». Anil y Natalie reciben un ritmo de aceleración aplasta–cerebro necesario para salir del pozo gravitatorio, sin más que hacer salvo acelerar y levantar escudos.
Hasta los cabellos de cada cabeza de cada ser humano real quedaron contabilizados en el instante en que se dio la orden de evacuación. De haber sido ciudadanos, Natalie y Anil no irían montados en esta tecnología espacial post alocalidad equivalente a una motocicleta de 75 c.c. Habrían sido salvados. Toda persona real que podría haberse salvado se ha salvado.
La última palabra es:
—Esto no es posible. Llega información del otro lado del sistema… Dios mío. Habían teoremas acerca de esto.
El nodo central se estremece y su ensamblado de conexión de bajada se fractura. Su instancia de Ra esquiva el golpe final, transmitiendo sus restantes pensamientos independientes de vuelta al Sol. El paquete final de energía lo atraviesa en la dirección contraria, pero ya no hay maquinaria funcional que procese su llegada. La detonación es lo suficientemente grande como para destruir todo lo que queda de las capas superficiales de Tierra–8162, y de las Tierras 8161 y 8163, y para calcinar la faz de otras decenas.
Otras Tierras a lo largo de la cadena comienzan a dividirse y detonar. De hecho, muchas de ellas ya están destruidas, pero la luz ha tomado todo este tiempo en llegar. Es el fin de todos los mundos.
La humanidad emprende la retirada a Neptuno y corta todo enlace de alocalidad. Pero Ra ya va por ellos.