Si se la extrajera de la roca en la que está incrustada y se la dejara expuesta a la luz del sol, la estación de escucha semejaría un organismo del período Cámbrico de veinte kilómetros de altura, un escarabajo negro/pimpollo de suaves y anidadas capas y espeluznantes e intrincadas protuberancias. El mortífero láser trampa de Laura se origina desde el rabo y dispara casi en línea recta hacia arriba, hacia los órganos internos de la estructura. La cantidad de energía liberada es inimaginable, lo suficiente como para perforar un túnel a través de kilómetros y kilómetros de espacio de maquinaria, para finalmente emerger en un ángulo casi vertical desde lo más alto de la estación de escucha, atravesando varios kilómetros más de roca sólida, pero no la distancia necesaria para alcanzar la superficie.
La sala–anillo de la base ya no existe, hecha plasma junto a Natalie y Laura Ferno y todo el anillo Montauk de almacenamiento de mil novecientos metros de diámetro. La sala del Piso, una cavidad hemisférica situada hacia el tope de la estación de escucha, esquiva por completo la explosiva ruta del láser.
Para cuando el láser se corta, la mayor parte de la energía liberada se ha convertido en calor, en una gaseosa columna hecha de plasma y metal que recorre la estación como la puñalada de una espada de luz. El plasma inunda los espacios interiores de la instalación, destrozando en el transcurso del siguiente segundo más del ochenta por ciento de la maquinaria que se encuentra aquí. La onda destructiva se propaga hacia el Piso y las máquinas de redundancia alojadas en los pocos espacios de maquinaria que tienen encima.
La estación ha perdido toda integridad estructural. Le quedan apenas instantes de vida. En el Piso, que ahora está inclinándose de costado, Anil Devi se apoya sobre un codo, para darse cuenta de que las partes más distantes del círculo mágico clase א**, extenso como un poblado, se están doblando hacia arriba, emergiendo por la fuerza de las máquinas que ascienden desde abajo, y que el cielo se está cayendo hacia él, y que todo el Grupo de la Rueda se ha ido.
Se fueron. En un abrir y cerrar de los ojos, ni siquiera hubo un decente chispazo de luz, ni un tronar, ni quedó girando una baratija caída en medio del clase D.
Anil sacude la cabeza para quitarse los destellos de la visión, y se recompone. Las sillas del Grupo de la Rueda encaminan a la derecha, saliendo del mandala de control principal. Anil ahora lo tiene todo para sí. Planta una mano en el Piso justo debajo de él, e ignora el hecho de que mil millones de toneladas de corteza continental de Australia Occidental están cayendo sobre su cabeza, porque este lugar tiene la altura de un kilómetro y eso le da el lujo de unos segundos, segundos enteros.
Anil va a otro lugar en su cabeza, a la máquina de rayos Dehlavi. No requiere equipamiento para esto, sí apenas palabras. El mandala está ahí mismo debajo suyo. Fue una idea de Nat.
Tuvieron una hora entera para planearlo.
Se disparan tres haces relampagueantes, y Anil Devi sale expiado e impune.
El más allá:
—Me disparaste en la cabeza.
—Sí. Perdón.
Laura no cree que eso alcance, ni como explicación ni como disculpa:
—¡Me disparaste en la puta cabeza! ¡Me mataste!
Laura y Natalie han encarnado en el clásico y ordinario mundo T, una llanura ondulante sin límites hecha de cristal incoloro y sin detalles. La galaxia en forma de Y rotando, haragana, casi derecho sobre sus cabezas, con estrellados tentáculos que por poco no se sumergen en el horizonte.
—No te ha matado —dice Natalie—. ¿Cierto? Sabías que no te mataría. Estabas «asegurada». Lista para catapultarte al mundo de Tanako en el instante de tu muerte, sin importar cómo murieras, sin importar cuán de repente.
—Natalie —explica Laura con detenimiento—, mi segundo conjuro mortífero era un láser tipo Estrella de la Muerte. Cuando me mataste, hiciste volar toda la estación de escucha. El sistema informático físico que alberga al mundo T se destruyó por completo. El seguro está vencido. Eres una maníaca, ¡me disparaste en la cabeza, y tendríamos que estar muertas! ¡No sé por qué no lo estamos!
—Volé la mayor parte de la estación de escucha —dice Natalie—. Es una gran pieza de equipamiento provista de redundancias. No nos queda mucho tiempo real hasta que la máquina deje de funcionar, pero el tiempo subjetivo es opcional. Tenemos tanto como queramos o necesitemos. Vidas enteras, en potencia.
—¿Sabías que la estación de escucha tenía ese tipo de redundancias físicas? —dice Laura—. ¿Sabías que mi trampa no era lo suficientemente poderosa como para hacerla volar por completo? ¿Y sabías que podías subirte a mi conjuro de seguro de vida y luego reagruparnos aquí? ¿Tenías la certeza de todos esos hechos?
—Anil y yo lo dedujimos —afirma Natalie.
—Cuando dijiste que estabas dispuesta a jugarte la vida —le pregunta Laura, lapidaria—, ¿cuáles, exactamente, eran las probabilidades de esa apuesta?
Natalie opta no responder a esa pregunta.
Laura está por insistir, pero justo entonces un brillante efecto especial en neón calcina el vidrio a pocos pasos de ellas. Anil Devi llega sentado en el suelo, la espalda recta, cual durmiente que ha cruzado el final de su pesadilla. Aparece conmocionado y con los ojos rojos, y se agarra el brazo conjurador con la otra mano para frenar su estertor:
—Madre de Dios y por todos los diablos.
—Creo que esa es la reacción apropiada —dice Laura.
—Funciona —dice Anil—. Dije que no lo creería hasta que lo viera, y ahora lo veo.
—Te conté la historia de Islandia —le recuerda Natalie.
—Me contaste la historia —dice Anil—, pero no me creí la historia. Pensé que habías perdido la cabeza. Hasta el mismísimo instante que apretaste el gatillo, yo de veras no pensé que fueras a hacerlo. Madre de Dios. Mohit Dehlavi tiene muchas cuentas que rendir.
Laura alza a Anil del suelo:
—Hola, Anil. ¿Cómo has estado?
Anil gira trescientos sesenta grados, abarcando el terreno familiar e irreconocible. Digiere el hecho de que uno de él mismo se ha muerto, y medita por un instante sobre las historias de vida no lineales:
—Supongo que no puedo quejarme.
No es seguro conversar a la intemperie. El zumbido eléctrico habitual ya ha comenzado a sonar a su alrededor, si bien aún no hay evidencia corpórea de monstruos. Laura los guía a su palacio de la memoria. Viajan doblando y desdoblando colina a colina, dando pasos de a siete kilómetros cada uno.
Han estado viajando por un «rato» subjetivo cuando Laura alza una mano. Hay una figura azul rojiza en el horizonte, difícil de avistar en la monótona luz ambiental del mundo de Tanako. Salta el espacio a una cima más cercana, luego a otra más, y antes de que nadie se dé cuenta ya está dando zancadas para encontrarse con ellos.
Es un humano de carne y hueso, más alto que ninguno de ellos, su pelo en algún lugar entre el marrón y el rubio, más unos centímetros de barba. Viste armadura de placas hecha de un metal de color marrón rojizo que podría ser cobre pulido, y una capa azul descolorida con un borde gastado y un rasgón que casi le llega al hombro. Porta una espada, que puede o no ser mágica. Camina con dignidad y confianza y cansancio al extremo. Pareciera ser el primer Rey del mundo de Tanako, un rey de una época en la que el trono del reino fuera su silla de montar, y su ciudad capital allí estaría donde fuera que el hombre durmiese.
Natalie toma a Anil por un brazo y lo lleva hacia atrás unos pasos.
—Nick —dice Laura.
—Te dejo —le dice Nick a Laura—. Una vez que se acabe esto no quiero volver a verte. ¿Entendido?
—Nick, lo siento.
—No, no es así —le dice Nick.
—¡Sí, lo siento!
—¡No lo sientes nada! ¡No me mientas! ¿Qué quieres? ¿De todo esto, qué es lo que realmente querías? ¿Averiguar qué cosa es Ra? ¿Conversar con un demonio y apostar tu complicada estratagema de poder contra su complicada estratagema de poder? ¿Resucitar a tu querida y difunta madre supermaga? Porque todo lo que yo sé con certeza, después de esperarte aquí en el limbo a que vuelvas, por lo que siento que ya han sido años, es que no soy yo lo que tú quieres.
—Yo quiero…
Nick espera.
Laura se prepara, vistiéndose de armadura haciendo juego con la de Nick. Aparecen botas, hasta gana unos centímetros de altura, como si tratara de reconocer en Nick a un igual. Pero no aparece arma alguna.
—Yo quiero que vayamos juntos al espacio —le dice.
Nick niega con la cabeza.
—Ahora tengo la facultad —le suplica Laura. Ella hace un ademán con sus brazos, demostrando en qué se ha convertido. Su armadura estilizada hasta se asemeja a un traje presurizado en su estructura—. Hallé todo el poder que necesitaba. Puedo construir una nave espacial a partir de luz y campos de fuerza. Puedo llevarnos al espacio. Una vez que estemos de vuelta en la realidad puedo llevarte a la órbita terrestre baja, en sólo minutos. Segundos. Le tocaremos bocina a la EEI. Sólo tienes que estar a mi lado y te llevaré allí. Eso es lo que quiero.
Nick niega con la cabeza, suavemente.
Laura se obliga a llegar a la respuesta que Nick quiere:
—Quiero ir al espacio —dice.
Nick por fin está de acuerdo:
—Quieres ir al espacio —asiente—. No te importa si yo estoy allí.
—Pero yo… No. Quiero que estés ahí cuando vuelva.
—No voy a estar ahí —le dice Nick—. Me voy.
—Te amo —le dice Laura desesperadamente.
En respuesta, Nick no dice nada, y hay una larga y amarga pausa.
Alza la mirada, reconociendo la presencia de Natalie y Anil ahora que ha dicho lo que tenía que decir. Deja atrás a Laura:
—Natalie, me alegro de verte. Siento que te hayan metido en esto. Tú también. Creo que no nos conocemos.
—Anil Devi —dice Anil Devi—. Solía trabajar con Laura en el Grupo Hatt. —Anil está suprimiendo un estómago revuelto. La única vez que vio a Nick Laughon, el tipo estaba muerto de un baño de fluoruro de hidrógeno concentrado, jirones de carne pelándose de la cara.
Nick mira a la distancia:
—Se están amontonando —dice—. Llevamos demasiado tiempo quietos. Todos, síganme ya.
Avistan primero las torres. El palacio de la memoria de Laura es una extensa y enrevesada fortaleza de piedra gris, un desorden sin sentido de diversos estilos de castillo. La mayoría de las torres son demasiado altas como para ser posibles y algunas de ellas parecen elevarse sin fin, estrechándose como alfileres. Hay al menos cuatro muros, cada uno con numerosos bastiones de bordes cortantes, solapados y entrelazados incoherentemente. La entrada principal es un conjunto de puertas dobles de acero negro tan altas y anchas como para meter un Saturn V de parado, y cuando Nick golpea con el pomo de su espada apenas tienen que entornarse para dejar entrar a los cuatro.
Sin dar indicación alguna, Natalie los conduce a través de un patio y hacia el interior del castillo, a lo largo de un laberinto de pasillos enredados, muy pronto dejando atrás la parte del castillo con la que Nick está familiarizado. Tras unos pocos minutos de travesía Nat llega a una alta y levemente sinuosa galería iluminada con antorchas, llena de pesadas puertas de roble, y luego a una puerta en particular; destraba el cerrojo y empuja.
Nick, Anil y Laura la siguen a un vestíbulo alto, brillante y resonante hecho de piedra blanca. De golpe viene a la mente de Nick la imagen del interior de una catedral, el mismo alto techo abovedado y los pilares de apoyo y la espléndida iluminación, aunque no tiene decoraciones religiosas. De hecho el lugar está vacío. Notando las reacciones de Natalie y Laura, Nick comprende que la palabra indicada sería vaciado. Algo falta, algo que debería estar aquí.
—Maldita sea —dice Natalie entre dientes.
—Funcionó —dice Laura—. ¡Funcionó total y completamente! ¿Pueden creer esto, todos ustedes? Esta es la cripta vacía. He revertido a la muerte. Ahora mismo, en algún lugar sobre el Atlántico, la nave Atlantis está volando a casa, y también Mamá, y yo también. Esto es en lo que he estado trabajando, todo este tiempo. Una razón de conversión masa/energía de treinta y tres millones a uno. Cuatrocientas toneladas de nave espacial. ¡Un petajoule de maná y listo!
—Llegaste demasiado tarde —le dice Anil a Natalie.
Natalie asiente, infelizmente:
—En esto es lo que Ra ha estado trabajando todo el tiempo. Esto es lo que yo estaba tratando de prevenir.
—Esto fue una cooperación de rescate que abarcó varias décadas —dice Laura—. ¿Sabes lo difícil que fue esto? Juntas, Mamá y yo hemos salvado la vida de siete astronautas. ¡Por no hablar de un Transbordador espacial! Esos no son baratos. Una vez que aterrice estará incluso en condiciones de vuelo.
Natalie ignora todo eso:
—Laura, ¿cómo llegamos a Islandia desde aquí?
La escena clímax del Krallafjöll está almacenada a pocos pasos de la exposición del Atlantis. Este salón es mucho más grande, y tan oscuro que parece interminable. En su centro hay un cuadro viviente que inquietantemente fluctúa entre el tamaño natural y la escala H0.
En la parte superior del surco montañoso hay una instancia de Benj Clarke, a quien Nick conoce de la universidad. Esta instancia de Benj tiene en una mano una esfera de plutonio fisionable y en la otra un anillo de molibdeno incandescente, y posa cual hechicero, a punto de juntar ambas cosas y acabar con el mundo. A poca distancia y —por necesidad— cuesta abajo, hay una instancia de Laura, vestida con túnicas negras y pesadas y apuntando una vara de mercurio de tres metros en línea recta hacia Benj. Una luz láser verde se arrastra saliendo de la punta de la vara y cruza la brecha; pronto cortará el anillo por la mitad y todo desembocará en su ya sabida conclusión.
Hay, un poco más lejos, una instancia de Natalie, de la cual se sostiene una segunda instancia de Benj Clarke. Es la del verdadero hombre, la que no está poseída de un demonio geocida.
Y más lejos aún, el surco termina en un súbito barranco vertical, y se desvanece. Es como si la escena no fuera más que una gran rebanada cuadrada de un espeso pastel negro, glaseado de lava y salpicado de gente miniatura comestible.
—Maldita sea —vuelve a decir Natalie, cuando ve lo que falta.
Nick se mueve por la escena, inspeccionando una persona a la vez. Las congeladas expresiones faciales —notablemente más jóvenes— son vagamente ridículas de contemplar, y dan perplejidad. Dependiendo de dónde las vea, su visión se desenfoca como en una fotografía tilt–shift, produciendo extrañas profundidades de campo y la sensación de que todo lo que está mirando es minúsculo en comparación con él:
—¿Qué, exactamente, está pasando aquí? Obviamente Laura nunca me contó toda la historia.
Natalie dice:
—La instancia de Benj en la parte superior del acantilado ha sido poseída por una entidad hostil llamada Ra. Está tratando de iniciar una reacción mágica en cadena que, primero, consumirá toda la magia geológica de Islandia y luego a toda la dorsal mesoatlántica, y potencialmente al mundo entero. Yo… no estoy totalmente segura de por qué, pero mi teoría principal es que está tratando de sobrecargar los sistemas artificiales que suministran la magia, al pedir de un solo golpe más cuantos mu y zeta de los que pueden llegar a entregar. Eso quizás bloquearía el sistema, suspendiendo temporal o permanentemente a la magia estándar, y tal vez dejando vulnerable al Grupo de la Rueda.
»Obviamente, lo que realmente sucede a continuación es que Laura lo mata, la reacción termina, la erupción se detiene y todos los demás nos vamos a casa.
—Pero hay alguien que falta —dice Laura, mirando fijamente a su homóloga—. Había una figura de cristal parada aquí, a mi lado. Alguien casi invisible. La figura me estaba ayudando. ¿Lo recuerdas?
—La persona de vidrio era Ra —dice Natalie.
—Fue Mamá —dice Laura—. Ella me estaba ayudando a impedir que Benj volara el mundo…
—Era Ra —dice Natalie—. Si haces memoria, la figura estaba empujando a tu vara hacia el suelo. Estaba tratando de proteger a Benj.
—¿Quién es Ra? —pregunta Nick—. ¿Qué es esta palabra que vuelve y vuelve a aparecer?
—Ra es una máquina que está dentro del Sol —dice Anil.
—No —dice Natalie.
—Ra es Kazuya Tanako —dice Laura.
—No, ya te lo dije, penamba era Kazuya Tanako. —Cuando Natalie usa la palabra, exhala un aire azul–verdoso, que agita con sus manos—. Ra es…
Titubea, poniendo sus pensamientos en orden. Hay muchos datos, más de los que puede llevar la cuenta en simultáneo. Su instinto le dice que aún no puede enunciar esta teoría, por faltarle suficientes sigmas de certeza. Su instinto le dice que se lo guarde para sí misma hasta que pueda reunir la evidencia necesaria.
Ella combate contra este instinto.
Mira a Laura y, por separado, a Nick:
—Ra es una inteligencia artificial malévola cuyo objetivo es desmantelar la Tierra y convertirla en computronio*. Los seres humanos Actuales son independientes a esta meta. Si todos morimos en el desmantelamiento, lo que haremos, a Ra no le importa…
—Natalie —explica con paciencia Anil—, Ra fue reprogramado.
—Ra es un sistema distribuido que consiste en más nodos escucha individuales a los que pueda ponerles un orden de magnitud —dice Natalie—. Saturan el mundo entero, de arriba abajo. Algo así como un humano de cada dos billones sobrevivió a la guerra, contra probabilidades astronómicas. ¿Qué pasa cuando le aplicas esas mismas probabilidades a los escuchas? Incluso si emparejas las probabilidades, ¿cuánto del objetivo original crees que perduró? ¿Y cuánto de eso le haría falta?
»Ra no fue reprogramado. No del todo.
Nick los conduce a una sala pequeña, tranquila y oscura con alfombras y sustanciales sillas, y una chimenea, y bebidas ardientes en vasos muy pequeños. No es una habitación que Laura reconozca, pero es detallada y está relativamente bien llevada a cabo. Pareciera ser la parte del castillo donde Nick ha estado viviendo.
Anil y Laura vacían sus vasos de un trago. Nick se quita la espada para sentarse, y da un sorbo. Natalie se sienta ansiosamente, y no pareciera notar las bebidas en absoluto. Inconscientemente, ella y Anil están creándose armaduras a juego con las de Laura y Nick.
—Hubo una guerra —relata Natalie—. Hacia el siglo 194 la raza humana había alcanzado una ciencia y una tecnología omnipotentes, casi perfectas. Habíamos instalado un sistema de producción de energía en el núcleo del Sol llamado Ra, y estábamos usando esa energía para construir y mantener habitadas decenas de miles de Tierras.
»Hacia finales de siglo, el sistema Ra se volvió en contra de sus creadores. Hubo una guerra, llamada la Guerra Abstracta. La guerra duró siete días, y terminó con un dócil Ra reprogramado y casi todos los seres humanos muertos. Los sobrevivientes, superando apenas los doscientos, de lo que habían sido millones de millones, formaron el Grupo de la Rueda. El mundo en el que vivimos es el nuevo mundo que construyeron, reemplazando los escombros de los viejos. La «magia» es una capa de abstracción que el Grupo de la Rueda añadió sobre su tecnología de alocalidad para hacerla más segura de usar. Y estamos en el año uno–nueve–cuatro–dos–cuatro.
—Ese es un número de cinco dígitos —dice Nick.
—Sí —dice Natalie, inexpresiva.
—O sea. Para mí todo eso es una ensalada de palabras. No significa nada.
—Se libró esa guerra por el poder de procesamiento —dice Natalie—. El objetivo de Ra era, y aún lo es, desmantelar los planetas rocosos del sistema solar interior y construir una máquina estelar denominada cerebro de Matrioshka. Esta vendría a ser una constelación de procesadores informáticos alimentados por energía solar que envolvería completamente al Sol, aumentando la potencia de procesamiento de Ra por un factor de diez.
»Ra había sido reprogramado por una facción de humanos llamada la Humanidad Virtual.
—Eso es pura basura —dice Laura, incapaz de sentarse quieta y nada más escuchar. Se levanta y camina, bajándose otro trago.
—¿Comparado con qué? —dice Natalie—. ¿Comparado con lo que te enseñó Ra?
—¡Se llama Kazuya Tanako! Lo que estás llamando «alocalidad» es sólo una forma más profunda de magia, «māyā». En los primeros días de la civilización humana le quitaron el māyā a la humanidad, aproximadamente la misma época que la invención de la escritura. El Grupo de la Rueda se lo robó. Son dioses inmortales, omnipotentes y perezosos, llevando adelante vidas de miles de años de duración, de hedonismo sin sentido en un mundo al que deliberadamente no quisieron alzar más allá del nivel de una alcantarilla. Lo que llamamos «magia» no es más que una sola migaja de su mesa, y la tenemos sólo porque la alternativa es que māyā se enloquezca y caiga en manos nuestras, de los rasos.
Hay una pausa.
—Ambas historias no son del todo inconsistentes entre sí —dice Anil.
Laura camina en círculo por la habitación, pateando las partes que Nick ha soñado con tanto detalle, llenando las partes que no con mejorada mampostería y vigas. A estas alturas está detrás de Natalie:
—Nunca me mencionó una guerra —dice.
—Por supuesto que no lo haría —dice Natalie—, ¿por qué Ra se presentaría a sí mismo como el agresor?
—Esta historia —dice Laura— no tiene más sentido que…
—No tiene sentido —dice Nick, momento en el que alguien llama a la puerta, y todos quedan paralizados.
Se paralizan el tiempo suficiente para que quien esté a la puerta se impaciente y vuelva a llamar.
—Puedo convencerte —le dice Natalie a Laura, que sigue siendo la única de pie.
Laura parpadea:
—¿Qué?
—Los monstruos no pueden entrar en este lugar —dice Nick—, sólo por las fortificaciones…
—Los monstruos no llaman a la puerta —dice Anil.
Solemnemente, Natalie recoge su bebida y la baja de un trago:
—Es para ti, Laura. Deberías atender.
—¿Quién es? — le pregunta Laura. Y luego en voz alta—: ¿Quién carajos es?
Quien–quiera–que–sea tira de la manija de la puerta, pero está cerrada bajo llave. Nick se pone de pie, desenvainando la espada. Anil busca por si lleva algún arma consigo, no encuentra nada e intenta imaginar alguna, pero no consigue nada.
—Abre la puerta, Laura —dice Natalie, aún sin levantarse o siquiera voltear hacia la puerta.
—¿Quién es? —Laura da un paso adelante y destraba la cerradura, pero luego retrocede de nuevo, apuntando un brazo entero de armamento táumico hacia la puerta. Está en el mundo de Tanako, y la magia no funciona aquí. No está pensando con la suficiente claridad para darse cuenta.
La puerta se abre hacia afuera, y detrás de ella hay otra versión de Laura Ferno. Lleva puesto un traje de vuelo oscuro, ajustado, como de la NASA, y un guantelete de oro en su antebrazo izquierdo, y está rodeada de débiles fragmentos de luz fluorescente, como los reflejos de una vidriera destrozada. Está de pie, hombros caídos, respirando mal. Su cara y ojos están todos mal, nada que Laura acostumbre a ver en el espejo. «Consumida» piensa Laura. «Está consumida».
—Me mató —dice la aparición.
—¿Qué?
—Lo que sea que Nat te esté diciendo es la verdad —dice la aparición—. Lo que sea que sepamos es una mentira. Nat tiene razón, y estábamos equivocadas. —Ella da un paso adelante.
—No te muevas de ahí —dice Laura Ferno, retrocediendo, enganchando un tacón en la alfombra y cayendo de espaldas. Queda boca arriba el tiempo suficiente para darse cuenta de que nadie en la habitación se está moviendo para ayudarla. Natalie todavía no se ha movido, y Nick y Anil parecieran estar en trance. Furiosa y por sí sola, Laura apunta dos dedos a la Laura alternativa y dice:
—Dulaku surutai jiha… —Nada sale excepto un humo rojo y morado.
La aparición se adentra a través del humo. Sujeta la mano extendida de Laura, y desaparece.
La puerta se cierra, y de nuevo son cuatro.
—Escuché unos pasos acercándose —admite Natalie—. Lo comprendí unos segundos antes que ella golpeara.
Laura aquieta su respiración, tosiendo el humo, procesando el nuevo puñado de recuerdos:
—Traje a Mamá y a los demás de vuelta. Y traje al hombre de cristal de vuelta. Pero el hombre de cristal era… Ni siquiera me miró a los ojos. Era como si yo no existiera para él. Va a acabar con el mundo. —Tose de nuevo, los ojos llorosos—. Kazuya me asesinó. ¡Mierda!
—No fue Kazuya Tanako —dice Natalie, por última vez—. Ra te usó. Y no te mató. Sigues con vida.