De La Muerte, Llévame A La Inmortalidad

Antes

A mediados de 1993, Rajesh Vidyasagar ya pasa los ochenta años, y le ha llegado la hora.

Ocurre casi demasiado rápido. Si bien no le sobra vitalidad, y continúa notándose su desaceleración, Rajesh sigue siendo coherente e ingenioso hacia finales de agosto de ese año. Asiste a una conferencia de física en California, diserta bien, contesta menos preguntas que de costumbre; durante la cena después de la disertación, se desploma. Ya en el hospital, le encuentran las secuelas de un ataque al corazón. La conferencia dura un día más, pero Rajesh la abandona antes de tiempo, y vuela de regreso a Calcuta a pesar de las rigurosas indicaciones médicas. Su esposa Sharmila se encuentra con él en el aeropuerto. Rajesh apenas estaba subiendo los escalones de su casa cuando lo incapacita el segundo ataque.

Pasa sus últimos tres días en casa, con Sharmila a su lado, y una lámpara, y un mantra en el que centrarse. No siente verdadera necesidad de enunciar el mantra, porque sus dos últimas décadas le han dejado la mente sumergida en sílabas significativas. Su mantra es su nombre, aum, el cual ligó a sí mismo por accidente, y nunca cambió, y que ningún otro mago en el mundo usa, por puro respeto.

Sus hijos llegan gradualmente. La mayoría no recorre un gran trecho, viviendo todavía en Calcuta o en sus cercanías. Ninguno de ellos, ni los descendientes más distantes, han seguido sus pasos en la física táumica. La mayoría carece de un entendimiento certero de la magia, no más que saberla una nueva y rara y etérea rama de la física, un oscuro tema de cursos de doctorado. Nunca la han visto en acción en sus vidas prácticas, excepto tal vez en casos extremos: escáneres médicos de refrigeración avanzada, motores de buques portacontenedores de modelos recientes. Decididamente nunca presenciaron el inicio de la magia, cuando apenas existía.

Rajesh recuerda sentirse como si lo hubieran arrojado en caída libre, en mitad de la niebla, estirándose en cualquier dirección para tratar de tocar físicamente esta nueva ciencia maníaca e injustificable. Recuerda aferrarse a pequeños fragmentos coherentes y verificables, y compactarlos en frágiles ladrillos, y luego treparse de a poco al amontonamiento, y tirar de otros para ir empujándolos gradualmente cada vez más arriba. Así es como empezó.

Y nadie en la familia se da cuenta de ello, pero, esta década, la magia ha alterado considerablemente el aspecto de la industria, sacándola de su punto de partida. La fabricación del ácido sulfúrico —una de las más importantes materias primas industriales de productos químicos— es ahora quince por ciento más barata. El aluminio, antes extremadamente caro de electrolizar, ahora tiene un proceso del todo nuevo. Está cambiando el transporte en frío, al igual que la iluminación eléctrica. Cada año surgen cuatro nuevos procesos semiviables para centrales eléctricas basadas en la magia, y esos son sólo los que aparecen en las noticias internacionales. Y todo eso es apenas el conjunto de avances lo suficientemente maduros como para llegar a comercializarse. La vanguardia de la investigación está por completo a otro nivel.

¿Y ahora qué? Ahora Rajesh está a mitad de camino por la metáfora y las nubes se están abriendo encima suyo. Hay más cosas que aún no sabe, siempre las ha habido, y nunca le ha temido a eso, pero por fin ha llegado el momento de su vida en el que ya no puede ir y averiguarlo. Sabe a dónde hay que dirigir su investigación, pero es físicamente incapaz. Rajesh puede sentir el agotamiento y el dolor templándose bajo la piel. Puede sentir las vías de su mente comenzando a frenarse, un arrugado sistema bioquímico dando contra el final de su vida útil.

Sharmila y los demás bullen a su alrededor, dirigiéndolo a través del ritual. Es casi seguro que nunca podrá volver a escribir. Intenta leer las publicaciones de otros, pero la información cruza su cerebro, indigesta. Escucha en repetición una grabación de disco compacto de los miles de nombres de Vishnu.

La gente llega y la gente se va. El médico examina a Rajesh y saca conclusiones, luego llega el momento en que sería mejor dejarlo descansar, y luego alguien deja pasar a un mirón.

Rajesh está en su jardín, sentado en su silla de ruedas bajo el ciprés, entre el pasto demasiado largo y las exóticas orquídeas azules de Sharmila. Su mirada fija en la nada, sin hacer nada. El visitante abandona la sombra con cuidado, muy alto como para cruzar la puerta trasera sin agacharse un poco. Luego, los escalones que bajan al jardín lo toman por sorpresa.

La barba del visitante es oscura y muy corta; parece tener alrededor de sesenta pero, si Rajesh pudiera permitirse el pensamiento, notaría que se mueve como un hombre de veinte, llevando los cuarenta años adicionales como quien viste un traje. Porta un brazalete en una muñeca, que se parece a un kara sij, pero el hombre tiene la cabeza al descubierto. Por un momento admira el jardín, y luego se acerca a Rajesh.

—Rajesh —le dice—, me llamo Vikramaditya Kannan. Conocía a tu padre.

Rajesh alza una ceja, pero no dice nada.

El hombre mira a su alrededor y encuentra una silla de jardín por ahí. La trae al lado de Rajesh y se sienta con cuidado, inclinándose hacia adelante y apoyando codos sobre rodillas.

—Conocía a tu padre —vuelve a decir—. Fue hace mucho tiempo, obviamente, poco antes de fallecer. Allá por el «año muerto» del 72 al 73. Después de haber descubierto el primer conjuro mágico, el conjuro vacío uum, pero antes de que tú retomaras el hilo.

»En ese momento yo formaba parte de un grupo llamado la Rueda, todavía lo soy. Hemos estado… profundamente involucrados en el desarrollo de la magia, desde sus inicios. Por desgracia, tenemos reglas acerca del contacto externo con magos investigadores activos, lo que significa que hoy no estoy aquí como representante de la Rueda. En rigor, no estoy aquí en absoluto. Los demás no saben que he venido aquí. Es posible que hasta me salga con la mía, también, porque no soy un… eh, “radio” importante de la rueda. Pero sí uno sentimental.

La atención de Rajesh está empezando a dispersar, en parte porque su nivel de concentración está disminuyendo, pero sobre todo porque Kannan no ha sabido decir nada importante en sus primeras sesenta palabras. Kannan dice:

—Lo que estoy diciendo es que lo que estoy diciendo no es un mensaje oficial de la Rueda. Estoy diciendo que estas son mis palabras y opiniones. O sea… es que creo que te debemos una disculpa.

—¿Por qué?

—No es un secreto que siempre has tenido recelos sobre la magia. A menudo has hablado de ello en tus libros y conferencias. He seguido tus progresos, y desde mi perspectiva pareces haber pasado por fases. Hubo un período a fines de los años setenta en el que eras activamente hostil a la magia, como si el campo entero fuera tu adversario, obligándote a pensar que así era la única manera de que pudieras hacerle daño. Y luego en los ochenta oscilaste hacia la calma aceptación, pero entonces… en mi opinión fue precisamente cuando dejaste de trabajar con Ed Hatt, que volviste a ser el «viejo» picante Doc Vidyasagar…

—Ya sé quién soy —dice Rajesh—. Sé quién he sido.

—Pero en ningún momento se te vio feliz de ser quien eras, o de estudiar lo que estudiabas. Y para ser sinceros, tampoco nosotros nos sentimos jamás ciento por ciento felices por ello. Si sembraras un mundo de gente encontrarías bosques y bosques de buenos candidatos. No íbamos a dirigir a la gente hacia rumbos particulares, pero sí habríamos preferido a alguien más joven. Alguien más joven que tú, menos cínico, que no habría tenido la experiencia negativa que tú sí. Magia… Sientes como si el universo entero le hubiera jugado una broma pesada a la humanidad.

Rajesh mueve la cabeza, reconociendo en parte la broma pesada y en parte intentando dar un sentido a las declaraciones de Kannan:

—¿Qué estás diciendo?

—Te debemos una disculpa porque has pasado los últimos veinte años de tu vida esforzándote por descubrir una falsedad. Durante toda tu vida, has desconfiado de la magia y has trabajado para descubrir lo que de verdad es. ¿Quieres saber lo que la magia es en realidad? ¿Y por qué realmente puedes confiar en ella?

—Tú… —comienza Rajesh, y se detiene. Un par de vivaces periquitos verdes despegan hacia el cielo, captando brevemente su atención. Es obvio que Kannan está sintiendo la luz directa del sol, pero no hay espacio suficiente para acompañar a Rajesh bajo la sombra. No será un problema por mucho más. Se viene un manto de nubes de aspecto furioso—. Bueno, adelante —dice Rajesh, cansado—. Sorpréndeme. ¿Qué es la magia?

Kannan sonríe y se lanza a dar su explicación. Hace ademanes con las manos para ilustrar sus conceptos:

—Funciona así. El mundo entero está empapado de pequeñas escuchas invisibles. Grandes moléculas inteligentes, en esencia. No los hallarías si los buscaras, tienen la instrucción de eludir la detección, y la mayoría son invisibles. Cuando pronuncias un conjuro, o cuando una máquina mágica se construye y arranca, o cuando la geología del mundo se mueve de la manera correcta, las escuchas toman nota de lo que está sucediendo y proveen la respuesta correcta, simulando las ecuaciones de campo de la magia. ¡Tus ecuaciones de campo! La Tercera Ecuación de Campo Incompleta de Vidyasagar, y las otras. Sustraen energía térmica, o añaden cinética, o agitan los campos electromagnéticos en la cantidad indicada. Las partículas ji, por ejemplo, simplemente no existen; pero el mundo entero se comporta como si existieran, y eso es lo que importa. En cierto modo, la magia no existe. Pero en otro, es real.

Rajesh mira por arriba de sus gafas a Kannan:

—¿Y dices que le contaste esa historia a mi padre?

—Sí, pero… no —dice Kannan—. No fue indulgente.

—¿Y por qué crees que fue así?

Kannan no responde.

—Cada físico cuántico —dice Rajesh—, y cada mago, porque todo mago es un físico cuántico, trata con gente como tú. He tratado con gente como tú toda mi vida, años antes de que se descubriera la magia. Al igual que mi padre, durante toda su vida. Tontos podridos y mal informados. ¡Cultistas! Por gente como tú, he oído cada «sencilla» explicación que existe de la magia. Ciertamente ya había oído esa antes.

»Entiendo por qué quieres, y te hace falta, que el universo sea simple, sea “así como así”. Pero simplemente no lo es. Deja de creer que sabes lo que significa “cuántico”. La magia no es un campo de curación milagrosa, no une a los seres vivos entre sí. Abre un libro, uno que no tenga como objetivo el complacer. Las respuestas son complicadas. Encontraremos toda explicación, con el tiempo. En cuanto a mí, descubriré la verdad en mis propios términos. Por el camino correcto. O, más probable aún, es que no lo haga. ¡Sharmila!

Hacia «campo de curación milagrosa» Kannan se aferra a su kara inconscientemente:

—Tienes miedo a la verdad —dice—. Te asusta hacer un tonto de ti. Otra vez.

Rajesh niega con la cabeza:

—Ya nos has hecho unos tontos a ambos.

Sharmila surge del interior de la casa. Es cinco años más joven que Rajesh, apenas setenta y cinco, pero igual de perspicaz. Le arroja a Kannan una mirada venenosa, y luego se aparta, ensenándole la salida.

Kannan se pone de pie, todavía sosteniendo su kara con la otra mano, el rostro arruinado por la decepción y la frustración:

—Estoy tratando de ayudarte.

—Llegaremos a la verdad, a toda la verdad —le dice Rajesh—. Cuenta con ello.

Kannan aprieta los labios y parpadea, estirando el momento, cabizbajo e internalizando las palabras de Rajesh. Cuando vuelve a abrir los ojos, su expresión se ha alejado de la profunda decepción, ahora algo relativamente en paz. Saluda con la cabeza a Rajesh, inclinándose muy ligeramente. Se va, siguiendo a Sharmila por el mismo camino por el que entró.

*

Rajesh Vidyasagar fallece dos días después, el 31 de agosto de 1993. La causa de muerte es un infarto agudo de miocardio, su tercer ataque al corazón.

 

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