Tiene Que Funcionar

Antes

Hay un penthouse invisible sobre el cielo del río Este, ciudad de Nueva York, Nueva York; y acaban de materializarse allí más de cien personas en simultáneo. Es la Rueda completa.

—Devuélveme el maldito kara —escupe Adam King, todavía la nariz dando contra el piso e inmóvil bajo el peso de Exa, sólo que ahora hunde el rostro en una mullida alfombra dorada y escarlata.

—Estás acabado, Adam —declara Exa. Golpea un grupo específico de nervios sobre la nuca de King, y el hombre se sume en la inconsciencia.

Están en la sala de fiestas. Un ventanal muestra casi todo el horizonte urbano de la ciudad, dominando el cual hay un horripilante patrón rojo de señales de advertencia: magia de altas energías. Son holográficas, y enlosan toda la atmósfera de la Tierra cubriendo kilómetros por lado cada una.

—¿Qué está sucediendo en el cielo? —pregunta alguien—. ¿Es algo global? ¡Está a la vista del mundo entero!

—Ra está despertando —Casaccia boquea, su aro medicinal lo ha resucitado con toda la delicadeza de un puntapié al estómago—. Esto no debía suceder nunca. Esto debía ser algo imposible.

Se esparcen los rumores. El ánimo general de la sala comienza a descender del pánico más lamentable al horror más profundo. El mismo miembro de la Rueda pregunta:

—¿Cómo que «despertando»?

—Quiero decir que este conjuro es el que se dispara cuando alguien ha comenzado otra vez a emitir órdenes directas hacia Ra —dice Casaccia—. Este es el conjuro que le cuenta a todos en este planeta que su planeta está condenado. Ra está llegando. Ra ya está aquí. Todo ha terminado.

Hay un silencio de muerte.

—Flatt —dice Exa.

Flatt tarda un momento en darse cuenta de que se están dirigiendo a él:

—¿Qué?

—King está fuera de servicio —le dice Exa—. Esto se trata de un incidente en vivo, el control de las operaciones pasa a ti. ¿Ahora qué?

Flatt guarda silencio por un instante vertiginoso: una liebre sobre la ruta a merced de un camión.

—¿Lucharemos contra Ra? —solicita Exa.

—¿Qué?

¿Tengo que combatir otra vez a Ra?

—No… no sé. ¿Caz?

—Lo que sucede a continuación ya está sucediendo —dice Casaccia. No le hace falta comprobar los sistemas para saberlo—. Nos vamos de aquí. El transmisor de emergencia alocal de profundidad ya está iniciándose. Podremos sacar de aquí a uno de nosotros cada dos segundos. Nos vamos del sistema estelar.

—Pero eso quiere decir…

—Sí: finalmente se acabó la Guerra Abstracta. Se acabó la Tierra Actual. Hemos perdido.

*

Excavada de su encastre rocoso y elevada hacia la luz del sol, la estación de escucha es un organismo cámbrico sorprendido al momento de su autodestrucción, arrugándose desde abajo, colapsando desde arriba y estallando en rojo y en napalm desde su interior. Todavía queda casi la sexta parte de su maquinaria funcionando, toda ella en el sexto superior de las instalaciones.

Viajarán allí vía cohete espacial. Frente a sus ojos, Laura construye el cohete. Ninguno puede ayudarla, o al menos eso les ha asegurado.

El viaje es corto, pero agitado. Atraviesan varias capas de defensa aérea zombi, y las enfrentan de lleno, con armamento de fuego y proyectiles cinéticos. Llegando al final, en ausencia de una plataforma de aterrizaje operativa, Laura orienta el vehículo recorriendo un largo bucle, y luego lo zambulle adentro de la incandescente herida hacia la cima de la estación de escucha, la fisura casi vertical emanante de magma.

Llegan a la oficina de los registros akáshicos, el vestíbulo hipercilíndrico desde el cual se pueden consultar los registros mismos, con la Tierra en su centro. Es desde aquí que pueden examinarse la configuración y el estatus de la estación de escucha. La estación informa que continuará sus operaciones con relativa normalidad durante otros cero coma cuatro segundos de tiempo real, antes de que se corte el último suministro crítico de energía a causa del incipiente daño físico. A partir de ese momento, la estación dejará de funcionar al instante, y la experiencia completa del ensueño se romperá y finalizará para siempre.

Ofrece también una cuenta regresiva digital del tiempo restante. Muestra hasta seis cifras decimales de segundo, y a pesar que Laura, Nat, Nick y Anil se quedan mirando un buen rato, no se mueve. Tienen todo el tiempo del mundo.

*

Natalie se arrima a los controles de la pantalla principal y busca la escena de la contienda. Hay grandes íconos en distintas tonalidades, clavados al cielo por delante del negro Atlántico y el cielo rojo furia, y luego hay numerosas partículas de menor tamaño haciendo presencia. Nat reúne la información de múltiples fuentes superpuestas a la vez, ajustando la pantalla para mostrar tantos metadatos como ella cree que los demás puedan interpretar sin quedarse bizcos. Inhala profundamente.

—Pues, esta es la situación:

»Este es el Hombre de Vidrio, y estos son sus escudos. Es prácticamente invencible, y casi invisible. Ya mató a Laura una vez, y venció a Mamá, mano a mano, rechazando una salva de energía y de ataques de proyectil sin evidentes esfuerzos.

»Esta es nuestra madre, Rachel Ferno. Es la más buscada para el Hombre de Vidrio, porque ella fue quien en el pasado derrotó al Viejo Ra, concluyendo la Guerra Abstracta. El Hombre de Vidrio ha entrado en su mente. Le han hecho la vivisección. Para que se entienda: está con vida. Por ahora.

Un tercer ícono flota sobre las cabezas tanto de Rachel como del Hombre de Vidrio. Un hilillo azul lo enlaza a la cabeza de Rachel, y un hilillo verde lo enlaza a la del Hombre de Vidrio.

—Este es el Puente —dice Natalie—. Pareciera… ser capaz de mover información de acá para allá.

—De donde sea a donde fuera —explica Laura—. De la realidad hacia el mundo de Tanako. Del mundo de Tanako hacia la realidad. De la realidad hacia la realidad: teletransportación. De tu mente hacia la realidad y luego de vuelta. Así es como traje al Atlantis y a Mamá de regreso. Normalmente haría falta una cantidad desquiciada de maná para conseguirlo. El Puente hizo que fuera algo banal.

Anil silba, impresionado:

—¿Puedes sacar lo que fuera de los registros akáshicos y llevarlo a la realidad, así nomás?

—Sí. Incluyendo a todos los astras que destruyó el Grupo de la Rueda. Bhārīvastra, Metáf, Arma Abstracta. Desde luego, una vez que los registros estén destruidos, dentro de cuatro décimas de segundo, toda esa funcionalidad se perderá, pero es por eso que apuntábamos a esta por sobre todas las cosas. Es por eso que es más poderoso que cualquier otro astra. Probablemente sea por eso que nunca se lo destruyó como a los demás.

—Adam King —murmura Natalie.

—El maldito Adam King —dice Anil, apretando el puño.

—Así que este es el Puente, y está en manos del Hombre de Vidrio —dice Natalie. Indica un pasaje de datos mucho más pequeño, en naranja, que acaba de aparecer junto a la cabeza del Hombre de Vidrio—. Por medio de aquél, se ha metido en la cabeza de Mamá y ha extraído estos datos. Aquí está la clave. Mamá encerró a Ra por medio de una clave. Sin la clave, Ra es un dócil sistema de producción de energía que solamente responde a comandos indirectos realizados a través del medio que es la magia. Si te apoderas de la clave, puedes pedirle a Ra que haga lo que sea. Literalmente: lo que sea.

—Así pues, desde el principio ya era invencible —resume Nick—. Y luego birló el Puente, con lo cual se volvió invencible y, digamos, omnipotente. Y ahora tiene acceso ilimitado a Ra, con lo cual es total y absolutamente invencible, omnipotente ¿y únicamente restringido a la velocidad del pensamiento? ¿Lo he comprendido?

Natalie lo ignora mientras aleja la visual. Y aleja. Y aleja. La Tierra virtual se encoge al tamaño de una manzana. La órbita de la Luna se contrae hasta aparecer en pantalla, un hilillo elíptico turquesa que atraviesa a la Luna misma como a una cuenta de color gris.

Más allá de la órbita de la Luna, arrastrándose hacia el Sol por el espacio profundo, hay una mancha morada. Su ícono oscila: representa un paquete alocal de onda de «radio». Unos metadatos color índigo detallan su velocidad saliente —exactamente c—, su tiempo estimado de llegada, y su carga. La carga es una solicitud de una cantidad precisa de energía, pero el número es ilegible. Es un número sin sentido, salido del páramo de prefijos inalcanzables del Sistema Internacional de Unidades, para el cual toda noción humana de escala y proporciones ya pierde cualquier utilidad.

—Y esto es lo que ha pedido —dice Natalie—. Treinta y cinco dígitos. Cuarenta y seis mil quintillones de joules. Suficiente energía para alimentar un láser y rebanar al planeta como fiambre. El paquete de energía regresará a la Tierra en dieciséis minutos y veinticinco coma siete cinco segundos, tiempo real. A propósito: el traslado superlumínico es una cosa imposible.

»El Hombre de Vidrio ha tenido tiempo para llevar a cabo exactamente una jugada. Nos toca llevar a cabo la segunda. Podemos reingresar en la realidad sobre cualquier lugar del mundo que escojamos. Una vez que seamos reales de nuevo tendremos exactamente una sola oportunidad de corregir todo esto.

»Y sólo será una oportunidad, porque estaremos de regreso en tiempo real. En las próximas cuatro décimas de segundo, la estación de escucha completará su detonación, y el mundo de Tanako se habrá ido para siempre, junto con todo y con todos los que alguna vez quedaron almacenados aquí. Ya no se podrá extraer a las personas y a los artefactos de la historia de la magia, ya no habrá más planeamiento acelerado, no habrá más “seguro de vida” que nos respalde, ya no saldremos expiados e impunes. ¿Comprendido? Así que, comencemos.

Cruza los brazos y espera, anhelante. Y durante un buen rato, nadie dice nada.

Anil recuerda un desorden de sillas de oficina vacías.

—¿Y dónde cuadra la Rueda en todo esto? Tendríamos que juntarnos a conversar.

Natalie encuentra el penthouse y estudia los curiosos patrones del resplandeciente maná del megaconjuro de evacuación:

—Están abandonando el mundo. Quedamos a nuestra propia cuenta.

—Cobardes —profiere Laura—. Mejor que huyan, y mejor que recen para que nunca los alcancemos. Suceda lo que suceda a continuación, nuestro mundo será este. Ya lo han tenido en decadencia por mucho tiempo. Nosotros construiremos algo increíble.

—¿Podemos confiscar su conjuro de evacuación? —pregunta Anil.

—Nos haría falta trece millones de veces la misma cantidad de potencia de emisión —responde Natalie.

—En ese caso es sencillo. Nos es imposible escapar. Atascados en la Tierra. No podemos exceder la velocidad de la luz. No podemos alcanzar la petición y destruirla (si acaso eso significara algo) y no podemos enviar una petición de cancelación que vaya a arribar antes que la petición original. La petición original llegará al Sol, y la energía retornará por el mismo canal. Es lógicamente imposible, en este universo, impedir que alguna de estas cosas sucedan.

Natalie asiente.

—Por lo tanto, estamos fritos —concluye Anil.

—Ra no va a enfocar un rayo láser destructor–de–planetas hacia acá —dice Natalie—. El paquete de energía es como… como una bola de béisbol, arrojada, que contiene toda la energía solicitada. Hay un receptor en el núcleo de la Tierra. Si el receptor no atrapa el paquete, este sólo seguirá su camino, hacia los confines del espacio, para siempre.

—¿Ah, sí? Eso nos deja algunas opciones —dice Anil, animándose—. ¿Podemos desviar la Tierra fuera del camino del paquete? ¿Físicamente? —Hace caso omiso del resoplido de Laura y de la breve pero genuina carcajada de Nick, ambos sin llegar a comprender la seriedad con la que ha hecho la sugerencia—. ¿O solamente el receptor? ¿Cuán grande es?

—Tiene kilómetros de ancho —dice Laura.

—¿Podemos destruirlo?

—Destruirlos —dice Natalie, haciendo brotar las copias de plano del nodo central y pasándole una copia a Anil—. Hay ocho en total. Elevada redundancia. Te lo dije.

—Y están hechos de acero de wolframio casi sólido —dice Laura—. E incluso si pudiéramos llegar hasta allí, en el núcleo de la Tierra no existe la magia. Tendríamos que hallar el modo de destruirlos sin utilizar la magia. En menos de dos minutos y cuatro segundos por receptor.

—Y en cualquier caso, sería una solución provisoria —dice Nat—. Ra percibiría el daño y enrutaría a su alrededor. En el mejor de los casos, ganaríamos otro viaje de ida y vuelta de dieciséis minutos, durante el cual Ra indudablemente nos desarmaría para impedir sucesivas interferencias.

Anil se inclina hacia el frente, estudiando la ingeniería del nodo central y hundiéndose en el mismo proceso mental de resolución de problemas que suele emplear en su trabajo aeroespacial.

—De acuerdo. Pongamos la ingeniería a escala planetaria en el cajón de los «quizás». No podemos luchar contra Ra allí donde vive. ¿Podemos reasignarlo? ¿Si le decimos a Ra que ignore la orden del cerebro Matrioshka, qué sucederá?

—Ah… —dice Laura, comprendiendo el rumbo que ha tomado la conversación.

Natalie estudia su versión de las copias de plano con mayor detenimiento:

—La energía arriba según lo programado, pero… siempre que la segunda orden alcance el núcleo de la Tierra antes que lo haga el paquete de energía, el paquete quedará en la caché, seguro. Tras unos instantes, se lo considerará excedentario y se lo transmitirá de regreso al Sol.

—Salteemos todo hasta el final. Voy a combatir a ese sujeto —dice Laura—. Así es como recuperaremos la clave y reasignaremos a Ra. Les hago falta para efectuar una cirugía cerebral forzada sobre el omnipotente Hombre de Vidrio. Una vez que consiga la clave, todo saldrá bien. —Se suena los nudillos, recordando con extrema claridad esa fracción de segundo, la escociente agonía que precedió a su muerte por vaporización. El hilado de conjuros que usará para devolverle gentilezas al Hombre ya está formándose en su cabeza—. Ese ícono es el mismo que el de Mamá. El Hombre de Vidrio es un ser humano físico. Todo lo que debo hacer es conservar su cerebro intacto y escudar a Mamá de toda repercusión. Podrá ser invencible, pero apostaría a que puedo hallar una palanqueta con la que abrirle la cabeza.

—Hay cuatro de nosotros aquí, Laura —le recuerda Nick—. Podemos luchar.

—Yo soy la que puede volar —dice Laura, descartando a Nick sin mirarlo, como batiendo a una mosca que sobrevuela su oreja—. Yo soy la que pelea con palos.

—Yo «peleo con palos» —dice Nick—, y en eso soy mucho mejor que tú.

—Pero no puedes volar, y no puedes hacer magia, y yo soy la que tiene la Madre De Todas Las Recursiones de mi lado. Tengo todas a mi favor, ¿no? No temas. Es fácil. Tan pronto como volvamos a la realidad, ustedes van a estar de pie en alguna playa de Titusville mirando los fuegos artificiales, mientras yo me llevo puesto a este Hombre de Vidrio. Por mí misma.

—En un segundo —añade Anil.

Laura parpadea.

—¿Qué?

—Es su segunda jugada. Tiene que serlo. ¿Cuánto tiempo ha estado este sujeto trabajándolo para llegar hasta aquí? Décadas. Tiene que tenerlo todo pensado. Jugada uno: reconstruir el cerebro Matrioshka. Y luego tiene que asegurarse tan endiabladamente como pueda estarlo que nadie lo podrá detener. Eso no significa fortificarse o crear armamento personal. Este es el Viejo Ra; él es plural, es descartable. No le importa su ser físico y, gracias al Puente, no le hace falta el poder de Ra para defenderse a sí mismo, si le importara. Jugada dos: destruir la clave.

»Ya ha dejado pasar un largo segundo coma cuarenta y cinco, y es un milagro que en ese lapso no haya procedido aún. Laura, yo te doy un generoso y único segundo para intervenir.

—¿Un segundo?

—Para distraerlo o dejarlo inconsciente.

Laura insulta al aire. Baja la mirada, analizando una hipótesis tras otra.

—Sí. Entiendo. Puedo hacerlo. Eso significa que tendré que reencarnar allí mismo frente al Hombre. En medio del cielo. No. Atrás suyo, y sorprenderlo… Así es en realidad más sencillo que por asalto frontal. Si pudiera hallar el conjuro indicado… Mmm. Un segundo.

—Menos —dice Natalie—. En potencia mucho menos. Yo te doy la mitad. Podría estar destruyendo la clave ahora mismo. Debería. Yo lo estaría haciendo.

—Entonces será una acción por reflejo —decide Laura—. Yo estaré preparada para ella, y él no. Definitivamente puedo asestarle un algo en medio segundo.

—Y eso sin considerar el tiempo de traslado a velocidad lumínica entre este lugar y ese lugar —añade Anil—. Transmitirte hacia allí llevará noventa milisegundos. Tampoco sabemos cuánto lleva el nanoensamblaje de un ser humano nuevo al momento de la reencarnación.

—Bien.

—De hecho, estas pantallas están desactualizadas necesariamente. Que nosotros sepamos, la instrucción de desmantelamiento de la clave ya viene en camino. Y no hay nada que podamos hacer al respecto. Tu oportunidad de acción podría ser tan estrecha como el cero.

Laura se desploma, enfadada.

—Bien, lo has dejado en claro. Es más que imposible.

—Si ya ha destruido la clave —le recuerda Anil—, nuestra victoria se vuelve genuina y lógicamente imposible de alcanzar.

—Ya deja de hablar —grita Laura, recordando algo tarde que ella y Anil nunca se llevaron muy bien—. ¡Cállate un segundo, para dejarme pensar!

*

Declara que necesita tiempo para prepararse y, a pie, se esfuma hacia el interior de la estación de escucha de la estación de escucha. El tiempo de preparación es abundante, así que nadie intenta detenerla.

—Esto no me gusta —les dice Nick a los demás.

—¿Crees que a ella sí? —pregunta Anil.

—No me refiero a eso —dice Nick—. Ella puede con esto.

—¿De veras? Yo le doy una chance en cuatro, suponiendo que podamos elevarla de nuevo a «suprema confianza».

—Y a propósito, muchas gracias por eso —dice Nick.

Anil no entiende:

—¿Por qué?

—Ella puede con esto —asiente Natalie, y ahora se dirige a Nick—: Te preocupa lo que vaya a suceder cuando ella gane.

—Porque una vez que tenga la clave —dice Nick— ella se vuelve omnipotente, invencible y únicamente restringida a la velocidad de su pensamiento. Ella se metió en esta pesadilla en primer lugar porque tiene serios y radicales planes para el futuro. No confío en lo que vaya a hacer con la clave. No confío ni en lo que yo hiciera con la clave. La clave no tendría ni que existir. Tienes razón, Anil, y el Hombre de Vidrio tiene razón. Tiene que ser destruida.

Anil se encoge de hombros.

—Pues, nos hace falta idear jugadas para nosotros. Algo así como un guion.

—Revocará la orden del cerebro Matrioshka, luego destruirá la clave —dice Natalie—. Un, dos. Tan rápido como sea posible, fin. Nada más y sin excusas.

—Y ¿qué hay de rescatar a tu madre? —pregunta Anil—. ¿Qué hacer si el Hombre de Vidrio permanece con vida hasta ese punto? ¿Qué hay del Grupo de la Rueda?

—Hay suficiente material para improvisar todo lo restante —dice Natalie—. Tendremos el Puente. Habrá muchas opciones. Y el Grupo de la Rueda está batiéndose en retirada. Podemos teletransportar a Mamá hacia un hospital.

—¿Un hospital? —Anil reprime una infeliz carcajada—. ¿Le has echado un vistazo a su informe médico?

—Eh… No…

Anil trae la lectura pertinente hacia el medio de ellos tres, aumentada al doble del tamaño natural. El diagrama es bastante desconcertante, pero el holograma completo de carne y huesos es tan grotesco que Nat no quiere mirarlo directamente. Rachel Ferno tiene ranuras en su cráneo, cara y nuca. Hay astiles de metal liso insertados en las ranuras, atravesando toda su cabeza, y hay púas brotando de los astiles, además de electrodos que salen de las púas hacia sus centros neurales. El interminable texto de su diagnóstico está lleno de alarmante terminología, como «contaminación cerebroespinal nanoactiva» o «daño hipotalámico severo», y pronostica un tiempo restante de vida rayano en minutos y segundos.

—Está muy mal —dice Nick.

—Está muy fuera del alcance de la ciencia médica del siglo veintiuno —dice Anil—. Le hace falta un aro medicinal del Grupo de la Rueda.

—Creía que ella era miembro del Grupo de la Rueda —dice Nick.

—Ex–miembro —dice Nat—. Ella nunca llevó puesto un aro medicinal. Al menos, que Laura o yo hayamos visto.

—Entonces podemos reunirnos con ellos antes de que evacúen —sugiere Nick—. Darán ayuda a una de ellos.

—Repito, ex–miembro. Y queremos evitar eso.

—¿Tanto como para arriesgar la vida de tu madre?

Natalie guarda silencio.

—Espera un momento —dice Anil, pues un pensamiento brota en su cabeza. Se arrima a la pantalla principal y recoge otro puñado de datos. Rebusca, decidido, durante unos segundos, y luego hace aparecer la lectura con un dedo triunfal—: Podemos evitarlos —anuncia—. Ya sé donde hay un aro medicinal ajeno a la Rueda. Hijo de su madre. Un «amuleto de la buena suerte» mi abuela.

Llegado este punto Natalie revienta a carcajadas.

—¿Qué es tan gracioso?

—Nada que hayas dicho —suelta como puede Natalie. Apunta a la pantalla, detrás de Anil— Acabo de encontrar la solución. ¿Nos hace falta la clave, cierto?

—Claro.

Natalie extrae los datos de la visualización y los sostiene sobre su mano:

—Ya tenemos la clave. No nos hace falta el Puente. No tenemos que luchar con nadie. Está acá mismo.

*

Laura alcanza a oír casi toda la discusión sobre la «suprema confianza», y así, incitada, sigue su marcha hacia el oscuro laberinto. El ruido de la conversación no termina de apagarse, pero se vuelve borroso e ininteligible. Los pasillos internos de la estación de escucha son altos y estrechos, con secciones transversales rectangulares y tenues luces color naranja durazno a lo alto. El suelo es de un negro satinado que refleja las luces de arriba produciendo un espeluznante efecto vertiginoso.

Detiene la marcha cuando advierte que los sonidos están llegando también por delante de ella. Sintiéndose consciente del rechinar metálico de su armadura, que suena aun al estarse quieta, decide descartarla, prefiriendo un traje de vuelo negro.

Un joven desgarbado da vuelta a la esquina. Sus cabellos negros se yerguen como espinas amorfas. Está descalzo, y viste una camiseta de mangas cortas teñida de negro salida de algún concierto de rock de hace varias décadas, más unos pantalones cortos. Ropa de dormir.

—Ah, mou jikan desu ka? —le dice a ella.

Laura se paraliza, pensando seis cosas distintas a la vez.

«No es posible —le dice un hilo de su conciencia—. Es decir, es posible, pero han pasado años de tiempo real. Subjetivamente, siglos enteros como mínimo. ¿De veras ha estado atrapado aquí todo este tiempo?».

El desconocido inclina la cabeza y pareciera adivinar, acertando, que Laura no sabe hablar en Japonés. Intenta con otro idioma, más común:

Penamba eset. —Manchas de luz colorida flotan desde su boca tras cada sílaba.

Y avanza dando un paso.

Y Laura retrocede un paso.

«¿Quién más podría estar acá atrapado? —La mente de Laura borbotea—. ¿Deberíamos efectuar un barrido de todo el mundo T buscando más sobrevivientes? ¡Increíble! ¡El verdadero Kazuya Tanako!».

Pero por fin la otra mitad de su mente, la mitad que de a poco se saca a sí misma del despiste ilusorio, la sujeta por el cogote y le grita: «SERÁS IDIOTA, SAL DE AQUÍ».

Y luego ella patina y halla tracción sobre la losa negra, y huye…

*

Natalie se ha preparado un guion, y lo va a seguir a rajatabla. Encierra la clave en su puño y lo presiona contra su frente, y murmura: «Haz lo que pretendo». Cuando lo vuelve a abrir, la pantalla detrás de ella cambia un poco, mostrando nuevos íconos hacia las antípodas del mundo, apiñadas en rededor de la estación de escucha haciendo implosión.

La pantalla holográfica de la Tierra ahora muestra, en términos abstractos pero no del todo ilegibles, que la orden de destrucción de la Tierra se ha cancelado, y que Ra está bajo el control efectivo y unilateral de Natalie.

Así de simple.

—¿Estás segura que quieres destruir la clave ya? —dice Nick— Hay una larga lista de otras cosas que podrías corregir sin esfuerzo, si lo quisieras.

—Lo sé —dice Natalie. Se da cuenta de que la decisión de abdicar a ese poder es sorprendentemente fácil. La ausencia de tentaciones resulta casi escalofriante—. Mala suerte. Tendremos que hacer algunas cosas del modo más difícil.

Alza la mirada, oyendo pasos a la carrera, al igual que los demás. Laura llega a máxima velocidad, y patina hasta detenerse.

—Kazuya Tanako está aquí —resopla— ¿Qué diablos es eso? ¿Esa es la clave?

El ser que imita a Tanako está de hecho allí mismo, de pie a la espalda de Laura, por lo visto habiéndose ahorrado la maratón.

Ay qué mierda —dice Anil.

Natalie cierra su puño por reflejo. Demasiado lenta; su puño se cierra sobre la nada, y cuando lo vuelve a abrir no hay nada. No–Tanako tiene la clave. Es naranja, luminosa, imposible de pasar por alto. No tuvo ni que cruzar la sala. Nat la ve, Nick la ve, Anil la ve. Laura voltea y la ve.

Nick es el único de ellos que va armado. Laura grita:

—Nick, ¡mátalo! — Y él ya está desenvainando. Natalie extiende su voluntad, con intención de recuperar la clave por medio del mismo truco, pero no pasa nada. La orden acierta el espacio vacío.

No–Tanako reinstaura la orden de destrucción de la Tierra.

Nick embiste a Tanako, a punta de espada. Los separan cuatro pasos. Laura se deja caer a un lado, fuera del camino.

Natalie pega el grito:

—¡Plan «A»!

Para cuando dice «Plan», la copia de Tanako ya ha destruido la clave para siempre, emitiendo un brusco crac, cual bala que atraviesa una lámina de vidrio. Una X roja pero traslúcida flota allí donde estaba la clave durante algunos instantes, y luego se desvanece.

Para cuando dice «A», No–Tanako, aún ignorando felizmente la proximidad de la espada, gesticula hacia la enorme lectura de siete segmentos, y todos los números pasan a cero.

Nick acierta el golpe. No–Tanako fallece sin más, acuchillado al corazón. La estación de escucha se inunda de un magma ilógico e hirviente, y expira. El suelo cae bajo todos sus pies.

*

y a las nada a. m. están en caída libre por encima del Atlántico, teñido de rojinegro, y el Hombre de Vidrio está sobre ellos, disparando.

 

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