Protagonismo

Antes

—Estoy tratando de encontrar a Laura Ferno. Tú eres su contacto de emergencia —es lo primero que dice el tipo al otro lado del teléfono, al mejor estilo Hollywood, sin saludar.

—¿Es una emergencia? —pregunta Natalie Ferno, algo aliviada de ir al grano de la conversación así de rápido. Junto al teléfono hay una gruesa resma A4. Es considerablemente más gruesa sumándole el peso de sus garabatos. La gente, en experiencia de Nat, puede quedar atascada en una especie de patrón verbal retentivo, emitiendo sílabas constantemente sin que avance la conversación.

—Son dos mitades de una misma emergencia —dice el hombre.

—¿Quién habla?

—Anil Devi, trabajé con tu hermana en el Grupo Hatt.

—Ustedes la despidieron —observa Nat.

Anil Devi, en persona, trabajó con Laura Ferno sólo durante unas pocas semanas mientras ella todavía estaba empleada. La decisión de despedirla se tomó en su ausencia, por razones completamente ajenas a él:

—No —le explica. Por otro lado, Devi está contactando a Natalie Ferno en representación formal del Grupo Hatt con el fin de reinstaurarle a Laura cierta capacidad profesional (sea cual fuere) cuanto antes, es decir que desde la perspectiva de Nat él es la interfaz de Hatt. Por lo tanto—: Sí —añade—. No importa. Necesitamos que vuelva.

—¿Por qué?

—Eso es un asunto confidencial.

—¿Es —Nat pregunta de nuevo— una emergencia?

—… tengo que encontrarla muy urgentemente.

«Pues, no». Nat cuelga.

*

Luego se lo piensa mejor.

No tiene noticias de Laura hace semanas. Pero Laura es así. Es una pariente de poco mantenimiento.

Nat tampoco ha sabido nada de Nick en todo ese tiempo. Eso es mucho menos habitual.

Si el Grupo Hatt se ha visto obligado a acudir a sus contactos de emergencia, entonces Laura no está respondiendo a sus llamadas telefónicas o correos electrónicos.

A Laura le encantaba ese trabajo. Veía allí una gran oportunidad para convertirse en astronauta. Perder esa chance la dejó abatida. Laura nunca dejaría que esa chance pasara de largo de volver a tenerla. Nunca los ignoraría si ellos la buscaran.

Nat llama al número de Laura. La llamada va directamente al buzón de voz, como si el propio teléfono hubiera dejado de existir.

Llama a la línea fija de Laura y Nick. Contestador automático.

Llama al número de Nick. Correo de voz.

Tampoco responden sus mensajes. Ella les envía un correo electrónico a ambos, luego repiquetea con los dedos un buen rato, sin esperar realmente alguna devolución.

Llama a la escuela de Nick. Nick está ausente sin licencia, y ha perdido su trabajo.

Llama a los amigos de Nick, aunque no conoce muchos de sus números. La historia es consistente: Nick y Laura están viajando alrededor del mundo. Probablemente estén en Japón ahora mismo.

Sin información de contacto. Sin redirigir las llamadas. Ni siquiera una tarjeta postal.

Es una combinación interesante de historias. Laura es la clase de persona que podría salirse de la red durante un mes antes de que nadie se diera cuenta. No así Nick Laughon y, sin embargo, él es como el avatar primigenio de las ansias de viajar, de modo que si tuviera que desaparecer, bien podría valerse aproximadamente de esa misma cantidad de tiempo gracias a un latiguillo como «Voy a darle la vuelta al mundo»…

Dos medias emergencias. Una: el Grupo Hatt urgente y desesperadamente quiere a Laura Ferno de vuelta. Dos: Laura y su novio han desaparecido. Esto último, presumiblemente…

En este punto las posibilidades se vuelven un bosque.

Sin presunciones. Nat necesita tener más datos.

*

Llega al hogar de Laura poco antes del anochecer. Es la parte grisácea y fría del día británico donde entrecierras un poco los ojos y te quitas los anteojos de sol que no llevas puestos.

Hay un sujeto a la puerta de Laura. De frente a la puerta, como si acabara de golpear. Natalie se acerca por detrás:

—Anil Devi, supongo —anuncia, sorprendiéndolo.

Él se da vuelta. Cabello negro espigado, el tipo de cara que sonríe perpetuamente sin importar su estado de ánimo:

—¡Laura!

—No.

Devi parpadea:

—Natalie. Natalie Ferno. Laura no dijo que fueran gemelas idénticas.

—No somos idénticas.

—Será por eso.

—Vete a casa —le dice Natalie—. Si la encuentro, le diré que te llame. —Pasa por al lado de Devi, sacando una copia de la llave, y va a abrir la puerta.

—¿Te dijo por qué la despidieron? —Devi le pregunta.

—Quizás.

—¿Te contó que estaba tratando de resucitar a tu madre?

Natalie se detiene bajo el umbral.

Y dice, cuidadosamente:

—Me preguntaba cuánto sabrían ustedes. Sí, se corrió la voz. Pero obviamente no funcionó. De lo contrario, nunca la habrían despedido.

—Funcionó —dice Devi.

Natalie abre los ojos de par en par.

—Más o menos —añade Devi, apresuradamente.

*

Ya dentro, Devi le cuenta la historia.

—Según el laboratorio se trata de carne muerta —dice—. Carne real, muerta pero alguna vez viva. ADN real de un taxón completamente desconocido. Tal vez de algún proto–homínido que evolucionó en un páramo radiactivo durante unos pocos cientos de miles de años. Y eso, en sí mismo, es un sustancial y condenado misterio.

—Quizás fue diseñado inteligentemente —sugiere Natalie.

Devi se encoge de hombros:

—Número de biólogos en esta conversación, cero. Pero la cuestión cierta es: ella trajo eso de vuelta. Masa real, comparable con la de un humano. De un lugar que estrictamente no existe. No tenemos ni idea de cómo lo hizo usando esencialmente nada de maná, pero lo seguro es que necesitamos saberlo. Una pista: la conservación entre energía y masa se ha terminado.

—La muerte ha terminado —dice Natalie.

—Sí —dice Devi—. La muerte se acabó, quizás. Ya ves por qué trato todo este asunto como una emergencia.

—Lo que veo es por qué te han permitido violar más de un acuerdo de confidencialidad —dice Natalie.

—Supimos que eras una maga profesional también —dice Devi—. Resulta que nos contactamos contigo en la universidad al mismo tiempo que con Laura. En definitiva, Ed Hatt pensó que valía la pena ponerte al tanto.

—Muy bien —dice Natalie—. Estamos del mismo lado.

—¿Dónde está Laura? —pregunta Devi.

Natalie cuenta lo que ha resuelto hasta ahora:

—Todo el equipo mágico de Laura ha desaparecido. No hay señales de que se haya forzado la entrada, lo que significa que Laura se lo llevó todo consigo. Los efectos que Laura lleva a diario son tantos que tintinea al moverse, pero toda su colección pesa mucho y vale mucho más. Es dueña de piezas singulares que construyó con sus propias manos. Nunca volaba con eso puesto. Olvídate de las cámaras y de las lentes, esa es la clase de valiosa propiedad que desaparece misteriosamente de la bodega de equipaje. Contradictorio.

—Así que, digamos, siguen en el país —conjetura Devi—. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?

—Justo después de que la despidieran —Natalie recuerda a una desesperada e infeliz Laura Ferno en busca de una fuente de energía mágica ilimitada, llamada Ra—. Le dije que era una idiota. ¿… sabes cuál es el verdadero rompecabezas aquí presente? Nick también ha desaparecido.

—¿Nick?

—Laughon. Su pareja. Laura es una científica poco seria. Hicieron bien en despedirla: imprudencia, experimentación insegura. Extracción de conclusiones precipitadas bajo la fuerte influencia de sentimientos personales. Que Laura desaparezca varias semanas en búsqueda de algo extraño y erróneo no es ni remotamente atípico de ella.

»Pero Nick también ha desaparecido. Él es la mitad de la relación que tiene los pies sobre la tierra. Debió de disuadirla. Él sería el que la hiciera…

«Ay».

—… cambiar de… opinión.

«Ay no».

—Ha invocado un demonio en el cuerpo de su novio —anuncia Natalie.

A Devi le falta una coherente respuesta inmediata para eso. Los demonios no son un componente estándar del canon de ingeniería mágica.

—¿Qué clase de demonio? —finalmente consigue decir.

—¡Un demonio! Un espíritu malévolo. «Ra».

—Perdóname. ¿Qué clase de maga eres?

—Física teorética táumica.

Devi cambia de marcha.

La terminología se ha vuelto algo confusa en las últimas décadas. Según el ámbito técnico, se supone que los ingenieros mágicos se refieren a sí mismos exclusivamente como «magos». «Hechicero», «bruja», «clarividente» y «nigromante» se asocian generalmente a personajes de ficción, o locos; «ilusionista» se reserva para los intérpretes del mundo del espectáculo. Todo esto queda perfectamente claro desde la perspectiva de quienes trabajan en la comunidad mágica. Desafortunadamente, visto desde fuera, es algo más difuso. No hay marca registrada ni ley que impida a los no–magos llamarse magos a sí mismos. Ni siquiera es un título que requiera una cierta calificación, como «Doctor».

Hay «psíquicos» que se hacen llamar magos. Estas personas felizmente escogen términos de la ingeniería mágica a voluntad, los emplean en la elaboración de algo que resulta una obvia tontería para cualquiera que tenga experiencia de un solo día con la verdadera cuestión, y exprimen a los más bobos de su dinero en efectivo. Los libros de mecánica cuántica populares se han vuelto casi impresionantes por sus creativos sinsentidos.

Uno podría llegar fácilmente al final de un libro así y considerarse a sí mismo un «físico teorético táumico».

—¿Por qué crees que Laura invocaría a un demonio? —pregunta Devi.

Natalie aparentemente razona sin esfuerzo:

—Va a realizar su experimento de nuevo. Para ello, necesita una ridícula cantidad de maná, más de lo que puede generar por sí misma a lo largo de años. Ra tiene ese poder.

Devi elige cuidadosamente cada palabra, como avanzando sobre hielo:

—¿«Ra»…? ¿«Ra» es peligroso?

«Ra fue visto por última vez tratando de liberar suficiente maná geológico como para hacer estallar Islandia».

—Sí —dice Natalie.

—¿Laura lo sabe?

—Uy, claro que sí —dice Natalie.

—¿De veras Laura es lo suficientemente estúpida como para confiar en este… ser?

—Es la pregunta equivocada —dice Natalie—. Deberías preguntar si es tan estúpida como para pensar que puede controlarlo. Y lo es. En realidad, a su manera, ella es un ser humano bastante formidable. Hasta cierto punto.

Devi no quiere hacer la última pregunta. Pregunta de todos modos.

—¿Qué es lo que quiere Ra?

Natalie ensombrece el rostro, pero no contesta.

*

La habitación de la computadora.

Natalie sabe la contraseña de Laura. Hace un año o dos la espiópor encima del hombro, nunca se lo mencionó, y Laura no la ha cambiado. Natalie se sentiría culpable, si tuviera tiempo.

Abre la memoria caché del navegador. Última actividad: hace semanas. Direcciones impresas a un código postal en particular del West Country, un complejo remoto en medio del bosque de la parte posterior del más allá. Un laboratorio privado de investigación mágica llamado Instituto Chedbury Bridge.

—¿Qué clase de magia haces? —Devi le pregunta como si nada, asomado detrás de ella. Natalie da por hecho que él a su vez ha adivinado la contraseña de Laura. Ella toma nota mental para en cuanto él no esté mirando.

—¿Mmm? Yo sé eset —dice Natalie.

—¿Y qué más?

—Nada más.

—¿Sólo sabes un conjuro?

—Sssí.

—¿No sabes uum?

—¿Para qué aprendería un conjuro que no hace nada?

Devi confirma su conclusión sobre Natalie Ferno: es lega. Laura, supone, es el cerebro de la familia. Natalie es una imitadora neopagana de su hermana: una cantautora de sortilegios recitados a la par de peñones singulares llegado el solsticio de verano. Natalie está augurando el mal de los humanos prosaicos usando los términos más trascendentes que conoce. Natalie es una «bruja», es decir, una persona loca.

—¿Cuál es el código postal? —pregunta Devi.

Natalie lo lee en voz alta.

—Anotado —dice Devi. Se dispone a partir—. Voy a llamar a la policía.

—¡Espera!

—¿«Espera»? —pregunta Devi, poniendo tanto escepticismo y sincero disgusto en esa palabra como le es posible.

—¿Qué vas a decirles?

—«A Laura Ferno la ha secuestrado su novio, Nick Laughon».

—¡Nick Laughon no ha hecho nada! No hay señales de secuestro. ¡A Laura la están manipulando!

—¿Y eso me importa? ¿A la policía le importa? Hay dos personas desaparecidas, y tenemos razones para creer que una está en peligro debido a la otra. Pues hay magia involucrada en el asunto. ¿La magia es una jurisdicción legal aparte?

—Creo que podemos resolver este problema sin involucrar a la policía… —comienza a decir Natalie.

—Vamos a meter el cuerpo de Nick Laughon en una celda de la cárcel —dice Devi—, y, si realmente crees que vaya a hacer alguna diferencia, puedes intentar un «exorcismo». Muele unas hierbas, dibuja algunas runas con tiza y sangre de ratón o lo que sea que tengas por costumbre.

—¿Qué?

—No me creo lo del «demonio» —dice Devi—. Sospecho firmemente algo más cercano a «canalla». Y no creo que ni sepas lo que es la física táumica.

No hay quien pueda hallar el componente biológico de la magia. Nadie sabe cuáles son las células del cuerpo humano que registran la actividad mágica, o por qué hace falta más de un año de entrenamiento antes de que funcionen. Es algo mítico y caprichoso e inexplicable. Tal vez sea un sistema de señales que está ahí desde siempre, al cual el cerebro humano tenga que sintonizarse antes de que aquellas puedan ser reorganizadas en algo detectable. Como la incorporación de un idioma.

No importa.

Tanto Natalie Ferno como Anil Devi sienten la reacción que está iniciándose en la sala de estar. Sus cabezas giran casi simultáneamente para mirar hacia el mismo punto invisible ubicado al otro lado de la pared.

Devi se lanza a la carrera.

El explosivo se asemeja a una plateada flor de loto mecánica. Es un sofisticado abanico, parecido a un nido, de anillos y nódulos, diseñado como un libro móvil, posiblemente tan pequeño estando doblado como para caber en un bolsillo de pecho. La densidad del flujo de maná en su punto focal es tan fulgurante en el espectro táumico que duele físicamente sólo por estar en su presencia. También irradia calor y nubes de un invisible vapor químico: la cosa precursora de una bomba a base de aceleración táumica.

Nadie ha construido una bomba mágica antes, a pesar de lo mucho que se ha intentado. Devi y Natalie lo saben. Están presenciando algo delicado y flamante y sin par, como un huevo de Fabergé. Es un paquete compacto de un muy ingenioso poder destructivo. Está situada sobre la mundana mesita de centro en la abarrotada sala de estar de una casa beige, casi demasiado hermosa como para permitir su detonación.

Durante una fracción de segundo, ninguno de ellos puede apartar la mirada.

—¿Cómo llegó eso aquí? —dice Nat.

—¡Corre! —grita Devi, empujando a Nat hacia la puerta.

—Espera —dice Nat.

Devi se siente, de nuevo, horrorizado por la sugerencia de Natalie:

—¿Qué estás haciendo?

—¡Espera! —Nat se escurre de él, se abalanza sobre un armario y saca la única pieza de equipamiento que Laura no llevó consigo: un bo de roble de uno coma ocho metros.

Nat no oyó el movimiento de una puerta. Nat ya tiene formulado el sesenta por ciento de la teoría de la invisibilidad. Lo restante son aburridos problemas prácticos, como encajar el conjuro en menos de diez mentes humanas más un pedazo de maquinaria que pese menos de una tonelada. El título breve es Oráculos Dúplex De Rápida Adaptación Bajo Controles Bézier. Los únicos interrogantes de importancia que quedan son acerca de la asignación de longitud de onda…

No ha oído moverse la puerta, lo que significa que el sujeto invisible aún debe estar aquí. Tuvo que haber estado aquí todo el tiempo que estuvieron en la casa. Rondando, en silencio. Escuchando.

Seguramente se otorgó algo de tiempo para escapar. Seguramente será tiempo suficiente para hallarlo y arrancarle el código de desarmado.

Nat cierra los ojos un segundo. En cualquier otra situación estaría buscando, con extrema dificultad, un volumen de aire vacío que estuviese consumiendo magia de un modo detectable. Como un poltergeist. Pero la casa está saturada de radiación táumica. Así que en lugar de eso irá a la caza de una sombra.

Está en el pasillo. Nat aprieta los párpados, es la única manera de encontrar la cosa de una manera confiable. Al no tener espacio para dar un cimbronazo, impulsa el bo a lo largo, la punta hacia delante, directamente al diafragma de la sombra.

Una cosa es transmutar la luz en partículas ji invisibles y de vuelta. Bloquear un fuerte impacto de un objeto físico es un problema de ingeniería completamente diferente. El camuflaje del intruso se desactiva con un paf como una ratonera. El hombre detrás del camuflaje se desploma, jadeando. Es un don nadie, toda su imagen está formada para reflejar «indefinible». Una camisa, unos zapatos, pelo, una edad.

Natalie golpea de nuevo con el bo, ensangrentándole la nariz; es una técnica que el bojutsu prohíbe estrictamente, cosa que Natalie sabría si alguna vez lo hubiera estudiado. Halla su muñeca y lo lanza de vuelta a la sala de estar, directamente hacia la bomba. El hombre por todos los medios evita caerse sobre ella, y termina estrellándose contra la mesa de café y lesionando su rodilla seriamente.

—¡Jesucristo! —es la reacción de Anil Devi.

—Apaga la bomba o muere —le dice Natalie al intruso. A esta altura ella tiene que alzar la voz por encima del ruido de la máquina. Sostiene el bo por delante de ella, defensivamente, y se mueve en un arco para cubrir a Devi—. ¡Sabes que tienes tiempo! —Sin darse vuelta, añade—: ¡Devi, no te muevas!

Devi no se mueve.

—Como si me importara —dice el hombre, burlándose—. ¡Como si yo fuera singular! Elth ra mukhth entana daneda.

Es el ingrediente exótico final. Las sílabas se derraman de los labios del hombre como un virulento lodo rojo goteando de un tubo de ensayo al caldero. Y al igual que brujas y hechiceros, psíquicos y clarividentes, los tres magos sienten un figurado sismo premonitor del futuro inminente.

Natalie toma la mano de Devi:

Anh cero EPTRO zui…

*

Se produce una modesta discontinuidad.

Cruzando la calle del domicilio de Laura Ferno hay, nada inesperadamente, otra hilera de casas. La casa justo enfrente tiene un jardín delantero inmaculado: césped podado a meros milímetros del suelo, guijarros rastrillados, perfectas flores de Pascua rojas y azules. Devi tarda un momento en darse cuenta de que allí es donde ha aterrizado.

Está patizambo pero enderezado en el fondo del jardín y contra la pared, bajo la destrozada ventana frontal de la casa, con un brazo metido dentro de la casa misma. La pared contra la que está apoyado está en ruinas, como si un camión con la forma de Devi la hubiera embestido. Hay pequeños pedazos de roto vidriado doble esparcidos todo por encima de Devi, quien, tras un instante, se da cuenta de que están sosteniéndose a pocos centímetros de su piel gracias al campo de fuerza de Natalie Ferno.

Reconoce el bebedero para aves. Lo está viendo desde el ángulo opuesto.

—¿Ferno? —grita, y no oye nada. Sus órganos y huesos tiemblan violentamente. Sin duda que el campo absorbió un gran porcentaje del impacto.

En el epicentro al otro lado de la calle, ya no hay más una casa, sólo un hoyo ennegrecido. La explosión ha resultado impresionantemente precisa, apenas chamuscando las casas linderas. Todavía hay piezas cayendo del cielo; una fuerte lluvia de tejas y armazón. Es algo de locos.

—………… —dice una voz.

—¿Qué? —grita Devi, mirando a su alrededor. Se siente como un moretón tridimensional.

Natalie aterrizó en el interior, al otro lado de la pared. De hecho, aterrizó en un sofá, y en consecuencia están sentados dándose las espaldas. Todavía están unidos, a través de la ventana destrozada. Ella se aferra a su muñeca, apresándola como la garra de un halcón.

—Dije que cambié de opinión —dice Nat, más fuerte—. Deberías llamar a la policía.

Cuando Natalie suelta la mano, el escudo se desactiva, y ahora ambos quedan cubiertos de recientes trizas de vidrio y escombros y polvo, como una guarnición de perejil.

Nunca hacen tal llamada, pero la policía aparece sola como por milagro.

*

El sol se ha puesto. Hay docenas de vehículos y aparentemente cientos de policías. La calle está repleta de luces intermitentes y chalecos de alta visibilidad.

Natalie ha aprendido la lección. Al hablar con el lego e impertérrito oficial de mentón sombrío que le toma la declaración, evita mencionar las hipótesis de desplazamiento de la conciencia, o de mentes megalomaníacas invadiendo desde otros planos de existencia mágica. Da estructura fáctica a sus palabras.

—Mi hermana está desaparecida desde hace cuatro semanas, y su novio también. O bien la ha secuestrado, o ambos están en manos de algún tercero. Un hombre llamado Ra acaba de volar su casa por los aires para impedir que yo pueda rastrearlos, pero fracasó, y ya sé dónde están. Creo que Laura está involucrada en algún asunto verdaderamente peligroso, y tenemos que encontrarla ya mismo, y por «tenemos» me refiero a ti y a mí y a aquel tipo. —Señala a Anil Devi, que está en mitad de su propia declaración, y que devuelve la mirada durante un segundo, confundido.

—¿Por qué ustedes? —pregunta el oficial, con calma, garabateando notas. ¿Un anacronismo? Pero hay demasiado bullicio en la escena como para grabar audio.

—Porque Laura lleva siempre consigo una colección particular de equipamiento mágico —dice Nat—. Con un conjuro eset de alta potencia y un poquito de trigonometría puedo hallarla aunque esté a través de un kilómetro de acero. En cualquier caso, se trata de un problema mágico. Laura es maga, yo soy maga, Anil es mago, el que plantó la bomba era un mago. ¿Tienen magos en la fuerza?

—No —dice el oficial.

—La magia existe —dice Natalie—. El crimen mágico existe desde 1998. El terrorismo mágico empezó a existir desde esta misma hora. Les hace falta recurrir a una experta consultoría externa.

»Y creo que… —y Natalie se detiene un segundo, porque este último pensamiento no ha brotado del lugar correcto de su mente. Natalie Ferno es una pensadora que parte de una colección de hechos y gira la manivela hasta estrujar una conclusión. Pero esta idea sale de su imaginación, incendiaria, fabricada como para llamar la atención de la policía. Y sin embargo, casi que tiene sentido.

—Creo —dice—, que a mi hermana la han radicalizado.

*

El tiempo es un factor.

No los dejarán ir.

Retienen a Natalie Ferno y Anil Devi durante horas, horas, sacándoles información. Descripciones del finado y lamentado plantador de bombas, cuya descripción es totalmente irrelevante. Descripciones de la estructura de la bomba mágica, una especie de dispositivo que toda organización militar que hay en el mundo ha estado tratando de construir. (Tanto Natalie como Devi, a pesar de que los interroguen por separado, son cautelosos instintivamente. A decir verdad, si les dieran unos días para comparar notas, podrían elaborar planos e instrucciones de operación en varios idiomas.) «¿Cómo crees que funcionó la bomba?» Bueno, en gran parte, por medio de magia. «¿Cómo crees que entró en la casa?» Con una llave de repuesto, posiblemente sacada de una roca de imitación del jardín, o tal vez incluso que la propia Laura le otorgó. «¿Cómo sabías que había alguien en la casa?» Por magia. «¿Cómo sobreviviste a la explosión?» ¡Por magia, serán idiotas!

Lesiones a personas en casas aledañas, daños auditivos, daños a la propiedad, daños vehiculares, caída de escombros, análisis forense, huellas dactilares, seguros, miles de fotografías con flash.

«Esta es una carrera contra el tiempo» les dice Natalie Ferno lisa y llanamente, una y otra vez. La bomba fue colocada en el mismo instante en que ella y Devi descubrieron el siguiente tramo que ofrecía el rastro. Si esa información no requiriese atención inmediata, la casa no habría estallado. Laura está metida en este asunto en este mismo momento.

—Nos lo tomamos muy en serio. Estamos haciendo todo a nuestro alcance para encontrar a tu hermana lo antes posible.

Natalie tarda varias horas en darse cuenta de que eso no consiste en incompetencia, como una hinchada máquina cívica que se toma su tiempo en alcanzar plena marcha. La policía ha estado jugando al juego de higiene de la información durante mucho más tiempo que ella. La información entra en una investigación, y de allí no sale. Y ella está del lado incorrecto de la pared.

*

—Muy bien, así están las cosas —dice el sargento que entrevistó la primera vez a Natalie—. Tu ofrecimiento de asesoría especializada en el campo de la magia ha permeado hacia arriba, y parece haber dado con alguien a cargo dispuesto a obtener una opinión mágica o dos.

—¿Aquí? —pregunta Devi.

—Este es el lugar del atentado —dice el sargento, cuyo apellido es Henders y cuyo nombre de pila bien podría ser Sargento—. Podemos cubrir lugares de atentados, todavía va a estar aquí mañana por la mañana. Pero en Chedbury hay una gran pila de maquinaria mágica que nadie en el lugar está del todo seguro qué hacer con ella.

—Taumaturgia forense —sugiere Devi.

—Consulta científica limitada y no oficial —es como lo presenta Henders—. En cooperación con nuestras investigaciones.

—Como si pudieran permitirse mis honorarios de consultoría —dice Devi—. Es una broma.

Natalie pregunta:

—¿Qué pasó realmente en Chedbury? ¿Qué encontraron? ¿Asaltaron el lugar? ¿Encontraron a mi hermana?

—No me han dicho —dice Henders.

—Si hubieran encontrado a mi hermana, lo habrían mencionado, ¿cierto?

—No podría afirmarlo.

—Y no nos necesitarían allí. ¿Cierto?

—No podría afirmarlo.

«Qué buenos que son haciendo esto»:

—De acuerdo. Necesitamos un minuto para buscar nuestro equipamiento.

El coche de Devi, otrora estacionado no tan por fuera de la residencia Ferno, se ha incendiado ligeramente y le falta una ventanilla. Sin embargo sus contenidos están prístinos: un surtido ecléctico de equipos de ingeniería aeroespacial ligeros a pesados:

—Bastan para la mayoría de las tareas —le explica a Natalie, pasándole un puñado de conductores/enlazantes de Kaprekar—. Estaría bueno que pudiésemos pasar por mi trabajo, pero no queda de camino. ¿Qué vas a traer?

Natalie indica que todo su equipamiento asciende a un solo arete. Desnudas muñecas, yermos dedos, nada bajo las mangas:

—Física teorética, ¿lo recuerdas? Puedo conjurar, pero no ejerzo.

—Pero recién conjuraste ese campo de fuerza. «Sólo un conjuro», claro, cómo no.

—Dos conjuros. Ese y eset. De verdad. En cualquier caso, estoy totalmente vacía de maná ahora mismo.

Devi alza una ceja, y una vez más saca sus propias conclusiones. Le entrega una caja de plástico que contiene las piezas desatornilladas de su vara mágica.

—¿Cuánto tiempo te tomaría armar un escáner ji básico? —pregunta Natalie—. Algo que pueda encontrar a mi hermana en un pajar.

Devi resopla:

—Digamos, ciento cincuenta segundos.

—Bien. Entonces me hace falta algo que pueda leer los Nombres Verdaderos de la gente a la distancia.

Devi abre la boca para responder, luego la cierra, y sonríe. No tiene idea de cómo hacer eso. Es una vieja sensación, y familiar, y emocionante.

—Puedo darte algunos consejos —sugiere Natalie.

—No tomo dictado —dice Devi—. Soy un ingeniero. Tú eres mi cliente. Me das los requisitos. Yo los cumplo.

*

Están en el asiento trasero del patrullero, yendo al oeste. El compartimiento de pasajeros es amplio. Natalie se mueve incómodamente en su asiento, mareándose de a poco por estar sentada de espaldas al conductor. Devi está del lado opuesto, distraído por su tarea de ingeniería, probando secuencias de sílabas. El equipamiento tintinea constantemente. Como si estuviera volviendo a montar un rifle.

—No creo en los demonios —dice.

Natalie lo mira, esperando que diga algo más.

—Específicamente no creo en un demonio llamado Ra —prosigue—… lo que significa que tengo un problema, porque ¿quién voló la casa por el aire?

—Oíste el segmento del conjuro —dice Natalie—. Oíste el Nombre de ese sujeto.

—Claro, ¿pero quién era? ¿Quién hace estallar una casa? ¿Qué en verdad está pasando aquí? Siento como que llego tarde a enterarme. Como que me perdí el primer y segundo acto.

—Tienes un monstruo en el sótano —explica Natalie—. Has presenciado cosas físicas que pueden volver del mundo T. ¿Creerías que una mente puede volver? Llámalo como prefieras. «Secuestro».

—Pero ese no era Nick Laughon.

—Ra no es una sola persona —dice Natalie.

—Quieres decir… ¿como una organización?

Natalie no dice nada.

*

El Instituto Chedbury Bridge es un mundo privado aparte, pululando tras altas vallas electrificadas al final de un camino inaccesible en el bosque de Chedbury. Desde el exterior, ninguno de sus edificios pueden verse a través de la valla o los árboles, incluso a la luz del día. La senda que conduce a la entrada no está señalizada. El Instituto no quiere que lo encuentren. Dentro, hay trabajo llevándose a cabo, el cual preferiría no ser interrumpido.

A Devi y Natalie los conducen sin detenerse al interior, revelando indirectamente que cualquier conmoción que haya sucedido en este lugar, cualquier clase de redada policial, ocurrió fuera de escena y se terminó hace ya mucho. El Instituto consiste en cuatro o cinco edificios de a dos pisos hechos de ladrillos color arena elegantemente modernos, casi nuevos. Ya es cerca de la medianoche, pero todas las luces exteriores e interiores están encendidas. Hay policías por todas partes, furgonetas especializadas, perros especializados, confusas charlas por radio. Un número inusual de hombres portan rifles negros.

Hay una fría y extraña atmósfera, una atmósfera de repercusiones.

Henders deja salir a Devi y Natalie. La completada máquina mágica de Devi es bastante pesada, seis aros, todos en una muñeca, algunos de hasta medio metro de diámetro. Su vara, un modelo de acero convencional, eficaz sin ser llamativa, impide que aquellos se caigan. Devi enciende la máquina usando un conjuro largo y ligeramente confuso que claramente necesita que alguien lo refactorice.

Arriban las primeras lecturas del instrumento. Sin haber dispuesto del tiempo necesario para construir cualquier tipo de modulador, entran a través de la mano de Devi en forma de un flujo inescrutable. Tiene que realizar la mayor parte de la decodificación en su cabeza:

Zui para ti —informa—. Y thelet para mí, eso ya lo sabíamos. Ninguno de los policías porta ligadura. Sólo esposas. ¡Já!

Henders aparece y se une a ellos tras una breve conversación con el oficial a cargo del sitio.

—Cuando llegamos estaban en pleno acto de desarmar una máquina —dice—. Algo que obviamente querían esconder. Está al otro lado del sitio. —Señala la máquina de Devi con la cabeza—. Esta cosa no va a romper nada, ¿no? ¿No irá a destruir ninguna evidencia?

—Totalmente pasiva —le asegura Devi alegremente.

—Perfecto. Quédense detrás de mí, por favor. Nada de deambular, nada de mirar boquiabiertos.

Los conduce por la ruta más directa posible, deslizándose por en medio de los edificios y a través de céspedes ensombrecidos con bancos. En un momento dado, una furgoneta policial sin ventanas se aleja por delante de ellos desde un segundo estacionamiento en dirección a la salida.

—Esa furgoneta tiene al menos seis pasajeros —susurra Devi, tras apuntarle con su máquina—. Quizás siete u ocho.

—¿No puedes discernir exactamente cuántos?

—No los puedo separar. Todos se llaman ra.

—Mmm.

—¿«Mmm»? ¿Es eso lo que querías decir con que Ra es más de una persona?

—Ra fue un accidente —dice Natalie—. Los accidentes suceden. Hay mucha magia sucediendo en el mundo, y sólo va en aumento. ¿Por qué un accidente no debería ocurrir más de una vez? La ley de conservación entre energía y masa puede o no haberse terminado. Pero una mente no es más que información, ¿verdad? La integral de la experiencia con respecto al tiempo. Es sólo un vector. No hay una ley de conservación para la información.

—Así que el Ra con quien Laura está trabajando y el Ra que hizo volar su casa son personas diferentes —dice Devi.

—Y la misma persona —dice Natalie.

Le da un escalofrío.

A la vuelta de otra esquina, ella divisa algo. Dentro de otro edificio, a través de las ventanas y a simple vista, hay una máquina alta, extraña y seriamente familiar.

Es un telescopio, o al menos un derivado de ancestrales telescopios. El tubo óptico principal mide unos tres metros de largo y setenta y cinco centímetros de diámetro, pulido en negro. Su amplitud reticular está mal. Un rango completo de ascensión recta, pero el doble de la declinación habitual, una característica inútil para los telescopios terrestres. Apunta hacia abajo a la Tierra en un ángulo empinado, con el ocular sólo accesible desde una plataforma elevada. Es un equipo brilloso y nuevo y altamente especializado. Natalie observa detenidamente, y divisa dos oráculos cooperantes instalados sobre el extremo, diseñados para detectar partículas mágicas transitorias y convertirlas en luz visible en las más convenientes longitudes de onda disponibles.

—Astronomía ji —exhala. Las jíes no interactúan. No hace falta estar a lo alto de una montaña en Chile, a cientos de kilómetros de cualquier fuente de contaminación lumínica, para estudiarlas. Puedes tan sólo mirar hacia abajo a través de la Tierra. Sólo te hace falta una sala tranquila con cortinas opacas, y un matemático que opere el firmware del servomotor.

—Sin mirar boquiabiertos —amonesta Henders.

Este dispositivo viene a reducir los experimentos de Natalie a toscos trabajos de pacotilla. Los Chedburistas le llevan la delantera. Mataría por hacerse con sus datos.

*

Los conducen a un gran salón, un clásico gimnasio mágico con un anillo D/E estándar empotrado en el piso más modernos adaptadores. Plantadas en la mayoría de los sitios usuales están las usuales piezas para alimentar una máquina de rayos Dehlavi. Las piezas restantes parecieran estar abandonadas en los rincones.

En el centro de la sala hay dos camas vacías de hospital. Están alineadas con dos de los brazos del rayo en forma de Y que se producirían si la máquina estuviera funcionando. Hay máquinas de monitoreo médico: harán falta adicionales consultores expertos para identificarlas, ya que ninguno de los dos magos es médico. Hay bolsas de suero fisiológico. «¿Nutrientes?».

Hay investigadores de la policía esparcidos por la sala. La mayoría de ellos miran expectantes mientras llegan Devi y Natalie.

Henders explica:

—Esto es lo que estaban desarmando. Parecían tener prisa. Miren, pero sin tocar nada.

—¿Quiénes serían «ellos»? —pregunta Devi.

—El personal del lugar. Están siendo interrogados en este momento.

—¿Podemos hablar con ellos? —pregunta Natalie.

—No.

—¿Cuánta gente había aquí? —pregunta Devi—. Es plena noche. ¿Cuántos de ellos parecían ser científicos?

Henders arroja la mirada sobre su superior, el investigador presente:

—Todavía no tengo toda la lista —informa el segundo hombre—, pero había siete personas en esta sala cuando llegamos aquí. Dos en uniformes médicos, cinco casuales.

Devi le dice a Natalie:

—Para operar una máquina como esta indefinidamente, por turnos, permitiendo un tiempo muerto de recuperación a ritmo básico de maná, y suponiendo magos en buena forma…

—Veinticuatro a veintiocho personas, dependiendo de su vataje combinado —responde Natalie. El cálculo es trivial.

—Esto es un experimento de ciencias del sueño —anuncia Devi—. ¿Alguna vez has jugado al Tetris tantas horas en un mismo día que terminaste soñando con bloques cayendo del cielo? ¿Alguna vez estudiaste otro idioma con tanto esfuerzo que terminaste soñando en él? Los magos tienen algo parecido, un estado de trance específico. Todavía no sabemos muchas cosas al respecto. Con el apoyo médico apropiado, podrías dejar que alguien caiga en ese estado durante semanas. Pareciera que eso es lo que estaban haciendo.

—¿Qué hay de los pacientes? —exige Natalie—. ¿Qué pasó con las personas en estas camas?

El segundo hombre, el investigador, se encoge de hombros:

—Estaban vacías cuando llegamos aquí. Estamos investigando el resto del sitio ahora mismo. ¿Quieres que traigamos a un perro?

—Escáner —le dice Natalie a Devi, cual cirujana.

Thelet eset oerin —responde Devi, lanzándole un anillo de hierro negro decorado, tan grande como un posavasos. Natalie lo alza contra un ojo y escanea el figurado horizonte. Divisa equipamiento mágico familiar y no tan familiar, la mayoría inactivo. El telescopio, obviamente, más otras máquinas, construidas a diseños flexibles para la favorecer la experimentación. Una feria nocturna.

«Si conoces los requisitos, puedes repetir el mismo accidente una y otra vez —piensa Natalie—. ¿Por qué no podría Ra operar todo este lugar por sí mismo?

»Pero y entonces, ¿por qué sí?

»¿Qué tiene Laura que Ra pueda querer? ¿A qué tiene acceso que nadie más tenga?».

Hacia un extremo del complejo, encerrada en un cuarto climatizado de almacenamiento sin ventanas, distingue una señal más brillante, más difusa, agrupada.

*

Este Ra oye las voces al otro lado de la puerta. La puerta es una losa de acero casi sólida. Llevaría mucho tiempo abrirla por la fuerza, al menos para la policía regular. Pero han traído magos, y él puede oír su charla codificada. Un par de Nombres familiares.

Este Ra se resigna, porque el asunto está terminado. Se ha completado el lanzamiento y las armas humanas están fuera; hay más de una manera de entrar en el mundo T, y hay más de una manera de salir desde su lado más lejano.

El cuarto está abarrotado. Estanterías de botellas químicas pueblan dos paredes, dejando un estrecho pasillo con apenas espacio suficiente para un Ra y dos bañeras de PTFE azul de gruesas paredes. Llenas, ambas tinas serían demasiado pesadas como para que un solo hombre las pueda mover, por lo tanto tuvieron que llenarse en el acto, una y luego la otra por encima, apresurada y torpemente. Este Ra ha derramado algo del ácido fluorhídrico sobre sí mismo, y muy pronto empezará a sentir ardor y verá la piel de sus dedos burbujear, pero… Los misiles están fuera y en camino, y dado un escenario ideal esto se acabará en el transcurso de un día. Si Laura Ferno tiene éxito, no le hará falta un cuerpo físico al que regresar.

Y en cualquier caso, siempre habrá más de él.

Lo maravilloso de un baño de AF es que se ocupará de una maga y de sus herramientas al mismo tiempo. Las herramientas labradas a precisión permanecerán en condiciones operativas por minutos u horas, pero a medida que pasa el tiempo y el ácido disuelve los bordes, se vuelven menos eficaces, y al cabo el daño es irrecuperable. La señal que Natalie Ferno y Anil Devi están rastreando, que conduce a la parte baja de los dos baños, está nublándose y haciéndose un borrón, incluso ahora mientras se debaten frenéticamente al otro lado de la puerta.

Uno de ellos golpea desesperadamente la puerta:

—¿Qué has hecho? —grita Natalie—. ¡Sé que estás ahí! ¿Qué le has hecho a mi hermana?

Ra se acerca a la puerta:

—Lo que hemos hecho no importa, Natalie —dice, con sosiego.

—La has matado —grita Natalie—. ¿Cómo no puede importar eso?

—Porque estamos tratando de acabar con la muerte —le cuenta Ra—. ¿No recuerdas lo que te dije a la cumbre de esa montaña? Es una cuestión de libertad.

»Estamos tratando de salvar al mundo.

 

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